![Rafael Lahuerta: «'La promesa dels divendres' es mi libro más afilado, con menos grasa»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/12/18/Imagen%20IMG_0664-RB6TEHHRk9PqwhcGt5lgALI-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Rafael Lahuerta: «'La promesa dels divendres' es mi libro más afilado, con menos grasa»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/12/18/Imagen%20IMG_0664-RB6TEHHRk9PqwhcGt5lgALI-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Dice Rafael Lahuerta (Valencia, 1971) mientras cruza a buen paso por la Valencia donde nació y que apenas existe, salvo en su privilegiada memoria, que la ciudad, frente al tópico que alaba su naturaleza plana ideal para la caminata y el maratón, necesitaría haber tenido ... alguna atalaya, una altura superior desde donde se pudiera comprender su esencia con más agudeza, una lucidez adicional. Pero no hace falta. Ya ejerce él como tal. Su obra novelística (aunque llamar novelas a sus tres libros con la ciudad como protagonista tal vez confunda al potencial lector: son algo más que ficciones) sirve para rellenar ese vacío: asomado desde el privilegiado mirador que forjan 'La balada del bar Torino', 'Noruega' y la muy reciente 'La promesa dels divendres', el escritor observa a Valencia como en un juego especular. También la ciudad le mira, le compadece y al final (espoiler) le absuelve. Es por cierto una absolución mutua.
Como penitencia menor, se le imponer contestar a estas preguntas.
La conversación se nutre de los recuerdos alimentados en una serie de hitos culinarios por la Valencia más castiza y de esas reflexiones que Lahuerta lanza al éter como si fuera hilando otra novela, la que transcurre en su cabeza y aún no ha puesto por escrito. Nace saboreando un arroz al horno en La Utielana, crece a través de revelaciones bastante crudas, alguna de las cuales le nubla incluso la retina, y culmina a su estilo: con respuestas que van al tuétano, despojada de retórica.
- Dice usted que esta es su novela más honesta, la que tiene menos páginas eliminables.
- Es el mismo libro de siempre, pero con el bisturí más afilado. Tiene menos grasa y más músculo.
- ¿Y cómo es eso de publicar después de 'Noruega'? ¿Notó el peso de la fama?
- Seamos serios. En España sólo hay dos escritores famosos: Karlos Arguiñano y Belén Esteban. Los demás somos relleno. Y yo encantado. Ser anónimo para la inmensa mayoría es lo mejor que le puede pasar a un autor. No hay que ser ambicioso. Además, de aquí unos años, la gente pagará por ser anónima.
Cae el sol de otoño al mediodía, rebotando sobre la techumbre del Mercado Rojas Clemente e iluminando el característico estilo de andar del escritor, que entra en El Zoco y se comporta como suele: saludando a todo el mundo. Caminar por estas calles de la Valencia de su corazón equivale a eso: a un continuo saludar y ser saludado. Resuelto el protocolo, ataca la deliciosa cazuela de arròs amb fessols i naps mientras va hilando la conversación.
- Presentación, nudo y desenlace: cómo nace su novela, cómo se desarrolla y cómo acaba. Me refiero al proceso de escritura, no a la trama.
- Nace con una llamada telefónica en julio de 2022, sigue como un desahogo de domingos por la tarde y termina con un SMS en enero de 2024. No estaba previsto que fuera un libro publicable. De hecho, estaba con otros proyectos cuando empecé.
- Ordene cronológicamente esta novela, 'Noruega' y 'La balada'. ¿O forman un todo único?
- Creo que forman una trilogía no premeditada. En realidad, fueron los editores quienes lo vieron. Yo no he sido muy consciente hasta que Vicent Baydal y Toni Sabater lo comentaron.
- ¿Y se puede leer de 'La promesa' de manera autónoma? ¿Necesita el lector saber qué pasó en 'Noruega' o qué fue del bar Torino?
- Con 'Noruega' y 'La promesa' es suficiente. 'La balada' fue un ensayo, una manera de romper mano. De hecho, 'La promesa' es 'La balada' en pelotas, o como decimos en Valencia, 'en conill'. En estos diez años he aprendido a manejarme mejor con las palabras y los silencios.
Rafa Lahuerta vive por aquí al lado, informa mientras aparca la sempiterna moto delante de la fachada de Casa Gastón, residuo sabroso de la Malvarrosa que fue, el espacio tan unido a su sentimentalidad, lo cual explica que sucumba a un momentáneo arrebato de melancolía, hábito que apenas practica. Como si esta convincente paella que nos sirven fuera su magdalena de Proust.
- ¿Necesita saber el lector quién es Rafael Lahuerta Yúfera? ¿O demasiada información es contraproducente?
- Mi vida es muy poco interesante. Nací espectador y moriré espectador. Escribo para justificarme, para que mi madre no me vea como un absoluto desastre. Soy un tipo muy aburrido. No viajo, socializo poco y detesto las fiestas de cumpleaños casi tanto como las bodas, las presentaciones de libros, las nocheviejas, las entregas de premios y las despedidas de soltero con las malditas charangas. Cuantas menos cosas me pasen, mejor.
- Valencia es de nuevo la heroína de esta nueva novela. ¿Va sobre lo que es, sobre lo que pudo ser o sobre lo que usted quisiera que fuera?
- Hay un millón de Valencias. Cada uno con la suya a cuestas. Yo intento destilar la mía, sólo eso. Es una pasión inocente. Lo que importa es que la sanidad, la educación y los servicios sociales funcionen bien.
Frente al Mercado del Cabanyal, el bar Flor, otra benemérita casa de comidas que logra regatear con bastante buena puntería la avalancha de turistas que desfigura la Valencia que fue, la que aún habita en la cabeza del novelista, ofrece una jugosa carta muy rica en golosinas de toda la vida. Es viernes, pero aún no es viernes por la tarde. El espacio natural al que Lahuerta consagra sus promesas.
- ¿Y qué pasa con los viernes? ¿Qué promesa contienen?
- Los viernes por la tarde siempre me han fascinado. La ciudad se transforma. Esa energía está llena de vitalidad. Yo ando escaso de fe, pero me encanta observar la electricidad colectiva que aflora. Por otro lado, en el libro son determinantes. Lo más importante sucede los viernes por la tarde.
- ¿Y puede decir algo a favor de los domingos por la tarde?
- De niño, los domingos por la tarde representaban la máxima excitación. Era el día del fútbol y eso era lo único que teníamos: el fútbol. Ahora, la tarde del domingo es un refugio amable. Todo lo que garantiza la calma está bien.
De todos los restaurantes donde Lahuerta puede materializar la frase célebre, eso de que se pueda comer como en casa o mejor, ninguno como Nuria Brasserie, el discreto local de la calle Literato Gabriel Miró consagrado al imperio de la carne que triunfa gozosa en su carta. Miró, el escritor que sostenía aquello de que la palabra no ha de decirlo todo, «sino contenerlo todo». Amén. Un escenario muy pertinente por lo tanto para quien, como aquel olvidado novelista alicantino, emplea el escalpelo para que el teclado emita lo que debe. Ese es el código central de Rafa Lahuerta, su honestidad brutal como escritor, que diría Calamaro, como explica a la atestada concurrencia que se citó esta semana en La Nau para escuchar sus confesiones: por ejemplo, que 'La promesa dels divendres' es un libro donde (tal vez) se expone demasiado. Y sus fans cabecean en señal de asentimiento en dirección a la foto enorme que preside la sala, desde done nos vigila el actual Lahuerta. ¿Es el mismo chico que nos saluda desde la solapa de su flamante novela, que huele todavía a imprenta, al almacén donde debía aguardar al potencial lector? ¿Que viaja a bordo del recuerdo de esa nave de donde una mano amiga lo rescató justo antes de que pasara por nuestras vidas la dana que inunda toda la charla mantel mediante? Es mejor que conteste a la pregunta este otro Lahuerta, el que nos mira desde esa foto de 'La promesa' con los ojos bien abiertos, como sorprendidos. Tal vez ya sabía entonces que la vida es una enfermedad mortal pero parece conforme: también debía intuir, para su consuelo, que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo.
- ¿Qué le diría a ese Rafa juvenil que sale en la foto de su novela?.
- Relájate chaval, conocerás a gente extraordinaria y tendrás la inmensa fortuna de ser muy querido.
P.D. La charla desemboca, lasaña mediante, en un espléndido tiramisú en L'Angolo der Grillo, un restaurante más romano que italiano por Velluters, ocupado por ruidosos comensales: muy apropiadamente, es viernes. Lahuerta se marcha en su moto. La entrevista ha concluido. Sostiene que escribir la novela que presentó esta semana en Valencia ha tenido efectos catárticos, lo cual seguramente es verdad aunque es decir poco, porque la escritura suele tener poder curatorio. Propiedades mágicas y contagiosas: también quien se abandone al deslumbrante hechizo que encarna la lectura de 'La promesa del divendres' notará que, en efecto, toda literatura es de autoayuda. Toda literatura es sanadora.
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