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Tocados con monteras, los cuatro de Liverpool bajan del avión en Barcelona, después de tocar en Madrid. Cantaron para 18.000 personas
«¿Por qué no os cortáis el pelo?»

«¿Por qué no os cortáis el pelo?»

Los forofos dicen que la Transición española empezó cuando los Beatles aterrizaron en Madrid hace ahora medio siglo. A Franco le espantaban, pero Isabel II y los toros se metieron por medio

IRMA CUESTA

Domingo, 5 de julio 2015, 09:30

Una semana antes del primero de los dos conciertos que los Beatles iban a ofrecer en Madrid y Barcelona, las entradas y los carteles estaban embargados, y Brian Epstein, el manager del grupo, aún no tenía el permiso del Ministerio de Gobernación para actuar. En la España tardofranquista de mediados de los años sesenta, la visita de aquellos cuatro melenudos era más de lo que el régimen podía tolerar. ¿Qué pasó entonces? Cuentan que la reina Isabel II acababa de nombrar a los músicos de Liverpool caballeros del Imperio Británico y que el miedo a generar un conflicto diplomático acabó de un plumazo con tanto remilgo. Hoy, cuando se cumple medio siglo de todo aquello, y nuestro país hace décadas que viaja desmelenado en el tren de la modernidad, recuerda la visita como un acontecimiento histórico sin precedentes. Tanto, que los más entusiastas entre su legión de seguidores aseguran que la verdadera transición no comenzó, como creemos, a finales de 1975, sino en aquellos primeros días de julio de diez años antes.

Los Beatles incluyeron una parada en España dentro de su gira europea gracias a una increíble sucesión de acontecimientos. De alguna manera, los toros hicieron posible el milagro. El promotor musical Francisco Bermúdez coincidió en una corrida en Sevilla con Brian Epstein, y animado por el éxito que comenzaban a tener grupos locales como Los Brincos o Los Sirex, lo convenció para traer a sus chicos. No es que entre toro y toro, embriagado por el ambiente, el inglés bajara la guardia. Bermúdez tuvo que luchar para vencer sus reticencias. Epstein mantenía que en un país en el que se habían vendido muy pocas copias del último disco de los Beatles no merecía la pena actuar. Pero el promotor español respondió con un argumento irrefutable: si en aquella España de mediados de los sesenta, en la que solo había constancia de la existencia de 1.500 tocadiscos, se habían vendido 3.500 álbumes, eso, sin duda, era una señal.

Bermúdez cuenta que Epstein le invitó a viajar a Londres para cerrar el trato con un apretón de manos. «Fue un pacto entre caballeros. Acordamos que darían dos conciertos, uno en Madrid y otro en Barcelona, de treinta minutos cada uno, y que se pagarían 500 libras esterlinas (900.000 pesetas) libres de impuestos». El relato del promotor musical se guarda como un tesoro en los archivos de Radio Nacional, donde los locutores se referían al grupo -como la mayor parte de los periódicos del momento- como «degenerados» y «elementos disolventes».

Campaña de descrédito

La campaña de desprestigio se puso en marcha mucho antes de que el 'Caravell' de Air France en el que viajaba el cuarteto aterrizara en Barajas a las 17.40 minutos de aquel 1 de julio. Un despliegue que no pudo con el entusiasmo de decenas de jóvenes, curiosos y valientes, que aquel día los esperaron en un aeropuerto literalmente tomado por la policía.

José Luis Álvarez, fundador de la revista 'Fonorama', una de las pocas que arropó la llegada de los Beatles, se precia de ser el único periodista que hizo una entrevista a los que por aquel entonces ya eran considerados un fenómeno musical. Él, que hace solo unos días presentó en Madrid el disco que recupera la grabación de aquel mítico concierto, quedó horrorizado cuando, horas antes, en la primera rueda de prensa en territorio patrio, sus colegas les preguntaban cosas como: ¿Conocéis a Marisol? o ¿Por qué no os cortáis el pelo?

'La atracción más famosa del mundo' -así se publicitó el evento- salió al escenario de la plaza de toros de Las Ventas a eso de las diez de la noche del 2 de julio, anunciada por un Torrebruno exultante. «Ha llegado el momento. Por primera vez en España, los únicos, los fantásticos... los Beatles», gritó el showman italiano ante las poco más de cinco mil personas que, previo pago de entre 75 y 450 pesetas, en un país en el que el salario mínimo rozaba las 60, se habían hecho con una entrada y vencido el miedo. Y es que, según han contado quienes estuvieron allí, la plaza y los alrededores estaban literalmente tomados por la Policía Nacional y la Guardia Civil, que iban dando el alto a todo el que consideraban subversivo o llevaba el pelo más largo de lo que por aquel entonces se consideraba políticamente correcto.

De todo aquello ha dado fe Ignacio Martín, bajista de Los Pekenikes, que actuaron como teloneros. Recuerda que muchos chavales se quedaron en casa con la entrada en la mano porque sus padres no les permitieron ir al concierto, y que otros tantos no llegaron a entrar porque ya en la puerta no les dejaron. También que, cuando Bermúdez les dijo que contaba con ellos para que actuaran antes que los Beatles, estuvieron dándole vueltas a qué canción interpretarían hasta que se decidieron por 'Tengo una muñeca'. «Al fin y al cabo, era lo que sonaba más a rock de lo que hasta entonces teníamos grabado».

Los cuatro de Liverpool salieron al escenario para tocar doce canciones. Ni una más. Un repertorio que se inició con 'Twist and Shout', un John Lennon tocado con un sombrero cordobés y amplificadores de cien vatios cada uno que no consiguieron que aquello sonara todo lo bien que merecía. Aún así, aquello mereció la pena. A pesar de los 'grises' que, según la escritora Rosa Montero, arreaban a diestro y siniestro a la salida del concierto.

La prohibición de Fraga

Al día siguiente de aquel primer concierto, los Beatles cogieron un avión de Iberia con destino a Barcelona. Una anécdota da idea de cómo andaban las cosas por entonces: la fotoperiodista Juanita Biarnés logró colarse en aquel viaje, fotografiar al grupo y pasar unas horas con él en el hotel, pero nadie, salvo la revista 'Rolling Stones', quiso publicar la exclusiva. De hecho, Manuel Fraga, a la sazón ministro de Información y Turismo, ordenó que todas las noticias relacionadas con aquella suerte de invasión británica se limitara a las imágenes seleccionadas para el NO-DO y prohibió la emisión de un documental que varios estudiantes de Imagen prepararon sobre los dos conciertos en España. Sea como fuera, lo cierto es que en Barcelona el número de asistentes al segundo y último concierto del grupo ascendió a 18.000. Después de 'Si yo tuviera una escoba', de Los Sirex, a las doce de la noche aquellos geniales melenudos salieron a escena para ofrecer sus éxitos.

Manuel Teira, experto en música y reconocido adorador del grupo, asegura que en aquella España pintada en el blanco y negro del nacional catolicismo, las actuaciones de los Beatles -aquellos bárbaros que perjudicaban a los jóvenes de Europa berreando yeyé y peinados a lo garçon- fueron un pequeño agujero por el que se coló un poco de la luz. Y es que, como dicen los que saben, el verdadero éxito de los Beatles es que fueron capaces de provocar una revolución y sobrevivirla; de superarse a sí mismos en cada disco, incluso cuando ya no se soportaban.

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