Alquimia Sonora / Amalia Yusta
Sábado, 21 de noviembre 2015, 10:08
Es fácil emprenderla con la crónica de un concierto cuando las sensaciones que todavía vagan por el ambiente tienen que ver con la calidad que emanó, con su elegancia sobre el escenario y con ese poso de positivismo a golpe de ritmo mediterráneo y brasileño. Thaïs Morell presentaba un segundo trabajo en La Rambleta de Valencia, Amaralina, siguiendo en cierta medida la estela brillante de su anterior disco Cancionerira. Música tradicional bañada de jazz y pasada por el filtro de cada uno de los músicos que la acompañaron sobre el escenario que, en definitiva, fueron partícipes también del desarrollo de Amaralina. Noche de brisa brasileña y de salinas mediterráneas.
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Thaïs Morell encabezando el quinteto con los (indispensables ya) Ales Cesarini (contrabajo), Andrés Belmonte (flauta) y David Gadea (percusión) y la incorporación de Albert Palau al piano y el rhodes. No serían los únicos que subirían al escenario de La Rambleta: Alexey León (saxo), Crá Rosa (percusión), Mariano Steimberg (batería), Carlos Sanchís (acordeón), Ceci Debergh (coros) y Natxo Tamarit (bajo) terminarían de diseñar la cuadratura del círculo que llegaba con Amaralina. Una plantilla de músicos certeros que ya nos tienen acostumbrados a su efectividad y a acertar más allá de sus perfectas ejecuciones: son el alma de lo que trasciende en el patio de butacas. Pero más allá de eso, el empaste milimétrico de cada uno de ellos para que temas como ese Segura o tombo da canoa acaben estallando con la amalgama de percusión y los versos atrabalenguados en la voz de Thaïs Morell.
La complejidad de mantener el equilibrio entre el jazz (la tradición jazzística de prácticamente todos los músicos fue patente desde sus primeros compases) con sus concesiones y ese trasfondo pop cargado de groove (el tema Amaralina es un ejemplo) que queda en la base de las composiciones. Conseguir que los puentes instrumentales brillen por sí solos pero sin apoderarse del tema en concreto. Eso sí, sin renunciar a la magia de algunos momentos como el solo de Alexey León en Vestida de Kentê o las cuerdas en Sambhaliji.
Es complicado que un trabajo como Amaralina, sin residir en la ortodoxia musical del jazz, de la bossa, del folk o de cualquier otra reminiscencia que pueda sugerir, consiga digerirse sin derrotar a los espectadores. Su éxito no solo reside en la pulcritud de cada una de las interpretaciones, sino también en ese juego rítmico que podemos encontrar a lo largo de la playlist de Amaralina. Ritmos que van desde el baião más tradicional a la mezcla entre los punteos más mediterráneos con la bossa. Una amalgama de instrumentos que no destacaron por hacerse notar, sino por haber encontrado su lugar, como la melancolía que trasciende en Eles y el acordeón de Carlos Sanchís a medio camino entre un Piazzolla rodeado por las cuatro estaciones porteñas y el brillo parisino de fondo este corte.
Un somero repaso por los temas que componen este segundo trabajo. Desde Sobre tudo agora a Filosofia pasando por el dúo con David Gadea en Pife torto (Thaïs Morell deja la guitarra por una flauta de bambú) o por ese homenaje a Lorca, en castellano, que es Los mozos de Monleón. Distintos escenarios en los que desarrollar este trabajo: ya sea en solitario con los arpegios a la guitarra de Thaïs o con todo el combo de músicos sobre el escenario, como ese Vestida de Kentê con el acabaría con todo el auditorio (lleno) de pie.
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No cabe duda que en cualquiera de los escenarios escénicos que llegaron a La Rambleta Thaïs Morell y los suyos supieron no solo defender por primera vez Amaralina, sino que además lo dotaron de la personalidad y ese buenrrollismo contagioso. Más trabas tuvieron que saltar, como el que en el patio de butacas y en aquellos momentos más íntimos, se escucharan las vibraciones de otro concierto que a esa misma hora se desarrollaba en La Rambleta. Y aunque detuvieron el concierto que tenía lugar un piso más abajo, el daño ya estaba hecho.
La playa evocada por Thaïs Morell se convirtió en el refugio calmado y tranquilo en el que todos deberíamos dejarnos caer y simplemente respirar la esencia vitalista y sencilla de cada uno de los cortes de Amaralina. Un concierto estilizado y con destellos de preciosismo sonoro que no puede mas que convertirse en el mejor de los comienzos para este trabajo. Que la experiencia es un grado es evidente y lo demostraron.
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