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JOSÉ LUIS BENLLOCH
Sábado, 22 de octubre 2022, 22:58
El último hito de la temporada es un niño. Marco Pérez, quince años, salmantino, especie de Mozart del toreo, que en el festival a beneficio de la bolsa de caridad de la Hermandad del Gran Poder de Sevilla, alternando con lo más florido del ... escalafón de mayores, enloqueció a los sevillanos, le concedieron las orejas y el rabo de su oponente y lo sacaron por la Puerta del Príncipe, cuando se han cumplido más de ochenta años desde que Antonio Bienvenida consiguiese algo semejante.
Su figura aniñada, su levedad anclada en la arena -su quite por gaoneras como ejemplo-, su inteligencia lidiadora, su serenidad en los grandes escenarios a los que la demanda de los aficionados le ha llevado antes de lo que sería lógico en un torero en formación, la naturalidad con la que atiende los reclamos propios de las estrellas, son recursos que no se aprenden ni siquiera se enseñan, con eso se nace y este Marco, es evidente, nació sabido. Ante esas cualidades, aunque lo difícil está por llegar, no se puede restar un ápice de ilusión a los aficionados ni expectativas al propio torero, sería injusta cicatería.
Lo de Sevilla ha sido su gran impacto, pero su temporada, muy medida por sus mentores, el francés Juan Bautista, ha contado sus actuaciones por triunfos, prácticamente todos ellos en carteles de figuras en los que retorciendo el reglamento añadían un novillo para que Marco actuase al final en un aparte que realmente no era tal sino una parte clave del cartel.
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Lo de este Marco es algo excepcional, aunque no un caso único en la historia por mucho que en ocasiones se recurra a las hipérboles… El primer gran Joselito, es decir, Gallito, incluso el Joselito contemporáneo, fueron brillantes ejemplos de precocidad. El primero de ellos formando parte de una cuadrilla de niños toreros, Gallito y Limeño, que a principios del siglo pasado agotaban las localidades en todas las plazas donde se anunciaban incluida la de Valencia, donde su presentación fue un acontecimiento que desbordó los ambientes estrictamente taurinos, hasta tal punto que hubo que multar a los muchos aficionados que llenaron el callejón con grave peligro para su integridad. Los hermanos Bienvenida, especialmente Manolo y Pepe, que llegaron a actuar en Nueva York como final de una gira por los países americanos cuando eran más jóvenes que Marco, también su hermano Antonio ya mencionado, fueron ejemplo de una precocidad deslumbrante con cualidades que conservaron, eso es clave porque no siempre se cumple, cuando llegaron a la edad adulta; y qué decir del gran Luis Miguel al que su padre, otra vez los padres, le llevó nada menos que a tomar la alternativa en Bogotá cuando apenas tenía catorce años y ya se había presentado en Madrid, alternativa entonces considerada no válida que tuvo que refrendar en La Coruña apadrinado de nuevo por Domingo Ortega.
De los contemporáneos destacan casos como los de Espartaco, Emilio Muñoz, Ponce, El Juli… No es un tema fácil de gobernar teniendo en cuenta que más allá de la dificultad propia de la profesión, la legislación es extraña y torticera, al punto que con dieciséis años menos un día un chico no puede actuar en una novillada y el día siguiente podría ser matador de toros en la plaza más exigente y con el toro más enorme. Los dos primeros actuaron frecuentemente en festejos menores, principalmente por las plazas andaluzas, aunque Emilio se convirtió en ídolo de Francia cuando con catorce años lo presentaron en Arles como único espada para estoquear cuatro novillos de Torrestrella. Los dos tomaron la alternativa con todas las consecuencias, compitieron desde el primer momento con las máximas figuras, cuando tenían dieciséis años. Juan Antonio en Huelva apadrinado por Manuel Benítez y Emilio en Valencia con Paquirri y Dámaso nada menos. Ambos llegaron a los cielos del toreo manteniendo una lealtad absoluta a sus estilos iniciales: la garra de Espartaco y la pureza trianera de Muñoz.
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Enrique Ponce fue otro glorioso ejemplo. Debutó en Valencia con diez años tras haber impactado en el transcurso de un concurso para noveles en Monte Picayo. Aunque se apuntó a la escuela taurina de Valencia, poco después tuvo que trasladar su residencia a Navas de San Juan, donde a diferencia de Valencia la legislación andaluza le permitía torear en público. Eran tiempos en los que su clarividencia torera ya anunciaba la dimensión lidiadora que alcanzaría pasados los años hasta convertirlo en uno de los toreros más poderosos y longevos de la historia. Y otro tanto cabría decir de Juli que, curiosamente, diez años más tarde, también pasó y enamoró por Monte Picayo. Poco después y antes de hacerlo formalmente en España viajó a Méjico donde la legislación le permitía torear; también triunfó a lo grande en Francia antes de cumplir la edad reglamentaria a cuenta de falsificar su documentación personal, fraude que descubrió la autoridad cuando ya con dieciséis años presentó la documentación real y legal esta vez el día de su alternativa. Tenía dieciséis años: “Si hoy tiene dieciséis años en su anterior comparecencia nos engañó”, le espetaron, pero para entonces su trayectoria invitaba a no volver la vista atrás. De aquel día salió lanzado como primera figura del momento.
Con esos antecedentes hay que esperar otro tanto de Marco Pérez, no es fácil pero es posible. Los aficionados están expectantes.
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