La ciudad más poblada de la Comunitat Valenciana es su capital, Valencia: casi 800.000 almas. La Biblioteca con fondos más amplios para el préstamo es la Pilar Faus, ubicada en la calle Hospital, con más de 145.000 volúmenes. Son cifras llamativas que sin ... embargo palidecen, o cuya dimensión se atenúa, comparadas con otras dos que hablan de una realidad oculta, invisible casi: la que se esconde entre los muros de las prisiones repartidas por las tres provincias. En total, cerca de 6.500 internos, distribuidos en seis centros penitenciarios, que tienen a su disposición al menos una biblioteca por cada uno de ellos (en algún caso hay también bibliotecas en los módulos cuyo tamaño lo hace posible) y disponen de una media superior a los 11.000 ejemplares para iniciarse en la lectura, profundizar en ella si esa era su afición antes de traspasar las paredes de la cárcel o abandonarse a ese placer ahora que cuentan con un elemento a su favor del que extramuros carecían: tiempo.
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El factor tiempo es curiosamente el más citado en las encuestas que Instituciones Penitenciarias elabora para calibrar el juicio que el servicio bibliotecario merece a sus usuarios. Así se detalla en la última memoria disponible en el organismo, datada en 2022, cuyos resultados no habrán variado demasiado en el último año, como sospecha José Antonio Pérez, jefe del área de formación de Instituciones Penitenciarias, quien facilita otros datos al respecto que radiografían un servicio desconocido fuera de las cárceles, como desconocido es también el propio sistema penitenciario. Al ciudadano común le llega información estereotipada, alerta Pérez, de una realidad más compleja de lo que pensamos pero que también se distingue por un elemento que recalca mientras atiende a LAS PROVINCIAS: «La realidad de dentro se parece a la realidad de fuera más de lo que pensamos».
Por ejemplo, en las lecturas de la población reclusa, que sirven como baremo para aceptar que, en efecto, las diferencias entre dentro y fuera se evaporan en materia de gustos literarios: los autores más demandados en el conjunto de España son apellidos como los Pérez Reverte, Follet, Gómez Jurado o Vázquez Figueroa, que suelen encabezar también las listas de los más vendidos en librerías y bibliotecas al uso. ¿Y los títulos? Algo semejante. Pérez cita libros como 'El alquimista', de Paulo Coelho, 'Reina Roja' o 'La reina del sur', de los best-sellers españoles antes citados, para certificar que los presos españoles forman parte como lectores del mismo linaje que quienes vivimos fuera.
Y en la Comunitat, otro tanto. A saber: Pérez Reverte triunfa en la cárcel de Castellón I, mientras Santiago Posteguillo hace lo propio en Castellón II, Gómez Jurado es el favorito del penal Alicante II y en Picassent, Carlos Ruiz Zafón encabeza las preferencias de los internos, cuyo código de conducta como lectores ofrece sin embargo algún dato relevante, diferencial, que ayuda a entender el estado de ánimo de quien cumple condena o espera juicio y encuentra en la lectura un alivio superior para sobrellevar los días entre barrotes. Es literatura de evasión en su estatus superior. «El placer de la lectura es una realidad que se vive de manera habitual en la cárcel», advierte Pérez, quien llama la atención sobre un perfil muy concreto que descubre ese hábito en su celda y que está «a la orden del día»: se refiere a «personas que no sabían leer cuando entran en prisión, analfabetos funcionales en algún caso o con los rudimentos más elementales para leer o escribir, que aprenden y luego se convierten en digamos que ávidos consumidores de lectura». «El placer de la lectura», añade, «se vive en prisión de manera habitual».
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Juan Gómez-Jurado es uno de los autores más leídos en España, fuera y dentro de las prisiones. Cuando se le pregunta si conocía que también entre las bibliotecas de los centros penitenciarios sus títulos figuran entre los más codiciados, no sólo confirma la información que le facilita LAS PROVINCIAS, sino que añade: «Sí, ya lo sabía. En realidad, toda la literatura de thriller tiene muy buena acogida. Y según mis noticias, también la literatura romántica». El autor de 'Reina roja' explica además que su elevado conocimiento de este particular obedece a que ha visitado instituciones penitenciarias para compartir impresiones con los internos sobre sus obras, es decir, que conoce ese ámbito de primera mano. «Me impresiona el altísimo nivel de conocimiento que tienen», afirma. «Son muy buenos lectores y lectoras, que te sorprenden con su sabiduría. No se les escapa ni una», añade. «Claro que a su favor tienen el factor tiempo», señala, en la misma línea argumental que hacen suya desde el Ministerio. Con una particularidad: que la palabra «agradecimiento» aflora en sus labios cuando se le interroga sobre su reacción ante esa cogida intramuros. «Como a todos los lectores, les estoy muy agradecido también a los presos», confiesa. Y desvela un misterio que deja de serlo: su próxima novela arranca en prisión. En una prisión de España, en cuya biblioteca triunfan sus libros…
Una afición que incorpora, de acuerdo con sus datos, no sólo a esa clase de internos que ingresan en prisión (bien en situación preventiva, bien con sentencia condenatoria) dotados de estudios superiores: más de 1.200 en la actualidad, de un total de cerca de 47.000 en toda España, salvadas las cárceles vascas y catalanas que están transferidas a sus respectivos gobiernos. A su disposición, tanto ellos como los menos formados, cuentan con una elevada cifra de fondos bibliográficos cifrada a nivel nacional en 755.000 volúmenes hace un año, según una medida aproximada de 11.100 por centro (excluyendo de nuevo los casos vasco y catalán). Una posibilidad de gozoso entretenimiento pero, también, una contribución a que mejore su instrucción en el caso de los 13.000 lectores que siguen estudios de distintas titulaciones dentro de prisión en el conjunto del país. Son estadísticas que aspiran a cartografiar un ecosistema regido por normas curiosas, al menos vistas desde fuera: por ejemplo, que el servicio está atendido por los propios reclusos, luego de superar un proceso de selección en cada centro penitenciario que tiene en cuenta su formación, capacidad intelectual y situación penal, entre otros atributos, y que aunque carecen de formación específica, cumplen su labor bajo la supervisión de funcionarios que sí se han entrenado en ese ámbito. «Lo ideal», opina Pérez, «es que contáramos con profesionales bibliotecarios».
Es una aspiración que parece lejana de materializarse. La realidad actual, y también la que se divisa en el horizonte, se mueve en otros términos: un servicio interno de prestación de libros, que permite también en algunos casos la lectura en sala, que además presta periódicos y revistas, y que ayuda en la mejora de la formación de los presos siguiendo las normas que cada centro aplica en cumplimiento de su propia estrategia. También gozan los centros de autonomía para la adquisición de nuevos títulos, de acuerdo con el presupuesto que gestionen y sus necesidades y también en función de si el centro ya estaba bien dotado de fondos cuando se inauguró o si hay sitio para enriquecer sus estanterías con más ejemplares. Es decir, como cualquier biblioteca, incluidas la de cada cual en su hogar. Con particularidades en este caso: una de ellas, que ya se ha insinuado, es que la adquisición en prisión de ese bien tan preciado, el tiempo, deriva en que los internos reconozcan en los barómetros de lectura de Instituciones Penitenciarias que leen más dentro que fuera de la cárcel. También ayuda esa ambición superior de formarse que anida entre algunos presos, beneficiarios en algunos centros de otra vertiente poco divulgada de este mundo de las bibliotecas penitenciarias: que se enriquecen a menudo gracias a donaciones de particulares. «Las donaciones están muy bien pero la verdad es que algunas nos condiciona aceptarlas por cuestiones de espacio», subraya José Antonio Pérez.
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- Una pregunta final, un poco malvada. ¿Se roban libros en las bibliotecas de prisión?
- Prácticamente, ninguno, sonríe Pérez.
Instituciones Penitenciarias distingue los distintos centros repartidos por la Comunitat según una terminología que ayuda a entender su singular configuración. En suelo valenciano, de acuerdo con esta idea, disponemos de dos cárceles tipo (Castellón II, en Albocàsser, y Alicante II, en Villena) más otras dos, situadas en Castellón y Valencia que responden a otra clase de fisonomía, en especial la de Picassent, que consideran un caso único en España por su estructura y su capacidad. Las otras dos se sitúan en Foncalent, la localidad alicantina donde se ubica un centro penitenciario propiamente dicho, de cumplimiento de penas, con el hospital Psiquiátrico donde ingresan internos con patologías de tipo mental.
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