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César Coca
Sábado, 5 de febrero 2022, 14:32
Luis Landero (Alburquerque, 73 años) ha creado un personaje que se convierte en impostor por la noble causa del amor. Sin apenas estudios, tiene algunos conocimientos que despliega para pasar por una persona culta, desenvuelta y con una visión profunda y original de la vida. Su máscara se pondrá a prueba al conocer a una joven que tiene todo lo que él envidia. 'Una historia ridícula' (Tusquets) es el relato en primera persona de un hombre que asegura que nunca habla en vano y convencido de que los recuerdos de cosas nimias se imponen a los más trascendentes al retratar una vida. Landero se ha divertido mucho escribiendo esta novela con momentos hilarantes.
–¿En algún sentido todos somos impostores?
–Mi personaje lo es sobre todo cuando se enamora. Antes ya se creía sinceramente culto, quizá porque desconoce qué es la cultura. Se ha abastecido de recortes y despojos de la alta cultura, de tertulias de gente que habla bien y dice poco, de revistas... una culturilla un poco banal, como un surtido de galletas. Yo he conocido a gente así.
–¿En el amor valen todas las trampas y engaño?
–Con tal de conquistar a la amada, lo que haga falta, decía un personaje de Cervantes. Los amores vistos desde fuera son siempre ridículos. Todos esos énfasis y cursilerías lo son. Visto desde dentro es todo muy serio, claro.
–Y viene a decir que las variantes del odio son mucho más ricas que las del amor.
–El odio une mucho; el amor es simple y se agota en sí mismo. El odio lleva consigo rencor, hipocresía, venganza... Y causa placer. No hay más que ver a Shakespeare. No nos dice de dónde viene el odio de Yago, el de Shylock o el de Lady Macbeth. El odio es un misterio. Mi personaje tuvo una infancia difícil y sale de ella resentido y dispuesto a ajustar cuentas.
–Se dice que la importancia de una persona se mide por la de sus enemigos. ¿Y qué señal de importancia nos da la de sus amores?
–El eje está en la propia capacidad de amar. Camus decía que es una pena que no te amen, pero no amar es una desgracia. Para Don Quijote, la altura del amor de Dulcinea es tanta como la de sus enemigos gigantes. La capacidad de amar es lo que hace grande a una persona.
–Su narrador dice que el amor sublime está bien para canciones y novelas, pero no para la vida. Pero, ¿de qué escribirían los novelistas sin amores sublimes?
–No solo los escritores. Todos los hemos vivido, hemos conocido la locura del amor. Suelo comparar mis amores con mis libros. Cuando empiezo uno pienso que va a ser el mejor, pero luego nunca alcanza lo que estaba en mi cabeza. La vida es un encantamiento seguido de un desencantamiento. Es como Sísifo con la piedra, pero más llevadero. El negocio de la vida es ese paso entre encantamiento y desencantamiento y volver a empezar. Y que nunca nos falte. En Marcial, mi personaje, además hay un tema de desclasamiento. Ve en Pepita, su amada, el mundo al que él aspira. Si la consigue a ella, entrará en un espacio de belleza, cultura, elegancia.
–¿Cómo nos consolaríamos si esos amores sublimes no estuvieran al menos en la ficción?
–También está en los folletines, los boleros, es el gran tema de la gente. Otra cosa es que en todo eso parece que no existe otro amor que el de pareja, y hay muchos más: por la belleza, los amigos, la familia, el arte, la naturaleza. En la literatura es omnipresente. No hay tragedia en la que no aparezca el amor; es un ingrediente obligado, una locura transitoria. Decía Schopenhauer que es un engaño de la naturaleza para perpetuar la especie. Es como el plumaje de las aves o la melena de los leones.
–Ha escrito una historia de amor que es falsa de principio a fin. Es como si correspondiera a este tiempo en que ya no hay altos ideales y todo es pueril y ridículo, dice su personaje.
–En esto ha influido mucho lo explícito del sexo. Ahora hay un acceso fácil, al menos según dicen, a lo que antes era un misterio y estaba sublimado. Habría que preguntar a los jóvenes si el amor se sigue entendiendo como en los textos de Bécquer.
–Eso parece propio de un tiempo analógico, mientras ahora vivimos un tiempo digital.
–Ya ni se llama por teléfono... No sé si eso supone una banalización de las relaciones. Para que algo no sea banal necesita tiempo, maduración, lentitud. Algo que ahora no se da.
–En pleno debate tras una canción donde se habla de enseñar la tetas, su personaje dice: «Las mujeres, cuando se desnudan, no son para tanto».
–No hay nada más antierótico que una peli porno; tras el primer polvo todo es aburridísimo. Si no participa el misterio, el erotismo no es más que pura casquería. Lo imaginado siempre es más hermoso que lo real.
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