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Arde Bogotá ha reventado el panorama musical español a golpe de rock. Ni es indie ni lo será nunca, por muchas camisas de flores que haya en sus festivales. Hoy en día si no eres indie no molas, pero la banda murciana es rock, que ... gusta o no, pero sus acordes no suenan a colonia.

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Los cartageneros, que se colaron durante la pandemia en la casas de unos pocos españoles, ya tienen una legión de seguidores. En masa. Antonio García, de nombre común y apellido mundano, llena el escenario con una voz tan profunda como peculiar. Él y el resto dieron en la laguna seca de La Ciudad de las Artes un concierto como si fuera el último de su vida. Tocan todos los fines de semana. Casi sin descanso. De Valencia a Palencia.

El Arde Bogotá pre y pandémico era de pantalones pitillo y pelo corto, al menos en Antonio, al que han sometido a un restyling que no sé si es voluntario o marketiniano. La esencia está en Exoplaneta, Antiaéreo y en «esa canción de mierda» de cariño.

Ahí está la pureza de Arde Bogotá, que hará bien si la mantiene porque los que un día llegamos hasta ahí fue por eso. Cowboys de la A-3 ha sido un bombazo no esperado. Había expectativas pero no tan desmesuradas. Los perros han salido desbocados. El boca oreja funciona y las redes multiplican las ganas. Antonio dejó los pitillo por los pantalones de tela acampanados y los tirantes Abanderado.

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Lo comparan con Bunbury, con el que ha versionado La Salvación sin ser mejor que la original, y eso siempre es un arma de doble filo. Arde Bogotá ni son los Héroes ni pretenden serlo. Tienen identidad propia por mucho que algunos crean en la resurrección. El disco tiene de por si la fuerza suficiente para ser ahora mismo cabeza de cartel en cualquier festival y, de paso, ahogar el indie que se ha convertido en la cantinela de cada día. Arde Bogotá hará bien en entender que más que el tiempo es la actitud.

El viernes por la noche Valencia se entregó a ellos, sin condiciones y ahora les toca no exprimir el limón más de lo necesario. El concierto pasó como un suspiro y la virtud está en saber parar cuando llegue el momento. A final de año en Madrid y Barcelona y a partir de ahí respirar.

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Arde Bogotá se merece ahora mismo cerrar el primer día del Festival de Les Arts, donde la cerveza se paga como si fuera caviar. A 11 euros el cubalitro si es que ahí cabe de verdad un litro. Y la pinta, a 6,50 euros, que ni en un estrella Michelin, oiga.

Los grifos no dejaron de chorrear mientras la gente procesionaba a los baños portátiles, que fueron el desastre de cada día. Los festivales son así, o los quieres, o los dejas como las lentejas. Gente a mansalva, bebida a manta y grupos mejores y peores. Algunos viven del éxito de un par de canciones, y por eso son el mejor relleno. Y otros, como Natalia Lacunza merecen mejor trato, aunque a veces ella se empeñe en que se abandone por sobredosis de languidez.

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La Valencia de los grandes eventos se ha convertido en la ciudad de los festivales. Da igual que sea reguetón, que remember que indie con una guinda de rock. El Ciudad de Les Arts, la Valencia de postal, se ha convertido en un festivalódromo que, como no lo mesuren, la presión vecinal terminará de tumbar.

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