Al salir del ascensor, la foto de «Los dos golfillos» da la bienvenida al nido de El Pequeño Ruiseñor. Abre la puerta Marifé, dulce, educada, el amor de toda una vida: «Pasad, por favor». La vivienda es un baúl de recuerdos que no se puede ... cerrar. No hay hueco para otra foto. Al fondo espera José Jiménez Fernández 'Joselito' (Beas de Segura, 11 de febrero de 1943), que hace tiempo volvió a Utiel, a casa, al lugar en el que se apeó con seis años de la bicicleta de su hermano Antonio, tras recorrer 250 kilómetros desde Jaén, con el sueño de una vida mejor. Salimos a la terraza, presidida por un azulejo con el escudo del Atlético de Madrid. Marifé ofrece tomar algo. Lo hará más veces a lo largo de la entrevista, y lo descartamos otras tantas para no molestar. La tarde cae sobre Utiel, con una ligera brisa, con la imponente Nuestra Señora de la Asunción como testigo de la charla con el mito. Joselito, para quien no lo sepa, es una estrella.
–Es hijo de la postguerra
–Mi familia era muy pobre, jornaleros. Los señoritos le pagaban a mi padre un duro por cavar olivos de sol a sol. Solo podíamos comprar un pan de kilo para siete de familia. Cuatro chicas y tres chicos, yo el más pequeño.
Al niño lo parieron con don: una voz blanca pura y celestial. El rapaz, con cuatro años, iba entre bares y comercios cantando fandanguillos a cambio de unas perricas para comer. «En las fábricas de aceite me mojaban pan, y yo iba a casa y se lo daba a mi madre, que lo escurría para sacar unas gotas para la sartén y hacer verduras». Perra vida.
Joselito, el Pequeño Ruiseñor
Txema Rodríguez
Un ruiseñor entre los olivos de la Sierra de Segura. Sol, aceite y miseria. «La gente se quedaba asombrada al oírme cantar. Vi clarísimo que me tenía que escapar porque volvería millonario. Y así se lo prometí a mi madre». A la primera oportunidad, voló.
Antonio, el mayor de la tropa, cogió la bicicleta para buscar fortuna. Allí se subió el pequeño, como una lapa, camino de Benagéber, a las obras del pantano (entonces) del Generalísimo. Un tour entre posadas. Pedales, cante y comida. La parada en Utiel fue definitiva: «Allí me escuchó cantar Paco El Manco, un tratante de caballerías. El hombre al que más le debo en mi vida. Le dijo a mi hermano que se quedaba conmigo. Me bañaron con agua caliente, me dieron de comer, me pusieron ropa...». Paco El Manco subió por primera vez a Joselito a un escenario, al del Teatro Pérez de Utiel. Aquel día el niño salió ya con representante. Un lobo con piel de cordero. «El innombrable», lo bautiza todavía a sus 81 años. Aquella familia acogió al ruiseñor como un hijo para desplumarlo después sin piedad. Ni olvido ni perdón.
El niño aprendió a leer en las monjas y después fue a los Franciscanos. Unas Fallas, bajó a Valencia y cantó en el camerino del tenor Luis Mariano, que a los tres meses lo presentó en el teatro La Gaîté Lyrique de París. La televisión francesa, ya en color, lo hizo viral. Aterrizó en Francia con los deberes hechos, aprendió Méjico y Violetas Imperiales en fonética francesa sin saber ni lo que decía. De repente, se arranca: «Aimer oui, personne ne m'aimera bouquet de violettes...». Maurice Chevalier y Silvana Pampanini vieron en directo cantar a ese niño que sostenía Luis Mariano en brazos porque no llegaba al micrófono. Ya nada fue igual.
El efecto Joselito fue imparable. Monstruos de la radio como Bobby Deglané, José Luis Pécker y Ángel de Echenique le abrieron los micrófonos de España. El director Antonio del Amo y su productora Argos Film, el cine, y llegó el bombazo en 1956 con 'El Pequeño Ruiseñor', donde el pasodoble Campanera se convirtió en un himno popular. Gloria eterna. Después, el productor Cesáreo González, de Suevia Films, compró el contrato de Argos y al actor. «De un grande a otro grande, me dijo al cogerme en brazos». Un niño con sueldo de estrella, una cornucopia con doce cascabeles. En 1957 ya era rico con los tres millones que cobró por 'Saeta de un ruiseñor', su segunda película. De Beas del Segura al cielo.
–¿Cómo puede gestionar un niño esa fortuna?
–Un niño no puede. Al innombrable lo consideraba como un padre pero a los 24 años, cuando me casé, me di cuenta de que me había engañado. Me cobró el cariño. Se quedaba el 60% de lo que ganaba y con el resto yo pagaba el coste de la producción. Cuando lo descubrí, le dije que no le volvería a ver ni a él ni a su familia y así ha sido. Me salió barato dejar de verle.
Nada impidió que Joselito cumpliera la promesa que le hizo a su madre al huir de Jaén. Salió pobre y volvió millonario. El hijo y hermano pagó pisos y locales a la familia para empezar a vivir lejos de la miseria. «Cumplí con lo que le dije a mi madre y ese es mi gran triunfo». Traga saliva.
Francia fue la puerta abierta a Europa, a Estados Unidos, al resto de América. Joselito se convirtió en una estrella mundial. Nueve meses de gira y tres para grabar una película al año. «En El Show de Ed Sullivan canté Granada y el Ave María de Gonoud. Era el programa de televisión más importante de Estados Unidos y me pagaron 8.000 dólares por minuto». Más de 35 millones de espectadores vieron en directo un fenómeno con voz de ángel.
«Hice amistad con Frank Sinatra y empezamos a ir a cenar juntos al restaurante Liborio en Nueva York. Venía Dean Martin, Sammy Davis Jr, con el que hice galas. Se sentían entusiasmados con mi voz blanca». Joselito, socio de honor del Rat Pack. El Pequeño Ruiseñor ganaba 5.000 dólares por actuación. Manhattan, Brooklyn, Jersey, Bronx... había días que hacía hasta cinco shows. «Vivía en algodón de oro». Joselito y Elvis Presley son los únicos artistas de talla internacional que grabaron todos sus discos con la misma casa, RCA Victor. «Está certificado con datos, algunos años vendí más discos que Elvis Presley». La historia se escribe con los nombres de Plácido Domingo, Julio Iglesias, Joselito...
El 31 de diciembre de 1958, cuando Fidel Castro, el Ché Guevara y Camilo Cienfuegos derrocaron la Cuba de Batista, Joselito fue testigo de excepción alojado en el Hilton de La Habana. «Ni le canté a Franco ni le canté a Fidel».
–Pero le cantó al Papa Juan XXIII
–No, me cantó él a mí y lo hacía muy bonito. Al Papa le volvía loco Violino Tzigano, la canción de Cherubini que interpreté en la película Mamma Roma de Pier Paolo Pasolini: Suona, suona per me pur si piango con te. Oh violino tzigano... Y me dijo algo muy bonito cuando terminó: sé que eres muy pequeño y no puedes entender el amor que das al mundo con tu voz. Llevas la felicidad a millones de personas y por eso yo te bendigo. Me puso una cadena y una medalla. Ya no lo vi más.
A los veinte años, al ruiseñor le cambió la voz, y llegó otra vida. Un tiempo de descanso en Guatemala y al volver a Madrid, clases de canto para impostar, casi como aprender otra vez a hablar. Hubo más películas, hubo más discos, hasta que Joselito quiso desaparecer. «Me fui a Angola. Siempre he practicado tiro de precisión y me uní a grupos de caza profesionales. Nada de mercenario, tengo los papeles que lo demuestran. Fue una época estupenda, sólo cazaba, me sentí libre por primera y única vez en mi vida. No sé por qué hice esa locura, pero quería desaparecer. Angola me dio los siete años más maravillosos de mi vida». No quería volver, hasta que lo sacaron de allí a la fuerza en noviembre de 1975. La independencia de Angola respecto a Portugal fue un nuevo giro a su vida.
La fama tiene dos caras. La mala, mucho peor que la buena. Pasa factura y ajusta cuentas. A la vuelta de África, la vida era otra. Proyectos que no van bien, tumbos, una estrella fuera del firmamento. Joselito acabó en prisión. Un abanico de malas decisiones y un vía de escape, «una blanca mujer, de misterioso sabor y prohibido placer...», como le cantó Rodrigo a Maradona en La Mano de Dios.
«Es el error de mi vida, de lo único que arrepiento. Me enganché a la droga y, por ser yo quien era, fue una alarma social. Me alegré que a los demás no les condenaran. Pagué yo», señala. La cárcel fue luz, la puerta de salida a la adicción. «Si no hubiera entrado quizá no estaría vivo, me salvó».
A Joselito le cayó el cielo encima en Picassent pero emergió desde los escombros. «Había en la prisión unos audiovisuales maravillosos. Hice cortos para Cinema Jove, con presos como actrices y actores. Quedé el sexto con el primero que rodé pero el reconocimiento fue para la prisión, no podía figurar como director un reo». Las noches de lluvia, los funcionarios le dejaban salir al patio fuera de hora, con el beneplácito de los presos, que golpeaban con los cazos en sus cancelas para que la puerta del ruiseñor se abriera para aletear en el patio. «Mojarme me quitaba la depresión».
Hoy, José, mira la vida pasar desde su azotea. Una terraza maravillosa, luminosa, con las plantas que cuida Marifé, esa mujer pausada y amable. «Es el amor de mi vida», dice él. Ella no lo dice, o al menos no lo cuenta, pero se nota nada más verla. Se conocieron de niños. Él, 12 años, y ella, 10. «Ya nos queríamos antes de las películas». Una carta de amor diaria, un hilo rojo que nunca se rompió. Y alguna epístola tombolera también a Marisol.
Hoy es padre y abuelo. Se casó con Ascensión Laurent, la hija de su pianista, la madre de Isaac y Eva. «He tenido dos hijos maravillosos. Ascensión era una mujer extraordinaria». Pero la pasión era Marifé, la niña, el primer amor, la vida, el principio y fin del destino. Joselito es profeta en su tierra. Hijo predilecto en Beas de Segura; escultura de bronce en Priego como el Manneken Pis en Bruselas; identidad de Utiel, donde acabará sus días. Habrá un final pero Campanera será inmortal, generación tras generación, de padres a hijos.
–¿Le ha tratado bien la vida?
–Cambiaría muy pocas cosas. Volvería a vivir lo mismo, aunque me engañaran otra vez. Lo que sí que me gustaría antes de morir es que saliera otra voz blanca como la mía.
Marifé y José dicen adiós. Y al salir de su casa, en el rellano del nido, parece que se escucha el canto de un ruiseñor:
'Porque ha pintao en tus ojeras
La flor de lirio real
Porque te han puesto de seda
Ay, campanera, ¿por qué será?...'
Límite de sesiones alcanzadas
El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a las vez.
Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Sesión cerrada
Al iniciar sesión desde un dispositivo distinto, por seguridad, se cerró la última sesión en este.
Para continuar disfrutando de su suscripción digital, inicie sesión en este dispositivo.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.