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Otoño literario

Relato de Juanjo Braulio: Il viendra par toi

La estridente melodía de un móvil le sobresalta. Para el proyector y la imagen del hombre vestido de oscuro se congela en la pared

juanjo braulio

Domingo, 31 de octubre 2021

Dl edificio del Institut Valencià de l'Audiovisual Ricardo Muñoz Suay es una mole gris y cuadrada, como casi todos los edificios del Centro Tecnológico de Paterna. Aparca a su sombra, como cada lunes. Las tormentas de la semana anterior han alfombrado el suelo de hojas y ramitas de naranjo amargo que llenan el aire con aroma a azahar podrido que le recuerda a ella. Le encantaba aquel olor verde y cítrico. Tanto como ponerle celoso hasta enloquecerlo.

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El sábado había salido el sol por primera vez después de casi una semana de lluvia y el Día de Todos Los Santos invitaba a ir a la playa más que a los cementerios. El viento de poniente alisaba las olas y convertía el mar en un espejo de estaño azulado. Entre las dunas de El Saler había poca gente, «pero aquel grupito de chavales -recuerda- de cuerpos torneados en el gimnasio hizo que ella se pusiera provocadora. Debía ser la sangre cubana. O que una puta siempre es una puta, la muy desagradecida. No habíamos estado ni media hora en la arena cuando empezaron que si las miraditas; que si las sonrisitas; que si qué estás diciendo, amor; que yo no he hecho nada; que si estás paranoico; que si eres un capullo celoso; que qué estás haciendo; que para por Dios…»

La ahogó, pese a que ambos estaban con el agua por la cintura, a menos de cinco metros de la orilla y el viento se la llevó despacio mar adentro desde la playa desierta. «Nadie echa de menos -piensa- a una inmigrante sin papeles» y, de momento, todo le da la razón. Ha escuchado los informativos y revisado los periódicos para ver si la han encontrado ya, hinchada como un globo y con los ojos comidos por los peces. Pero no ha sido así. La ponentà otoñal debe seguir llevándosela. «Bien -se dice a sí mismo- cuanto más tiempo la aleje el poniente, menos reconocible estará».

Cuando la conoció en uno de los bordes de la V-31, sentada en una silla blanca bajo una sombrilla, le dijo que en Cuba era maestra y que se dedicaba a aquello de manera temporal y «como soy un imbécil, me enamoré y como estaba enamorado, lo pagué todo, desde las bragas hasta el teléfono móvil. Todo. A cambio de que se le fueran los ojos tras el primer cachas que le lanzaba una mirada cachonda».

«Era mía -cavila- y por eso cedí siempre; siempre». No podía negarse a ninguno de sus caprichos con aquel acento dulce, aquella sonrisa zalamera y aquellos pezones del color del café. Ni siquiera el carísimo Iphone cuyo peso nota en el bolsillo de la chaqueta cuando llega a su puesto de trabajo.

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En su despacho, en la sección de Restauración Audiovisual, hay un proyector encarado hacia una pared que sirve de pantalla. Se sienta en su silla y mete el móvil, apagado, en un cajón. «Lo mejor será centrarse en el curro -cavila- y actuar con normalidad. Nadie me ha visto nunca con ella». Su tarea del día es el visionado y análisis de estado y daños de una vieja cinta que le espera en el interior de una lata redonda manchada por hebras de óxido y alguna que otra leve abolladura. Lee la ficha del material que han realizado los compañeros de la sección de documentación:

TITULO: 'Il viendra par toi'

AÑO: 1901

AUTOR: Desconocido

FORMATO: Celuloide impregnado de nitrato de plata de 17'5 milímetros.

DURACIÓN: 1'37''

ORIGEN: Hallada en el Palacio de los Català de Valeriola (Valencia).

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PROPIETARIO: Generalitat Valenciana. Institut Valencià de l'Audiovisual.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

El título y el año está escritos en la lata, legible pese a sus 120 años. Papel grueso, protegido por goma arábiga y tinta que el tiempo ha vuelto rojiza. Un detalle le llama la atención: el título parece de una obra dramática o, al menos, con cierto argumento, lo que es extremadamente extraño. La primera película no documental de la historia es el Viaje a la Luna, de Georges Meliès, y fue rodada en 1902. Las cintas españolas anteriores a 1910 son siempre tomas de la vida real con lo que Il viendra par toi suena a ficción. También llama la atención su nombre en francés. Él es un experto restaurador de películas antiguas y no le consta que en los albores del cinematógrafo en Valencia hubiera ningún realizador galo.

Se pone los guantes de algodón blanco para no dañar la película y extrae la cinta de la lata. Con extremo cuidado la coloca en el proyector. La luz atraviesa el celuloide y, en la pared, la Valencia de principios del siglo XX resucita, con cómico paso apresurado en blanco y negro.

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Aquella mañana de hace más de cien años era tan radiante como la del sábado. Damas que lucen vestidos con polisón y sombreros de plumas pasean del brazo de caballeros de blanco, sombreros de paja y finísimas varas de caña de bambú. Parece que sea verano por las mangas a medio antebrazo de las señoras y las chaquetas claras de los hombres. Un carruaje aparece por la izquierda; a bordo lleva cuatro señoritas que se protegen del sol con sombrillas de seda y encaje. El landó se aleja rumbo a la espesura de los Jardines de Viveros, reconocibles al fondo de la escena. Desde el lado derecho un hombre aparece en el tiro de la cámara. Está lejos de la lente, pero destaca por su traje oscuro. Muy oscuro. Es casi un borrón de tinta china que se mueve entre el vuelo de las faldas que brillan al sol mediterráneo. Luce un espléndido mostacho reconocible en la distancia, un bombín en la cabeza y una vara en la mano izquierda. Camina con paso decidido hacia el operador.

La estridente melodía de un móvil le sobresalta. Para el proyector y la imagen del hombre vestido de oscuro se congela en la pared. Está casi convencido de que el suyo lo tiene en silencio, como siempre hace cuando está trabajando. Se levanta de la silla y se acerca al perchero para comprobar que, en efecto, no es su celular el que suena. Su propia sombra añade otra mancha de oscuridad en la soleada mañana valenciana de hace más de un siglo. El sonido sube de intensidad. Y el proyector se vuelve a poner en marcha.

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Cuando gira la cabeza para comprobar si alguno de sus compañeros -atraído por el timbre del teléfono- ha sido quien ha encendido de nuevo el aparato, se da cuenta de que sigue estando solo en la estancia. No obstante, el teléfono sigue bramando. El sonido surge del mueble donde ha dejado, no hace ni diez minutos, el Iphone apagado; o quizá es que no lo estaba. Abre el cajón y el dispositivo, en efecto, chilla y vibra como si estuviera vivo. Número oculto. No se atreve a cogerlo.

Mira a la proyección. El caballero del traje negro, bombín y mostacho se agranda en la pantalla mientras se lleva la mano al bolsillo derecho de su pantalón y saca un teléfono móvil -un iPhone- que se lleva al oído.

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Y le señala con el dedo.

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