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JOSÉ LUIS BENLLOCH
Domingo, 17 de octubre 2021, 01:50
Morante otra vez. En Jaén como en Sevilla o como en Madrid, brutal, torero, inspirado y hasta inesperado. Cuando todas la ilusiones parecían haber ... sucumbido en el despeñadero de seis toros infumables, mansos y huidizos, el genio de la Puebla se enfadó, frotó la lámpara y cuajó una faena desgarrada y torerísima que él mismo calificó de locos. Para llegar a aquella apoteosis final necesitó enfadarse con el presidente por devolver un toro que a él sí le gustaba; con el mismo toro sobrero que de entrada no le entró por el ojo; se enfadó seguidamente ¡y de que manera! con el maestro de la banda que comenzó a tocar y dejó de tocar, «parece el de Sevilla» dijo a los micrófonos de los compañeros de la tele como si adivinase un complot judeomusical contra él. Aquel galimatías debió convocar a los astros y el de la Puebla se erigió sobre las cenizas para mayor gloria del toreo en una tarde que parecía deslizarse definitivamente por un tobogán de desilusión.
Sucedió en el cuarto cuando el presidente ordenó que el toro titular de Domingo Hernández volviese a los corrales en una extraña decisión que felizmente acabó dando argumento al festejo. En su lugar salió un toro Sancho Dávila, que sin ser un dechado de virtudes supo a gloria. Morante, cosas de los genios, en medio de aquel revoltijo se creció y acabó con el cuadro. Inspirado, creativo, se sumergió en la historia grande del toreo y rescató maneras y suertes de las épocas más gloriosas. Los ayudados a dos manos, por arriba, barriendo el lomo al toro; o por abajo imponiendo su mando, hacían crujir los tendidos; los banderazos por arriba o pases del celeste imperio, así los llamaban porque decían que servían para engañar a los chinos, tan desprestigiados al punto que habían desaparecido de los repertorios actuales, eran gozosa sorpresa… todo sabe a gloria cuando lo interpreta este loco maravilloso que hasta cabreado torea bien o mejor. Eso por no hablar de sus naturales, ayer de frente, ejecutados con un ritmo dulzón y afable que acaban confiando a los toros más renuentes y por si todo eso no basta Morante improvisa con los molinetes, con la salidas de la cara del toro, con su gestualidad y acaba enloqueciendo al público, al presidente y no sé si condicionando a los compañeros, que no es la primea vez que pasa acaban apocados y sin saber que camino tomar para escapar de aquella ola de morantismo.
Ya en su primero había dado muestras de su momento feliz. Fijó, templó y le dio esplendor a un toro tan desclasado como desordenado. A dos manos hubo lujo y con la zurda plasmó lo que no era fácil imaginar que podría dibujar. Viéndole cabía pensar que no necesita toro, que aún no siendo cierto lo parecía. Lo mató de una buena estocada, también al del triunfo grande, detalle que en su caso no deja de ser otra rareza, otra excepcionalidad.
Sucedió en la primera de la feria de Jaén. Después de muchos años en los que a las figuras les costaba acudir a esa feria jienense este año, cosas de la buena gestión, la corrida de San Lucas se presentaba como todo un acontecimiento, si me apuran como una cita para que los grandes triunfadores del año dijesen su ultima palabra. Y naturalmente el coso de la Alameda se revistió de gran acontecimiento. Expectación grande, mucha gente, pero una vez más el hombre propone y el toro descompone. Claro que con un poco más cuidado en la elección de una corrida y más cuando hay toros de sobra en el campo, es más difícil que se descomponga nada.
A Juan Ortega le tengo anotado en la memoria una verónica y un gran espadazo; a Emilio de Justo, voluntarismo incluso en exceso. En el torero lo que no puede ser no puede ser salvo que se empeñe Morante, que cortó tres orejas.
En este año de restricciones y rarezas ha emergido otro Ortega para la historia del toreo. Lo ha hecho cosido a un capote de seda y sentimiento. Será el cuarto entre los elegidos si las cuentas no me fallan y las predicciones no se van al garete, deriva que se convertiría en pena grande. Está el Ortega pensador que tomó los cosos taurinos como laboratorio social: «el que quiera saber que pasa en España que se asome a una plaza de toros» dicen que dijo y la conclusión del aquel silogismo en una patria alterada y convulsa todavía tiene vigor. Le sucedió otro Ortega, Domingo, no menos pensador, que de labriego pasó a codearse con la intelectualidad, coetáneo del primero con el que llegó a alternar al alimón en las tientas de Navalcaide; el mismo al que ya terrateniente los milicianos sacaron a hombros de la plaza de Valencia en la Fira de Juliol del 36; de este maestro, nacido en Borox, del que los textos hablan de su poderío, tanto que cuando reapareció aseguran que le faltaba toro que domeñar, quienes le disfrutaron cuentan y no acaban de su capote, de su temple y también de su conferencia en el Ateneo y de su agudeza castellana en las tertulias con Sebastián Miranda, Edgar Neville, Cossio, Cañabate, Zuloaga…
Más tarde, en los ochenta llegó el cartagenero Ortega Cano al que el personaje que le correspondió por matrimonio está a punto de devorar su gran dimensión como torero si es que no lo ha engullido ya. Se trata de un torero tremendamente valiente en el sentido más real (nada que ver con el tremendismo) al que los toros le cobraron la gloria y el dinero con una colección de cornadas que le serpentean todo el cuerpo sin que lograsen apearle de su concepto clásico y de su verdad torera. Y ahora aparece este Juan Ortega con carta de naturaleza trianera y el tempo de los grandes artistas. Recomendado inicialmente por Madrid ha salido reforzado de la gran prueba de Sevilla. Ni siquiera el impacto Morante o la gran faena de Urdiales que habitan en sus mismos jardines han difuminado la deslumbrante impresión que dejó entre sus paisanos que hasta ese momento y pese a su trayectoria de años, apenas conocían sus virtudes. Como todos los de su género que tampoco son muchos, necesitará de un tiempo de cocción y hasta de paciente comprensión en las tardes difíciles pero ya demostró que vale la pena esperarle. Tras este 2021 queda colocado para su consolidación definitiva en un momento en el que tras la aplastante hegemonía de diestros lidiadores, de los de ordeno y mando, se valora con ilusión el toreo que emerge de los pulsos aun a costa de aceptar sus irregularidades. Hay casos que lo merecen.
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