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«Acabo de ver los restos de la antigua muralla y he pensado que qué maravilla hubiera sido vivir en Valencia en alguna época pasada, ... como la Edad Media, en una ciudad de artesanos, con el Mediterráneo turquesa, el aire límpido... Estaba en esta ensoñación mientras una pareja me ha detenido, me ha reconocido, entonces he vuelto a la realidad». Así comienza Manolo García su conversación con LAS PROVINCIAS. Está en Valencia, «una ciudad cálida», por 'Cuerpos Celestes'. Es la primera vez que el músico exhibe sus pinturas en la capital del Turia. Lo hace en la sala Hort de Tramoieres del Jardín Botánico, dentro del Festival Cultuviva. «Confieso que soy de esa gente que adora el pasado de las ciudades y valora el devenir de los siglos. Me imagino la época de Jaume I y el Reino de Valencia, que yo no soy de reinos pero sí de comunidades que consiguen un tiempo largo de paz, bonanza equidad y justicia, aunque como en todas las épocas también habría garrotazos y corrupción», continúa el que fuera líder de El último de la fila. El pintor, que también formó parte de Los Rápidos y los y Los Burros, disfruta de su estancia en la capital del Turia y parece que lo de menos es hablar de su exposición: «Tengo el ego pequeñito».
–¿Qué es 'Cuerpos celestes?
–Es un compendio de mi trabajo pictórico de hace tres años, un poco antes de la pandemia. Es mi aproximación a la piel humana a través de figuras humanas. Pinto sin modelo, a palo seco y sin bocetos. Predominan los colores primarios pero es verdad que algunos son grises, supongo que por la evolución de la pandemia. En 'Cuerpos celestes' reivindico la liviandad, ya sea una sonrisa, un abrazo, una mirada... Pasamos la vida recibiendo mensajes de bancos, llamadas con ofertas de telefonía móvil, avisos para pasar la ITV y hay que salir de esos trasiegos raros. La vida también es la brisa de la costa valenciana y las barcas saliendo de la playa, como pintó Sorolla.
–¿Reivindica a Sorolla?
–He ido al menos 30 veces a la casa museo de Sorolla en Madrid. Siempre está llena, 25 o 30 llenos. Hace 12 años iba menos gente al museo, pero ahora la afluencia de público es mayor. A Sorolla no hay reivindicarlo, sino disfrutarlos. Se defiende él mismo por sus obras. Su pintura es muy moderna y sus brochazos espontáneos son magistrales, como la luminosidad de su obra. Músicos y pintores somos muchos, pero los elegidos son pocos. Sorolla es de los últimos. Se levanta por la mañana y es un genio. Hace magia. Para mí Sorolla y Fortuny son los dos pintores españoles que llevan bien alta la bandera del arte de los últimos 150 años. Adoro a Sorolla. Cualquiera me puede encontrar en el museo de Sorolla, observando la vida hedonista y la luz del Mediterráneo de sus lienzos.
–¿La relación entre hombre y naturaleza es el gran tema actual?
–Desde siempre hay una relación de tira y afloja. Ahora hay un encontronazo con el cambio climático y sentimos una necesidad urgente de amistarnos con la naturaleza después de haber asfaltado el planeta con rotondas, polígonos industriales, placas solares... ¿Cuántos millones de tierra están ocupados por la modernidad del ser humano? Esta pregunta me lleva a pintar troncos, seres humanos y vida, pero el amor por la naturaleza me viene desde que era un niño y regaba los campos de mis abuelos en Albacete. Ahora estamos arrebatándoles a los niños la vida pura con los móviles y las tabletas, algo que me parece feo, grosero y hasta pornográfico. A mí me gusta participar de la vida sencilla y no tengo afán de ser moderno.
–¿Sus cuerpos celestes recelan del exceso de tecnología?
–Están flotando, desmembrados para bien, ingrávidos y al hilo de la naturaleza. Adoro la naturaleza, ella nos pone en su sitio y sin ella no somos. Es necesario descansar de lo prosaico y de lo plomizo de los días.
–¿Cómo se lleva con las redes sociales, los conceptos en 140 caracteres y los tiempos del 'me gusta'?
–No sé, no puedo contestar porque las desconozco. Este rollo no me interesa nada. Antes de abrirme una cuenta en Twitter me hago pastor de cabras, cojo la vara de fresno, me voy a un vallado y a apacentar rebaños, que es muy sedante. Yo soy un asno normal y corriente, que doy coces como puedo pero sé que hay gente que es feliz con un Ferrari o de vacaciones en el Caribe o Acapulco, lo respecto, pero a mí no me encontrarán allí.
–¿Hay cierta bipolaridad entre el Manolo García energético, capaz de dar conciertos de dos horas, con el otro, el que hace cuadros de forma sosegada?
–Consumir y pagar impuestos no es la única forma de estar en el mundo, para mí la música y el arte, la cultura, es mi forma de vivir. Hay que huir de lo que nos imponen los gobiernos, los mandatarios y las religiones, y yo tengo la posibilidad de subir a un escenario donde compartir energía, vitalidad y alegría. Esa descarga energética del rockero la repongo y la compenso en la soledad de mi pequeño estudio, donde pinto algunos días 30 minutos y otros siete horas. Esta introspección me llena.
–¿Es obrero de la música y peón del pincel?
–Totalmente. Mis pinturas requieren un trabajo exhaustivo. Pintar es dar dulzura a la vida.
–Como consumidor, ¿la cultura es el salvavidas con y sin pandemia?
–La cultura ha dado posibilidades infinitas a todo el mundo durante el confinamiento, pero a mí que no me vendan la moto de que con una tableta o un móvil lo haces todo. ¡A la mierda con eso, hombre! Yo soy partidario de lo físico, que las tres dimensiones están muy bien pero yo necesito más dimensiones aún y vivir la vida real. Me subleva, por ejemplo, que todo sean máquinas, como ir a la gasolinera y que las petroleras se ahorren los trabajadores en los surtidores para que ellas tengan más ganancias.
–Acostumbrado a girar por toda España, ¿le frustra la situación de la pandemia?
–Comprendo el mundo, no sé si el mundo me comprende a mí, pero lo amo y lo odio. No necesito el aplauso continuo porque tengo los pies en el suelo y no está mal que nos echen de menos. El tiempo sin giras me ha permitido hacer otras cosas. Tengo tantas pasiones que no me las acabo, me falta tiempo para atender todas mis pasiones.
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