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De sus 55 años de trabajo «sirviendo felicidad liquida», ha pasado más de 40 como barman del Oyster Bar de la Gran Central Terminal (la Estación Central de Nueva York), una de la catedrales de la hostelería y la coctelería en Manhattan. Calcula Marcelo Hernández, ecuatoriano de primorosos 78 años, que habrá servido allí más de 300.000 'Dry Martini'. «Siempre mezclado, nunca agitado, como exige, con razón, James Bond», dice risueño.
Él no prueba las delicadas combinaciones que ha servido a estrellas del cine como Marlon Brando, Ava Gardner o Fernando Rey, a artistas como Andy Warhol, a capos y mafiosos de medio pelo, a magnates y presidentes, y a las miríadas de ciudadanos anónimos y turistas que han desfilado ante su barra, bajo las portentosas bóvedas doradas del Oyster Bar diseñadas y construidas por el valenciano Rafael Guastavino.
Por allí se dejó caer Guillermo Fesser para probar su legendario sándwich de ostras fritas. El creador de Gomaespuma, periodista y escritor, pegó la hebra con Hernández y comprendió que su vida era una novela. La ha titulado 'Marcelo' (Contraluz), y narra la peripecia del barman de una de las barras más legendarias del mundo.
Para el carismático Marcelo, el Oyster Bar fue un «remanso de paz» donde pasaba el tiempo y «guardaba los secretos que los clientes me confiaban» mientras elaboraba sus cócteles. En la ficción, su destino se cruza con el de Dylan, un 'millennial' arrogante y adicto a las redes sociales a quien nombran su ayudante para disgusto de ambos, y con el de Anna, una periodista española que desea escribir sobre la vida de Marcelo.
Con esos mimbres arma Fesser su novela, remontándose a la niñez de Hernández en Quito, acompañando de garito en garito a su padre músico y donde preparaba cócteles con solo 12 años. Relata su aterrizaje en Nueva York «con 20 años y tres dólares en el bolsillo», su paso por el Playboy Club y por el bar del lujoso Four Seasons. Años de aprendizaje y trabajo que le llevarían al Oyster en 1982.
«Un 'Dry Martini' lo hace cualquiera, pero si lo meneas, lo matas», advierte Marcelo, que no pudo servírselo a Sean Connery -«solo bebía whisky»- y sí lo preparó para Timothy Dalton, otro 007. También sirvió a Mario Moreno, 'Cantinflas', «tan amable y risueño como silente». Inventor del 'French Connection', tanto como adora el 'Dry Martini', el 'Manhattan' o el 'Gimlet', -«cócteles sencillos y honestos»-, odia el 'Brandy Alexander', «que lleva crema y lo deja todo pringado».
«Los bares son platós donde se rueda la vida la gente», dice Fesser. Lleva veinte años en Rhinebeck (Nueva York) y casado con Sarah, la estadounidense que le animó a escribir la novela, «un homenaje a los emigrantes hispanos que levantaron el negocio de la restauración en Estados Unidos».
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