Susana Godoy / Alquimia Sonora
Domingo, 6 de julio 2014, 20:14
Propuesta infalible de nuevo la del viernes pasado en el dELUXE Pop Club y su apuesta por los acústicos de calidad y por la cercanía e intimidad entre público y músicos. Cartel doble en formato dúo y semi acústico con Nanga Parbat, en la parte local, y McEnroe, venidos del norte para contrarrestar los calores de esta tierra.
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Nanga Parbat ofrecieron el aperitivo valenciano de altura que no debe faltar en las salas de conciertos de nuestra ciudad. La banda nace en Italia hace unos años como proyecto personal de Mario Dubla, con un nombre que hace referencia a la novena montaña más alta del mundo. Su música no posee escarpados picos en los que camuflarse. Praderas sonoras emergiendo del invierno en forma de un folk con influencias norteamericanas y pretensiones introspectivas que ellos mismos definen como la banda sonora de las cosas irremediablemente perdidas. No se siente una perdida al escucharlos, sino en búsqueda constante de una sonoridad acompañada por la voz de Mario y la alternancia entre el delicado violín y el metalófono de Carla Pascual.
Formato de dúo, pues, para un colectivo musical que tomó forma en Valencia, allá por el 2010, para acoger y dar forma a las inquietudes propias de Mario. 8125m, su primer trabajo editado, es prueba fehaciente de cómo salen las cosas cuando los músicos cogen las riendas de su propio trabajo y ponen el ojo en cada detalle. 20 minutos sobre el escenario fueron suficientes para imbuirnos de sus atmósferas y dejar un rastro montañoso que se transformaría, suavemente, en las playas de McEnroe.
Ricardo Lezón y Gonzalo Eizaga fueron las dos piezas de la banda vizcaina que mostraron esta vez sus canciones armados de voz y guitarras y en un recinto más cercano. Cercano en proximidad, porque la intimidad la llevan implícita en el adn de cada uno de sus temas y sus letras. Una oportunidad de mirar a los ojos, de sentir las emociones que transmiten, una a una y desgranadas en un conteo al que nunca se le ve final cercano. O eso quisiéramos.
Las canciones de McEnroe tienen un recorrido emocional que cada uno puede hacer propio, con recovecos y cambios de dirección que no siempre pueden ser racionalmente explicados. Ventanas abiertas o melancolía, según la disposición y las vivencias del que escucha, pero siempre delicadeza en las melodías y en la voz algo rota de Ricardo. En esta ocasión, el puzzle personal se vio menos desordenado, menos solemne que en formato banda. Menos presente el frío y el viento, más calidez y más rayos de sol que melancolía, en una ocasión perfecta para apreciar la solidez de su propuesta.
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Sonaron Otras vidas y Los Veranos, que siempre nos traen a Mirem Iza al pensamiento, Mi Vietnam, La Cara Noroeste, y ese desgarro que siempre es La Palma, con la guitarra de Gonzalo como vehículo perfecto de transmisión de recuerdos por una calle de Madrid.
Mundaka saca todos los amaneceres vividos de la memoria, para enterrarlos de nuevo en los finales anunciados de Tormentas. Vaivenes emocionales según el oído y los surcos que cada uno haya hecho en edredones propios y ajenos. Paseos por calles de ciudades extrañas y besos sin querer, tiempo de canciones antiguas y casas sin paredes. Escaladas sin red llenas de canciones y, entre medias, la gran noticia de que en agosto tienen pensado encerrarse a grabar un nuevo disco, del que nos ofrecieron una muestra que, obvia preguntar, nos dejó a todos con ganas de que llegue el momento de tener el disco en nuestras manos. Un próximo trabajo que grabarán en La Mina que promete más luz y menos peso en las letras, por la descarga emocional que parece haber supuesto el proyecto paralelo de Ricardo, Viento Smith. Cuando una canción de McEnroe dice algo como y cabe la posibilidad de que te pueda olvidar en algún momento, somos conscientes de que sí, esa luminosidad es posible.
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Desde el lanzamiento de Las Orillas, no hay ni debe haber concierto de McEnroe que no escoja Las Mareas para la parte final. El público, sumido en un silencio admirativo (algo funciona muy bien sobre un escenario cuando lo único que se escucha en la sala es música), no pudo evitar romperlo para acompañar a Ricardo en esos versos ya tan anclados al universo McEnroe: Ya no temo a las mareas que vienen y van, ahora me tumbo en tus piernas a verlas bailar. Un estribillo que aleja los demonios, que abre ventanas y que enmarca playas y amaneceres encontrados. Y que, aunque la noche no acabe ahí (aun hubo tiempo para más), quedará flotando en la memoria y entre las cuatro paredes de cualquier sala.
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