
Cuenta el novelista Manuel Vicent que allá por 1967, en el Retiro madrileño, cuando por primera vez acudió a una Feria del Libro para firmar ... ejemplares de su estreno literario, 'Pascua y naranjas', la caseta donde se encontraba estaba muy cerca de «la casa de las fieras. De allí salieron unos chavales que habían visitado a los monos a los que habían echado cacahuetes y al verme, los cacahuetes que les habían sobrado me los echaron a mí, como si yo fuera un mono». Y afirma que ante tan aparatoso debut como feriante de libros, comprendió que ser escritor «es un oficio muy complicado».
Publicidad
De aquella anécdota de Vicent han pasado casi sesenta años, pero la experiencia demuestra que estas aventuras son una constante. Tan lejos como la semana pasada en Zaragoza, mientras la valenciana Rosario Raro -ganadora del Premio Azorín- escribía una dedicatoria, «se acercó un niño de unos seis años y me dijo si podía dibujar un 'Spiderman'. Por supuesto, le dije». Con el arácnido trazo se redondeó la dedicatoria.
Con seguridad, no habrá autor que no guarde en su libreta de notas alguna de estas divertidas aventuras. Como tampoco los debe haber que no lleguen a cada cita con un manojo de sensaciones que hagan de la firma algo especial o al menos peculiar. Hay que añadir al aderezo que a juzgar por lo que algunos escritores, todos valencianos, han contado a LAS PROVINCIAS, importa prestar atención al ceremonial, ya sea de los autores o de los lectores, que se despliega sobre los mostradores de las casetas como un modo de desnudar al escritor, pero también al lector. Unos ponen fecha, otros no. Los hay que no son capaces de controlar los márgenes al escribir y no faltan los que eligen muy bien la página -sobre todo cuando son poetas- en la que estampar la rúbrica.
La poeta Lola Mascarell sabe que tiene «mala caligrafía» y ello la lleva a tener que esforzarse mucho para ofrecer una letra legible. Eso sí, en su justa medida, no vaya a ser que ante la observación de tanto cuidado «me salga una letra de esas de niña». Y, eso sí, nada de repetir dedicatorias. «Si no he pensado antes algo que le pueda ir bien a la persona, escribo algún nexo con la obra o incluso adelanto algo del libro».
Publicidad
Noticia relacionada
El ceremonial de Rosario Raro es parecido: «En los diez años que llevo en esto de las firmas, no he repetido nunca una dedicatoria. Las hago distintas y personalizadas». A ese esfuerzo se refiere Ramón Palomar cuando afirma: «Yo sudo la camiseta» en cada firma de ejemplares, a las que siempre acude «con sensación de pánico por si no viene nadie».
La postura del poeta Rafael Soler es más optimista. Dice que sentarse en la mesa para las firmas le provoca «ilusión». Todo apunta a que se siente cómodo en este trance en el que no sólo ha pescado lectores, sino también amigos. «Le debo mucho a la Feria del Libro. Hace años «en la de Valencia yo estaba firmando al lado de un autor que firmaba la novela 'Sesenta kilos'. Era increíble el desfile de público que llegaba al puesto de mi compañero. Yo de vez en cuando firmaba alguno del mío. Surgió la conversación con ese escritor enorme y hombre de gran generosidad que es Ramón Palomar. Allí nació nuestra grandísima amistad».
Publicidad
Sin duda son los encuentros con lectores y con escritores uno de los grandes atractivos de las firmas, incluso son la fuente de simpáticas historias como la que Ramón Palomar relata que le ha sucedido en más de una ocasión: «A veces llega alguna persona que no te conoce como escritor y te toma por un dependiente de la librería. Yo sigo el rollo, les doy bola porque me parece maravilloso que ocurra porque de esa manera te recuerdan que eres humano; es un baño de humildad».
Como se ve, los ceremoniales, las sensaciones y las aventuras que giran en torno a los autores son muy variados. Pero no lo son menos las que persiguen a los lectores que llegan con el libro en la mano. Ya han visto el ocurrente 'Spiderman' al que Rosario Raro tuvo que hacer hueco en su dedicatoria. También Lola Mascarell ha tenido que buscar espacio sobre la página en blanco que aguarda su firma. «Hay lectores que vienen con libros de segunda mano que ya llevan una dedicatoria que firmaste a otro lector». La poeta observa en esta circunstancia una bonita casualidad que convierte las firmas en la huella que extienden las lecturas en el universo de las ferias a las que los grandes admiradores de un autor «acuden con el nuevo libro para que se lo firmes, pero también con todos los anteriores que ya han leído».
Publicidad
Afectos, fidelidades, emociones, experiencias que ayudan a mantener la cadena que enlaza a todos los actores de las letras que ahora, en Valencia, actúan sobre el escenario de la Fira del Llibre en los Jardines de Viveros.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.