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Si Joaquín Sorolla y José Benlliure hubieran vivido en el siglo XXI se habrían comunicado por correo electrónico. Pero ellos habitaron el siglo XIX y el contacto epistolar fue el propio de la época, cartas manuscritas; tinta sobre papel. De las misivas que ambos se cruzaron hay constancia de la que da fe la Fundación Bancaja con la exposición 'Sorolla y Benlliure. Pinceladas de una amistad'. Pero tratándose de artistas de la talla de estos dos valencianos, la muestra no podía detenerse en el trazo manuscrito, tenía que elevar la mirada a la huella de los pinceles sobre el lienzo. Y así, cartas y cuadros se muestran al espectador hasta el próximo 22 de marzo en la exposición comisariada por Sofía Barrón, quien ayer presentó la apuesta junto al presidente de la Fundación, Rafael Alcón y la coordinadora de Comunicación de Bankia, Isabel Rubio.
Se exhiben ocho obras de los dos autores. De Benlliure –Pepe como le llama Sorolla en sus misivas– se expone la composición 'Las cuatro estaciones'. Es la primera vez que este trabajo del pintor del Cañamelar se muestra al público. Son cuatro piezas que Fundación Bancaja adquirió en 2010 y que tras un completo proceso de restauración pueden contemplarse por primera vez.
En las pinturas ocho amorcillos acercan al espectador a la naturaleza mitológica, un homenaje del valenciano al renacimiento y al barroco, pero también a la pintura valenciana de finales del XIX. Acompañan cuatro lienzos de Sorolla que permiten visitar la pintura de juventud y la de madurez. Cuelgan de las paredes 'Retrato de una dama' (1883) y 'Cabeza de niña con flores' (1890). Y de cuando el artista ya había consolidado su carrera se pueden admirar 'Otoño. La Granja' (1907) y 'Yo soy el pan de la vida', pieza de la colección Lladró.
Cuadro a cuadro se contempla la obra de dos grandes creadores, pero en esta ocasión Fundación Bancaja invita a más. A disfrutar de un arte –hoy prácticamente extinguido–, que desvela el perfil humano de quienes mantuvieron una amistad plasmada en las cartas en las que Sorolla traslada a Pepe Benlliure su preocupación por la salud de su hijo Pepino: «Con el alma en un hilo estamos, pensando siempre en vuestro hijo...», escribe. O aquella en la que el maestro de la luz remite a su amigo un boceto de la que será la fuente de su residencia en Madrid. «Querido Pepe me parece que con esta forma estaría bien...». Y unas líneas más adelante apunta: «Clotilde dice que no hay necesidad de poner el fregadero pequeño...». Muestras de amistad que dos pintores empezaron a tejer negro sobre blanco tras conocerse en Roma y que si bien primero fue «diplomática» fue ganando en afecto en medio de una carrera artística de de diverso recorrido.
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