El poder de la oratoria

«La experiencia de la infancia marca mucho. Ella nos conforma y en ella volcamos lo esencial de nuestra manera de ser. A principios de la década de los cincuenta del siglo pasado comencé a jugar, con un sentido que podríamos llamar 'personal', en los alrededores de la casa familiar, en Mislata, población situada a pocos kilómetros de Valencia ciudad. Esos inicios en el juego tuvieron como característica principal la gran parquedad de información de que disponía. Junto a esa escasez de conocimientos del exterior, se daba asimismo una abundancia rica y compensatoria de elementos influyentes, contradictorios pero, eso sí, libres que un niño los aprovechara y crease un microuniverso propio y singular».

«Precisamente huyendo de vanidades y dudando de que la reflexión expuesta haya conseguido despejar el habitual estado de confusión de mis ideas, sólo puedo decir que, sea arte o no, seguiremos buscando en el cine la emoción de la luz y las sombras, el extravío del espejismo, hasta lograr, como aspiración del corazón, la disolución total de nuestra conciencia, aspirando el éter de la pantalla, perdidos en el encantamiento arrebatador de esa fábrica de sueños que, no lo olvidemos, se inventó simplemente como juguete recreativo».

«Hay veces en que los poetas escribimos un verso que se nos impone por la significación que le otorgamos. Uno de ellos, largo, se me presentó como mi posible epitafio: «Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde». Con ocasión del centenario de Cernuda, en una mesa redonda moderada por Guillermo Carnero en la Residencia de Estudiantes, me preguntó este qué poema de Cernuda me había acompañado más en la vida. Mi respuesta se refirió solo a un verso, que me acompañó desde la primera vez que lo leyera. Es el que cierra 'Primavera vieja': «Cuán bella fue la vida, y cuán inútil». Me di cuenta entonces de que si me emocionó tanto es porque ya estaba en mí, y reparé por vez primera en que mi posible epitafio y el verso de Cernuda se superponían, con algún matiz distinto».

«Yo divido las novelas en tres géneros: buenas, malas y que no llegan a ser ni tan siquiera malas.

Una novela buena es fácil de distinguir. Para que una novela sea mala, necesita algo de originalidad, una equivocación que indigne al lector.

Lo terrible es que no llegue a ser ni mala siquiera, que el lector, después de recorrer trescientas páginas, al llegar al fin, cierre el libro y exclame: «Bueno, pues no me he enterado de nada».

La novela es un arte esencialmente de evocación, y nosotros los novelistas, a vosotros los lectores, os engañamos siempre.

Somos como prestidigitadores de la realidad y os seducimos con nuestro arte completamente falso«.

«Nos ha tocado desmontar el terreno entre las sombras invernales, y quizás echar en el surco de la semilla; no ver la mies crecer al soplo germinal de la primavera, ni sazonada por el sol del estío, ni recogida por el otoño en la troj. Aceptemos nuestra tarea, sepamos cumplirla como este centro benemérito nos ha enseñado que puede cumplirse, y esperemos. Esperar es la última palabra de la fe... y la patria, que es siempre una creencia, es hoy aquí la creencia activa de los fuertes y de los honrados. He dicho».

«Por ello, en esta fiesta de la exaltación profesional os hemos de agradecer que hayáis tenido la gentileza de escuchar nuestra voz; os lo debo agradecer por lo que significa de amable benevolencia para conmigo; os lo debo agradecer para lo que significa de reconocimiento de la existencia de un tipo de abogado, que, teniendo el mismo atuendo y el título legítimo igual al vuestro, es distinta a vosotros. Que lee las Leyes con distinta voz y busca como vosotros la justicia pero por distintos caminos. Una actividad tan necesaria como la vuestra, a condición de que no os imite, que más que ejemplo sería deformación, y el remedo infecundo, perdería la intensidad y ganaría la risa de los demás, que siempre mueve a risa las actitudes descompuestas y los ademanes ineficaces».