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Lorenzo Silva (Madrid, 1966), escritor. Cuarenta y un años dedicado a la creación literaria. Galardones como el Planeta y el Nadal, entre otros, le avalan. Desde hoy contará con el Premio de las Letras que cada año concede el Ateneo de Valencia. Esta noche ... estará en la capital del Turia por el reconocimiento que recibe «abrumado». Premian su trayectoria, algo que le lleva a reconocer que es «momento de hacer balance. Tengo camino a las espaldas y tengo que plantearme qué he hecho». Pero hay otra mirada, la que apunta a la sensación que le produce: «Me resulta muy gratificante» en un escenario en el que, según explica, «los lectores valencianos han sido muy generosos conmigo». El novelista habla también de su obra' Castellanos', una novela que se sumerge en las revueltas de los comuneros de Castilla.
-¿Qué supone el premio del Ateneo, cómo lo recibe?
De entrada tiene dos dimensiones. La primera es la de premio a una trayectoria, y la verdad es que me guste o no, estoy en un momento en el que tengo que hacer balance. Llevo cuarenta y un años escribiendo. Es verdad que tengo camino a las espaldas y tengo que plantearme qué he hecho, y qué tengo que hacer, que es fundamentalmente lo que me interesa. Estos reconocimientos reconfortan. Yo siempre me he tomado la literatura como carrera de fondo, y no de éxitos puntuales. Que alguien te lo reconozca ayuda a conjurar algunas dudas que cualquiera que se dedica a la creación tiene. Y cuenta con una dimensión valenciana. Me resulta muy gratificante porque los lectores valencianos han sido muy generosos conmigo. Tanto en la respuesta de ventas de mis libros como en reconocimiento. Tengo otro premio valenciano, el de VLC Negra. Me siento un poco abrumado, siempre he venido muy a gusto a Valencia, y me he ocupado de esta ciudad en alguna obra.
-¿La novela en España responde a esos criterios de universalidad que le he oído decir que debe tener la novela?
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-Como todo, depende de la novela y del autor. Además, legítimamente. Si alguna vez he dicho eso, me he expresado mal. Yo no pretendo darle reglas a nadie. Busco plantearme cuál es el tipo de literatura que me gusta leer y, por tanto me gusta escribir. Me gusta leer y escribir la novela que puede representar conflictos universales, alcanzar al conjunto del género humano. No me gusta escribir para cofradías, para nichos, ni pensar que mis destinatarios son unos lectores especializados. Dicho esto, muchas veces la única manera de construir universalidad es partir de lo concreto. Nuestro autor más universal tituló su novela 'Don Quijote de La Mancha', un punto muy concreto de Castilla, y desde ahí hizo una historia universal.
-¿De qué nos salva la literatura?
A mí me ha salvado de muchas cosas. Entre otras, lo digo en broma, me salvó de la abogacía, profesión a la que dediqué diez años de mi vida y a la que, hablando en serio, le estoy muy agradecido. Es una profesión que también tiene sus momentos duros, lleva a vivir permanentemente en el conflicto y ante situaciones complicadas que no siempre tienen fácil solución. Además, con coordenadas que te imponen desde fuera. La literatura tiene la ventaja de que es un espacio de libertad, tanto para el lector como para el escritor. De lo primero que nos libera es de las servidumbres, a veces de las más extremas. Una experiencia que me ha dado qué pensar han sido los clubes de lectura en centros penitenciarios al ver cómo esas personas, privadas de la libertad más elemental -la libertad ambulatoria- encuentran en los libros su única ventana al mundo. Alguno me lo ha dicho: si no hubiera sido por los libros no estaría hablando conmigo. Eso conduce a que la literatura, además de la dimensión cultural y de entretenimiento, tiene un valor reparador. El confinamiento, al final, ha sido la medida de fomento de la lectura más eficaz que ha tomado ningún Gobierno en los últimos cuarenta años. Las razones no eran esas, ni podemos frivolizar con ellas, pero la verdad es que se ha notado con un incremento de la lectura y la venta de libros. Yo mismo lo he notado, es significativo. La literatura tiene algo de reparador, de sanador frente a la adversidad.
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-¿Con su libro 'Castellano', el último que ha publicado, ha sacudido conciencias identitarias en España?
-No lo hice con esa intención. Realmente era un libro muy personal, de reconexión con parte de mis raíces, e identidad personal. Subrayo mucho lo de personal porque entiendo que la identidad es una cuestión estrictamente individual, aunque tengamos entre nosotros tantos empeñados en colectivizarla y decirnos lo que es ser desde un buen español, un buen catalán, vasco y seguramente también qué es ser un buen valenciano. Pues creo que la identidad es una aventura del individuo. Y rara vez es pura. Incluso tiendo a pensar que no es bueno que sea pura, siempre tiene elementos de mestizaje y una raíz castellana muy profunda, identidad que yo veía maltratada, malparada, vilipendiada, muchas veces de manera injusta. Atribuyéndole incluso lujos y privilegios que Castilla y los castellanos ha estado lejos de disfrutar. El resultado inesperado se ha dado. Me han escrito muchos castellanos agradeciéndome el libro como un viaje identitario que les ha permitido restaurar una identidad que no tiene quien la reivindique y la vapulean casi a diario. No he escrito este libro contra nadie, ni para empujar con la identidad castellana cualquier otra identidad; ese torneo no tiene ningún sentido, pero siempre cabía la posibilidad de que alguien maliterpretara. Algún paso ha habido, pero pocos. Las lecturas desde fuera de Castilla han entendido que no hay ningún ejercicio de nacionalismo castellano, sino de reconexión afectiva con lo que los castellanos han dado a España y al mundo y que no carece de valor.
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-¿Qué ha legado Castilla a España?
-El primer legado que ha dejado a España y el mundo es una lengua, un vehículo de comunicación, una lengua común con la que nos podemos entender los casi cincuenta millones de españoles, pero también los casi 500 millones que tienen el español como lengua nativa. Alguien me lo ha discutido, y me ha dicho que hay gente cuya lengua nativa es el asturiano o el catalán, y que por tanto hay que descontarlos. Yo me remito a fuentes que no son siquiera fuentes españolas. Hay un insto internacional que hace siempre la evaluación. El castellano es la segunda lengua del mundo detrás del chino mandarín en hablantes nativos. Un vehículo de comunicación, un espacio no sólo para entenderse y a veces parea discutir. También un espacio para pensar, para soñar. En el fondo es una herramienta para construir alguna de las dimensiones más nobles de la condición humana. Eso no es poca cosa, Y esa lengua ya no es patrimonio exclusivo de Castilla.
-Ha hablado del primero, ¿y el segundo?
-Las doctrinas políticas, y que vienen de la revolución de las comunidades. Comparte algunos principios, pero no tan desarrollados con las Germanías valencianas y baleares. Estas partieron de una idea parecida, de la idea de la dignidad de la comunidad, frente al interés del soberano. Lo que tenía Castilla era la Universidad de Salamanca y los juristas de Valladolid, que le dieron una forma doctrinal y jurídica que no alcanzaron las Germanías. Y esas ideas que se acabaron plasmando en la ley perpetua de Ávila y los capítulos de Tordesillas han traspasado el constitucionalismo español hasta llegar a la Constitución vigente -1978-, cuyo artículo 9 en realidad es lo que origina el movimiento de los comuneros y las Germanías: un alzamiento frente a la arbitrariedad de quien en ese momento ostenta el poder que es el emperador Carlos V. Esos principios los invocaron los liberales del XIX y los republicanos. Modesto Lafuente y Manuel Azaña estudiaron la revuelta de las comunidades. Hablamos de hombres que escribieron textos constitucionales que están en los antecedentes y la raíz del que ahora tenemos. No es poca cosa.
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-¿Los españoles desde el punto de vista cultural somos unos acomplejados?
-Creo que lo que somos es negligentes y descuidados. Por ello conocemos poco y mal lo que somos, lo que hemos sido y aportado. De esas teorías de las que hemos hablado y que luego desarrolla la Escuela de Salamanca. Francisco de Vitoria empieza a trabajar recogiendo las doctrinas de su universidad, de ahí sale una teoría sobre los límites del poder que después dará pie a elaborar lo que sería la base de la moderna teoría de los derechos y libertades fundamentales. La teoría que ha dado la dignidad a miles de millones de personas en el mundo, que estaban desprovistos de ella; la dignidad que merece un ser humano por el mero hecho de serlo su raíz remota está en Cicerón, San Agustín y Aristóteles, pero en su concepción moderna hay españoles. Y una sala de la ONU en Ginebra se llama Francisco de Vitoria, y sin embargo nosotros dejamos como que pase, o que eso de los derechos y libertades lo inventaron los franceses de la nada, pues no. Además, tiene que ver con las Leyes de Indias, que se incumplieron sistemáticamente, pero por lo menos España tenía leyes que reconocían derechos de los indios y permitieron que en el siglo XVI ya hubiera indígenas estudiando en las universidades, y que permiten que algunos grandes de España desciendan de Moktezuma.
-¿El debate en torno a la colonización y deseo de eliminar cualquier huella cómo lo ve?
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-Está todo escrito y documentado por los propios españoles. Quien quiera ver la mayor objeción a lo que ha sido la colonización española, pues se puede leer 'Túpac Amaru' libro escrito por el aragonés Ramón J. Sénder y cuenta cómo los criollos peruanos maltrataban a los indios en el siglo XVIII. Ninguna colonización ha estado libre de atropellos, como la cartaginesa, o la conquista romana de Hispania. Eso está ahí siempre, pero una vez tenemos la perspectiva de la Historia, lo que no podemos decir es que fue simplemente una barbarie. A mí lo que me llama la atención es eso de pedir perdón, ¿pedir perdón a quién? Me parece que son cosas anacrónicas. Plantearía esta objeción ¿si la historia de la humanidad ha sido una historia de guerra, de violencia el primero que tiene que adelantarse a pedir perdón a alguien es el que por lo menos reconocía, al menos formalmente, derechos a los indígenas desde el primer momento y el país que reconocía como nobles propios a los nobles de los países conquistados? ¿No tendría que pedirlo antes quien ni siquiera los consideraba seres humanos?
-Francia va a recuperar el dictado y la lectura en voz alta en la escuela. ¿Cree que esto es necesario en España, y sobre todo en las comunidades bilingües como es el caso de la Comunitat Valenciana?
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-Bueno, no soy un experto pedagogo y no voy a pretender saber de lo que no he estudiado. Lo que puedo decir es que yo cada día leo veinte minutos en voz alta con mi hija y su madre lee otros veinte minutos. Creo que tenemos que conectar profundamente con el lenguaje oral y el escrito para descifrar la realidad en sus dimensiones más complejas. Si sólo miramos una tableta perdemos esa capacidad. Esas habilidades las tenemos que cultivar todos, bilingües y monolingües. Pero una sociedad bilingüe impone un desafío suplementario, también estimulante. Los que superan el ejercicio humano van a tener un capital intelectual magnífico, pero no es fácil. Y sobre todo lo que no se puede es hacer trampas en el solitario, falsos bilingüismos basados en la preeminencia de una lengua y postergación de la otra. Lo que voy a decir sé que no es muy popular, pero yo me encuentro con personas que han pasado por sistemas de inmersión lingüística con una ortografía del castellano bastante precaria. He vivido en una comunidad bilingüe como es Cataluña y he descubierto cuando te acercas al lenguaje escrito y lees la literatura catalana de cierto nivel, la expresión escrita de muchos catalanes que se dicen competentes también deja bastante que desear en su propia lengua. No es un empeño fácil si quieres desarrollar una competencia lingüística plena.
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