La denuncia por una estafa en apariencia insignificante destapó en 1960 una trama que salpicó al mismísimo Franco y sembró de pinturas falsificadas grandes museos, aristocráticas villas y hasta el palacio del Pardo. Desde Sevilla se facturaron plagios casi perfectos de obras de Velázquez, El ... Greco, Zurbarán, Mengs, Picasso, Ribera y muchos otros. Carmen Polo, esposa de Franco, compró una de ellas y el dictador trató de tapar la estafa y sepultar la trama. Lo desvela el detective Juan Carlos Arias en el libro 'El falsificador de Franco' (Samarcanda). Su padre, el inspector de la policía José Arias Galán (1914-1992), investigó al «genial copista» sevillano, Eduardo Olaya alias, 'La Baronesa', cabeza de turco, según él, de un entramado de anticuarios, marchantes sin escrúpulos , estafadores y buscavidas.
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La alarma saltó con un falso bodegón de Velázquez que acabó colgado en el Palacio del Pardo. Lo compró Carmen Polo, apodada 'La collares', a precio de saldo a una condesa en apuros través de un atrabiliario anticuario sevillano. Un audaz policía experto en arte, Arias Galán, desentrañó el engaño en la investigación que llamó Operación Sevilla y que el régimen franquista enterró. Hubiera sido un escándalo y un desprestigio para la dictadura que la esposa de Franco fuera víctima de un timo de tal calibre.
Tras la estafa estaban Eduardo Olaya Araiz (1923-1974) y Andrés Moro (1918-1999), «un copista genial y un anticuario avaro; dos pícaros gays» según la descripción de Arias. Completaban la trama Stanley Moss , aun vivo, y el difunto Herbert Maier, que actuaban como marchantes y exportadores de una red delictiva que colocó falsificaciones en grandes museos.
Carmen Polo «enseñó su 'velázquez' a Eisenhower durante una visita recogida en el NODO», según el autor. Cuando estalló el escándalo Franco habría vendido el falso bodegón de Velázquez al Museo del Prado. Aunque no hay pruebas de la transacción, Arias sostiene que la tela «debe estar en los fondos no inventariados del Prado, en algún sitio maldito», aunque reconoce «que en el museo me aseguran que no se compró nunca un cuadro a Franco».
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Desde su galería neoyorquina, Moss vendió a museos y coleccionistas de todo el mundo las falsificaciones de Olaya por cantidades exorbitantes «convirtiendo el fraude en una lucrativa empresa». Arias sostiene que Moss 'colocó' en 1993 al Prado un presunto óleo del Greco titulado 'Una fábula' que se habría pagado con fondos del generoso legado de Villaescusa junto a otras cinco telas. Una 'Anunciación' también atribuida al pintor cretense estaría en el Thyssen. En ambos casos, «las pruebas sobre su autenticidad se echan de menos».
Criminólogo y detective privado, Juan Carlos Arias ha querido homenajear con su libro a su padre «un policía vocacional, que siempre buscó la verdad» y que no le habló de la Operación Sevilla hasta 1991. Reconstruye la historia de su pesquisa a partir de expedientes de su progenitor, que batalló sin éxito ante los tribunales, y de documentación con los testimonios que recabó.
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Olaya, juerguista pertinaz, ladrón, estafador, proclive a entregar cheques sin fondos y condenado por apropiación indebida, era para el policía «un artista acusado injustamente» y «un pintor fuera de serie, capaz de meterse en el alma de los pintores que copiaba, que sufrió una muerte civil por ligarse a quien no debía». «Clavaba los 'grecos'», asegura Arias para quien Olaya, homosexual en lo mas duro de la dictadura, era «el eslabón más débil y necesario de una monumental estafa internacional».
Calcula Arias que Olaya pintó unas 300 copias y cree que algunas están «en casas señoriales de Sevilla y Madrid, en la colección de los Alba, en el Thyssen, en galerías nacionales del Reino Unido, Australia, Washington, Grecia, Otawa... y otros puntos de Europa». «La mayor parte de lo que vendió Moss era falso y surgió de los pinceles de Olaya». Autodidacta de formación, pasó horas y horas en el Prado desentrañando a los maestros. Lograba captar su esencia y dar alma y verdad a sus cuadros. Apenas pintó obras propias, se dedicó a copiar a los clásicos incluso entre rejas, donde pasó media vida.
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Olaya recibía los encargos de Andrés Moro (alias 'El Moro'), conocido anticuario con un gran establecimiento junto a la Catedral de Sevilla. Confidente de la policía y con una lista de clientes ricos e influyentes, Moro utilizaba como intermediarios a nobles escasos de liquidez para vender en sus casas las falsificaciones que hacía pasar por auténticos. Con la aristocrática pátina de veracidad lograba que los cuadros «se vendieran por mucho más de lo que costaban». «No es lo mismo vender un cuadro en el anticuario que en un salón y revestido del rancio abolengo de una familia noble», asegura Arias.
Stanley Moss, multado en numerosas ocasiones por traficar con obras de arte en España, «colocaba» los cuadros falsos en el mercado internacional. Entre los timados, el magnate Algur Hurtle Meadows, que cuando quiso montar en Dallas un museo, fue advertido de que el 80% de lo que había comprado era falso.
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