![Música confinada: por qué necesitamos escuchar la misma canción tantas veces](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202006/19/media/cortadas/musccc-kbO-U110563403442vKD-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Mikel Labastida
Viernes, 19 de junio 2020
«Creo firmemente que la música nos ha salvado la vida estos meses». Así de rotunda se muestra Virginia Díaz, periodista musical que dirige el programa '180 grados' en Radio 3 y presenta el célebre 'Cachitos de hierro y cromo' en La 2. «Hemos estado encerrados pero gracias a ella sí hemos salido de casa, hemos viajado, volado, bailado, reído, soñado y llorado con muchas canciones y con muchos de los directos que, literalmente, nos ha regalado nuestras bandas y artistas. ¡Ojalá sirva para que nos demos cuenta de que la música es un bien de primera necesidad!», apunta.
Cada cual ha recurrido en este tiempo -de estados de alarma, de confinamientos y de desescalada en fases- a determinadas canciones con distinto fin: distraerse, recordar a seres queridos, idealizar etapas pretéritas, sobrellevar ausencias, modificar el estado de ánimo… «La disponibilidad de mayor tiempo ha hecho que nuestro cerebro buscase cosas agradables. Habrá quien se haya refugiado en el alcohol o en los dulces, y otros han optado por recursos más fáciles, como playlists de Spotify. La música ha sido crucial para compensar la restricción de estímulos», añade Raúl Espert, profesor del departamento de Psicobiología de la Universidad de València y neuropsicólogo del Hospital Clínico.
Vamos allá, pongamos algún ejemplo de estas canciones que hemos escogido. El cómico Aníbal Gómez ha recurrido en estos meses a «Fierce» de Kap Bambino. «Esta canción es frenética y apocalíptica. Su sonido encaja en la banda sonora de una noche interminable en una discoteca de verano de los 90. Durante el confinamiento la escuchaba mucho porque tiene una melodía pop nostálgica encerrada en una producción violenta y bailable que me encanta. Ayuda a liberar la tensión», confiesa. Y lo ha hecho de una manera compulsiva, que es un modo en el que nos acercamos a algunos temas en ocasiones, escuchándolos hasta desgastarlos, hasta alcanzar el hartazgo.
El actor Carlos Areces sabe de lo que hablamos cuando nos referimos a ese modo de escucha. «Recuerdo haber tenido esa relación de adicción-reacción con canciones que, durante un corto espacio de tiempo, no pude dejar de reproducir una y otra vez hasta quedar empachado. Me ocurre sobre todo con canciones pop muy pegadizas cuyos acordes necesité oír tan compulsivamente y con tanta ansia en cuanto las descubrí que, ahora, su sola mención me provoca náuseas. Cuando me compré el primer álbum de los Beatles, «Love me do» la puse en modo repeat durante una semana entera. Martiricé hasta el hartazgo con el «Zombie» de los Cramberries a cualquier amigo que se acercara lo suficiente a mi radio de acción, hasta que ambos alcanzábamos un estado mental semejante al que producen algunas sustancias lisérgicas. El «Believe» de Cher y el «Mi abuela» de Wilfred y la Ganga rivalizan por ser las canciones que más han girado bajo el láser del cedé de mi cadena. E incluso reconozco que mi compañero de piso de entonces amenazó con echarme de casa si volvía a reproducir «Soy yo», de Marta Sánchez, o «The Bad Touch», de los Bloodhound Gang, aunque solo fuera una sola vez más», relata.
Es lo que conocemos como un 'gusano de oreja', traducción del término 'ohrwurm', con el que los alemanes se refieren a esos temas que no nos podemos quitar de la cabeza y a los que necesitamos volver durante un tiempo. El neurólogo y escritor británico Oliver Sacks definió este concepto en su obra 'Musicofilia', que aborda la relación entre la música y el cerebro de las personas: «suelen tener cierta esperanza de vida, alcanza su apogeo durante varias horas o días y luego se diluyen, aparte de algún esporádico arrebato posterior. Aunque parezca que han desaparecido suelen permanecer a la espera, de manera que un ruido, una asociación o una referencia a ellos puede que vuelva a dispararlos años después».
Espert ahonda en esta idea y le concede rigor científico. «Tiene una base neurobiológica a través de un circuito del refuerzo. En el tronco del encéfalo hay una zona donde se fabrica una sustancia que se llama dopamina y que tiene varias redes. Una de ellas se extiende hacia zonas más emocionales, al sistema límbico, y cuando algo nos produce placer, como la armonía, la letra, la melodía o el ritmo de una canción, se produce una liberación de dopamina. Y eso hace que quede un recuerdo en determinadas partes del cerebro, que nos lleven a buscar el placer de nuevo escuchando esa misma canción una y otra vez», argumenta el profesor, que lo compara con las drogas. «Cuando estás expuesto a cocaína y más cocaína, hay una tolerancia y necesitas mayor cantidad para producir la misma reacción, pero llega un momento en que los receptores se saturan y la respuesta ya no es la misma. En este caso se desencadena un aborrecimiento, por mucho que nos gustara. El cerebro lo que hace es anular el valor reforzante que antes le daba en forma de placer y ahora incluso lo rechaza. Quizá un tiempo después, cuando hayan pasado esos efectos fisiológicos, volvamos a escuchar esa canción y nos traiga recuerdos positivos», comenta.
Son canciones que nos hacen temblar. Como una gota de rocío, que cantarían los Ojete Calor. Ellos han revisado estos meses el clásico de Ana Belén «Agapimú», que para muchas personas habrá sido la canción gusano del confinamiento. Más de 500.000 reproducciones en Spotify y casi dos millones en YouTube así lo atestiguan.
Pero ha habido otras canciones recurrentes que han calado en un buen número de seguidores, que localizaban en sus letras y estribillos estímulos suficientes como para sobrellevar estos aciagos meses. Ha sucedido con clásicos, como el «Pero a tu lado» de Los Secretos, o singles surgidos durante el encierro como «Volveremos a brindar» de Lucía Gil o «Por si apareces» de Alice Wonder. Por ello, les preguntamos a sus artífices cuáles han sido a nivel particular las 'canciones gusano' que han escuchado hasta casi aborrecerlas durante su confinamiento. «Casi todas las tardes me obligaba a bailar para desconectar de todo lo que estaba pasando y una de las canciones que nunca me falla es «La bilirrubina» o alguna de Juan Luis Guerra. Pero «Volveremos a brindar» se ha repetido en mi cabeza una y otra vez. Y cuando no la ponía yo, la escuchaba desde el balcón«, indica Gil. ««Sugar» de Brockhampton, por su indiscutible flow, su capacidad para hacer que parezca fácil, que te hace querer mejorar como artista», responde Wonder, que también ha sentido predilección por «Dolerme», de Rosalía; «Nunca Estoy» de C. Tangana; «I apologize if you feel something» de Bring Me The Horizon o «Everything I wanted» de Billie Eylish.
«No hay ninguna canción que haya terminado aborreciendo, simplemente si me canso de oír alguna es por lo repetitivo de su reproducción en redes o medios, pero es normal hasta para sintonías de telediarios o spots publicitarios. Intento evitar escuchar las canciones que no me gustan o si me he saturado de ellas», admite Álvaro Urquijo.
No es fácil hacer eso, huir de algunos temas, aunque uno lo intente. La banda sonora de cada cual en estos meses la han formado algunos temas elegidos voluntariamente por nosotros -para que la crisis nos resultase más llevadera-, pero también por otros que se colaron sin querer por nuestros balcones, sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo. «En el confinamiento, he aborrecido hasta el asco las canciones que he tenido que tragarme impuestas por la dictadura de mi vecino de balcón, otro de esos DJs espontáneos con entrega de santo y vocación de servicio social que nadie había solicitado. Un repaso diario al rock en español más comercial de las últimas décadas, desde Maná hasta Fito, sin saltarse un solo día el obligatorio «Resistiré». Como comprenderá cualquier otra víctima de estos tiranos altruistas de barrio, no lo he llevado bien», confiesa el actor Carlos Areces. Y es altavoz de lo que le ha ocurrido a mucha otra gente en sus vecindarios, donde hasta ahora no existía normativa sobre estas prácticas musicales.
Spotify ha dado algunos datos sobre cuáles han sido las canciones más reclamadas. «Jailhouse Rock» de Elvis Presley, «Ain't No Sunshine» de Bill Withers, «Take on me» de Aha, «Arriba los corazones» de Antonio Flores o «Rosas en el mar» de Massiel figuran en el listado. Y sí, por supuesto, el «Resistiré» del Dúo Dinámico, del que se han hecho cien mil versiones, también.
¿Qué ha de tener una canción para convertirse en un himno colectivo reivindicado y coreado por personal de distinto pelaje? «Debe contar con melodía, tensión, un estribillo potente y un mensaje directo para que hagamos nuestra la canción», dice Virginia Díaz. «Ha de tener gancho emocional y llegar al corazón, ser emotiva», dictamina el periodista musical Rafa Cervera, que acaba de publicar 'Porque ya no queda tiempo' (editada por Jekyll & Jill), novela con tintes personales en la que se cuelan nombres como Patti Smith, Bowie o el gran Lou Reed. Volviendo a las claves para lo de los himnos, Cervera se extiende: «Hay que saber dosificar muy bien los materiales y los tempos. Parece que por el adjetivo que solemos emplear habitualmente, este tipo de canciones han de ser épicas, pero ahí está «Losing My Religion», de REM, que es muy delicada, lírica. O «Pictures Of You», de The Cure, que sería la antítesis de una canción épica de U2, Springsteen o Arcade Fire. Yo creo que podemos distinguir entre la canción que funciona como invitación a una identificación gregaria y la canción que funciona a un nivel más individual y privado, aunque luego tenga efectos muy comunes en miles de personas».
Para comprender por qué títulos tan diversos como «Color Esperanza» de Diego Torres, «I will survive» de Gloria Gaynor o «Sobreviviré» de Mónica Naranjo han resultado tan significativos en los momentos en que estábamos combatiendo el coronavirus podemos buscar explicaciones en otras áreas. Desde la ciencia Raúl Espert asegura que la música ha sido utilizada «por los distintos grupos humanos para poner en marcha un mecanismo neurobiológico, que es el de la empatía, el de la unión. Cuando esto ocurre, con los himnos por ejemplo, hace que todos nos sintamos orgullosos e identificados por él. El cerebro libera una hormona, que es la oxitocina, la misma que se libera durante el amamantamiento. Cuando se escucha ese tipo de música se fortalecen los lazos, los vínculos interpersonales dentro de un mismo grupo social».
David Buedo, psicólogo, musicoterapeuta y coordinador de SOMArmonía, recuerda que los himnos se han utilizado desde los inicios del ser humano como acompañamiento de ritos. «Esto ha ido evolucionado y hoy en día se sigue haciendo en muchos entornos, como suele ser en los eventos deportivos, por ejemplo. Nos ayudan a conectar entre nosotros y a crear una identidad grupal. Si comparte una canción el ser humano se siente más unido a sus congéneres», prosigue este profesional que considera que la musicoterapia puede ayudar tras este periodo, siempre que se lleve a cabo por un profesional, claro. «Hay personas que tendrán sintomatología de estrés postraumático, como ocurre después de una guerra, personas que han sufrido la pérdida de un ser querido, y eso se puede trabajar a través de la musicoterapia o de otra terapia. En nuestro caso no solo se trata de escuchar música relajante, también se propone cantar, componer, comentar letras de canciones, improvisar con la voz».
«En una situación extrema e inesperada como el confinamiento, con la libertad de movimientos restringida, la incertidumbre, la distancia de tus seres queridos, la incredulidad y el miedo a que ocurra algo horrible, la música ha sido un elemento catárquico. A veces de manera popular y manifiesta («Resistiré», «Agapimú») pero sobre todo, de manera privada e íntima. A mí esa forma es la que más me gusta y con la que más me identifico. No creo en los momentos de clamor popular, en ese venirse arriba que, una vez desaparece a adrenalina, es algo baldío. Prefiero una emoción secreta e individual que haga que la persona cambie por dentro, porque quizá está ayudando a que se descubra a sí misma», añade Cervera.
Así que terminemos con más títulos de esos personales, de los que nos remueven, de los que compartimos con nosotros mismos (salvo excepciones como esta). «He recuperado algunos discos que hacía tiempo que no escuchaba como '1972' de Josh Rouse o '12 Segundos de Oscuridad' de Jorge Drexler», desvela la periodista Virginia Díaz. «La que no ha dejado de sonar en mi casa todo este tiempo ha sido «If I can dream», maravilloso tema de Elvis que nunca grabó en estudio, pero cuya interpretación para el especial televisivo filmado en Las Vegas es leyenda. Me propuse aprenderme el playback y casi lo he conseguido, pero estoy lejos de cansarme de ella», concluye Carlos Areces.
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