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Sergio del Molino, autor de 'La hora violeta' y del ensayo 'La España vacía', entre una decena de obras. RC

Sergio del Molino Escritor y padre

«Superar la muerte de mi hijo me haría sentir miserable»

Reedita diez años después 'La hora violeta', el libro donde volcó su dolor por la enfermedad y el fallecimiento de Pablo

Domingo, 17 de septiembre 2023, 00:17

Sergio del Molino (Madrid, 44 años) volcó todo su dolor por la muerte de su hijo Pablo en 'La hora violeta', publicado en 2013, dos años después de que una leucemia muy agresiva se llevara al pequeño poco antes de su segundo cumpleaños. Testimonio de ... la enfermedad, del luto y del amor de un padre por su hijo, el libro relata el año comprendido entre el primer ingreso hospitalario de Pablo y las semanas que siguen a su muerte. Diez años después de su primera publicación, Del Molino revisita 'La hora violeta' (Alfaguara) y añade un epílogo en el que reflexiona sobre la literatura del duelo (está muy presente 'Mortal y rosa', de Umbral) y expresa su «íntimo» orgullo de que la obra sacudiera en su momento algunas conciencias que han permitido cambiar las cosas en lo que a los cuidados paliativos a domicilio se refiere. Dice su autor que escribir 'La hora violeta', que debe su título a un verso de T. S Eliot y al color del ocaso con que los romanos asociaban la muerte y la pena, «fue un acto de masoquismo, de intentar sentir el dolor hasta sus máximas consecuencias y rehuir el empeño de la sociedad porque lo superes».

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-Han pasado doce años desde la muerte de Pablo...

-Sí, pero el tiempo sigue detenido siempre. Es algo que te acompaña ya toda tu vida. Lo único que cambia es que lo has incorporado y aprendes a llevarlo de la misma forma que un amputado deja de echar de menos su pierna en algún momento y lleva una vida normal, y no está pensando en que le falta una pierna todo el tiempo, pero el hecho es que le falta. Esto no me condiciona para ser feliz ni para seguir adelante con mi vida, ni para tener entusiasmos, ni alegrías, pero es algo que me pesa constantemente y condiciona mi forma de estar y de ser en el mundo.

-¿Hasta qué punto la muerte de un hijo te convierte en otra persona?

-La transformación es enorme, radical. Soy una persona profundamente distinta. En muchos sentidos no me reconozco en el que era antes de la muerte de mi hijo y creo que esa disociación la mantienes todo el tiempo. Eso no quiere decir que seamos almas en pena ni que vayamos arrastrando los pies por la vida, pero sí que tenemos una suerte de discapacidad emocional. Ni puedo ni deseo cambiarlo. Me dolería muchísimo que llegara un momento en mi vida en el que me diera cuenta de que esto no me pesa y de que, en cierta forma, lo he superado. Si en algún momento viera que he superado la muerte de mi hijo, me sentiría un miserable.

-¿Por qué esta reedición de 'La hora violeta'?

Han pasado diez años, una buena ocasión para echarle una mirada a un libro al que no me había atrevido a mirar. Yo confiaba en que fuera un libro prácticamente secreto y no ha sido así. Se ha hablado mucho de él, pero no había vuelto a su texto. No me había atrevido. Ni lo había releído. Y los diez años eran un buen momento para replantearme algunas cosas y compartir algunas reflexiones que no había hecho en estos diez años. La revisión ha sido muy dolorosa

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-En esta revisión cuenta que escribió 'La hora violeta' en un estado de rencor y de odio a los que venían a consolarle y le decían que Pablo ya era un angelito más del cielo y cosas así...

-–La gente sabe comportarse y es elegante y comprensiva, pero también hay torpes muy invasivos y melodramáticos. Cuando estás en ese instante de dolor arrasado, te duele más la gente que no sabe estar a la altura. En esa situación lo único que quieres es tu silencio y tu compañía. No hacen falta exaltaciones ni consuelos vacuos.

«La escritura de 'La hora violeta' no fue un acto de consuelo, fue un intento de sentir el dolor hasta sus máximas consecuencias»

-¿Dónde encontró consuelo?

-–En la literatura, en la música, en mis amigos, en mi familia... he encontrado consuelo y refugio en muchos sitios. Pero sobre todo en la literatura, pero no en la que yo escribo, sino en la que yo leía. La escritura de 'La hora violeta' no fue un acto de consuelo, fue un acto de masoquismo, fue un acto de recreación en el dolor y de intento de sentirlo hasta sus máximas consecuencias y de rehuir el empeño de la sociedad porque lo superes.

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-¿La muerte de un hijo fortalece o debilita a la pareja?

–Es algo tan radical que no admite un término medio. O la destruye o la une para siempre. En las parejas bien asentadas y armadas, como es mi caso, generalmente esto sirve para compenetrarnos y unirnos de una forma probablemente indisoluble. ¿Qué afrenta tan terrible nos tendríamos que hacer para que no fuéramos capaces de perdonarnos? Creo que estamos más allá de cualquier otra cosa. En las parejas donde hay grietas, cuando se te muere un hijo esas grietas se convierten en unos abismos enormes.

-¿Cuántas veces piensa un padre en cambiarse por su hijo enfermo?

–Constantemente. Y es una de las impotencias más graves. Somos mamíferos y a diferencia de otros animales, estamos programados biológicamente para dar la vida por nuestros hijos y sacrificarnos por la amenaza. Claro que te quieres cambiar todos los días, de forma irracional. Sabes que no es posible, pero claro que querrías. No es un gesto de heroicidad, es nuestro instinto más profundo lo que se activa en ese momento.

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Su hijo Pablo

«Me dolería muchísimo saber que he superado su muerte, me sentiría un miserable»

–Con Pablo también vivió la felicidad de un día sin pinchazos, del calor del hogar con su mujer y su hijo, unas risas con la familia. Al final, y perdone el topicazo, ¿la felicidad son estas cosas?

–Es así hasta el punto de que me ha marcado de por vida. Yo no estoy para llevarme disgustos por gilipolleces. Cuando tengo días malos que me han zurrado en algún sitio o he tenido algún revés literario profesional, verdaderamente me dura muy poco el disgusto si es que llego a tenerlo. Y eso tiene que ver con la forma con la que encaro la vida. Me cuesta mucho tomarme en serio las cosas estas que parecen tragedias para los demás.

-Después de perder un hijo, ¿todos los temores parecen insignificantes?

-Nunca he sido especialmente miedoso, pero pasar por la enfermedad y la muerte de un hijo te ayuda a relativizar muchísimos miedos. ¿Qué me puede pasar peor de lo que me ha pasado?

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-¿Consuela conocer casos similares?

–En mi caso no mucho. Yo necesito una expresión profunda de alguien que lo haya vivido. Umbral (el escritor contó su desolación por la pérdida de su hijo en 'Mortal y rosa') me ayudó a sentirme comprendido. El mero testimonio a mí no me sirve para nada.

«Los padres huérfanos hablamos con mucha naturalidad de nuestros hijos muertos, lo que suele violentar a la gente»

– 'La hora violeta' ha ayudado a otros padres 'huérfanos'...

–Tengo la satisfacción muy extraña y totalmente desconcertante de ver que ha aliviado y acompañado a mucha gente. En las firmas de los libros se me acercan lectores a decirme que gracias a 'La hora violeta' han entendido su dolor, han visto que no eran marcianos. Porque algo que ocurre con la muerte de un hijo es que la gente se siente totalmente incomprendida. Hasta tal punto que les cuesta mucho comunicar su dolor porque les cuesta mucho entenderlo. Al leer el libro mucha gente reconoció su angustia en el otro y dejaron de sentirse tan raros. Y eso les proporcionó cierto alivio y cierta sensación de compañía y de comprensión, algo para mí totalmente insospechado porque 'La hora violeta' no pretende ayudar ni guiar a nadie. Pretende ser la expresión literaria de un dolor.

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-Dice que ha domesticado la pena...

–El tiempo no lo cura todo, pero sí que lo atempera. Tu vida futura depende de que seas capaz de domesticar esa pena, y de que seas capaz de normalizarla, de naturalizarla, de incorporarla a tu propio día a día. Los padres huérfanos, o como nos quieran llamar, hablamos con mucha naturalidad de nuestros hijos muertos, lo que suele violentar a la gente. Se quedan muy parados cuando me preguntan ¿tú cuántos hijos tienes? Yo digo dos, pero en realidad uno porque uno se murió. Entonces, el silencio que se hace es tremendo. Pero bueno, es inevitable. Tampoco creo que haya que contarlo de otra forma ni que haya que preparar y edulcorar la frase para que caiga mejor al interlocutor.

–'La hora violeta' es un diccionario que es la búsqueda de una palabra que no existe, la que nombra a los padres que han visto morir a sus hijos. ¿Encontró esa palabra? 

–No, esa palabra la compone el libro entero. Viudo y huérfano, existen porque las necesita el derecho. Nosotros en teoría no la necesitamos. Somos unos desgraciados pero no necesitamos una pensión ni un apoyo del Estado en ese sentido.

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«Yo tuve que administrar la morfina a Pablo según mi propio criterio porque no había cuidados paliativos a domicilio, eso hoy ha cambiado»

–Gracias a su libro, los padres de otros Pablos españoles no están tan perdidos y desasistidos como cuenta que lo estuvieron usted y su mujer...

–Nos dejaron solos a la hora de la muerte. Pablo murió en casa porque así lo decidimos. Pero esos cuidados paliativos para mitigar el dolor y para que el sufrimiento fuera el mínimo posible solo se ofrecían en el hospital. Nosotros no queríamos que Pablo muriera en el hospital porque el hospital le aterraba, y, en sus últimos días se merecía estar en casa con sus padres, en un ambiente íntimo. Eso hizo que el sistema nos abandonase porque no había ningún protocolo para que los cuidados paliativos se trasladasen a nuestra casa. Yo tuve que administrar la morfina a Pablo según mi propio criterio. Y sacándola del hospital, no diré clandestinamente, pero un poco por la caridad de los equipos médicos, que no nos abandonaron del todo y estuvieron al otro lado del teléfono, pero legalmente no podían asistirnos. Estuvimos solos completamente. Esa soledad yo no se la deseo a nadie.

-Usted denunció esa soledad...

-Y eso ha provocado un cambio de sensibilidad y que se empezaran a instalar equipos de cuidados paliativos pediátricos a domicilio en muchas comunidades. Cuando Pablo murió eso era impensable. Y ahora los Pablos de hoy se benefician de unos programas que no existían entonces. Eso no consuela ni quita la pena ni el dolor ni el trauma, pero el hecho de tener un equipo que te asiste, que viene con sedación al propio domicilio y te transmite que no te han abandonado en la hora de la muerte es un cambio muy profundo. Un cambio que, por cierto, no se publicita porque ningún político quiere hacer bandera de esto, porque lo que se quiere hacer bandera es de las vidas que se salvan, no de la gente que hemos ayudado a morir. Eso no vende, eso no da votos, eso no queda bien en el currículum de ningún político, pero lo han hecho.

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–¿Qué recuerda de Pablo? 

–Todo. Su risa, su olor, su pelo rubio... Todo, todo, todo. Sí, sí, lo tengo muy presente, no es algo desdibujado.

–¿Conoce su hijo Daniel la historia de su hermano?

–Sí, sí. No habla de su hermano, pero lo tiene bastante naturalizado. No pregunta en exceso, pero conoce la historia, tampoco le incomoda.

–Y ese vocabulario de luchar contra el cáncer, de resistir, de ganar la batalla... 

–Pues estaría bien desterrarlo. Es una forma de acercarnos a la enfermedad, aparte de un poco infantil, bastante cruel con los enfermos porque parece que se les culpabiliza. Nadie lucha contra un cáncer, el cáncer se sufre y ya está, y da igual tu actitud, da igual que te levantes optimista o que te levantes maldiciendo a todo el mundo. La enfermedad lleva a su derrotero y uno lo sufre y es una maldición, y lo que necesita un enfermo es la compasión, la comprensión, el cariño de la gente y el apoyo decidido y mucha inversión en sanidad pública. No necesita que le digan que se ponga animoso porque nos gustan los enfermos animosos, sonrientes y transmitiéndonos lecciones de vida y esas cosas, y creo que eso es profundísimamente injusto porque les añade una presión que es lo último que necesita alguien que se está enfrentando directamente a la muerte.

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