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No todas las exposiciones son iguales. Ni todas persiguen el mismo objetivo ni obtienen la misma respuesta de público. El adjetivo para tildar los proyectos ... artísticos suelen ser subjetivos: imprescindible, necesaria, arriesgada, superficial, incompleta.... Los epítetos tienden a infinito. Algunas propuestas son oportunas, de calidad y sientan bien. Este es el caso de 'Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables', que se inaugura este miércoles en el IVAM. El museo, que se encuentra en un momento de transición, y el prestigio de una de las artistas vivas más importantes le favorece, le beneficia.
Soledad Sevilla (Valencia, 1944) se ha mostrado «entusiasmada» ante la exposición de un centenar de obras, desde la década de los 60 hasta 2024. . Dice «haber perseguido siempre la belleza» y la muestra refleja ese objetivo. La muestra empieza en el hall donde la creadora ha ubicado 'Donde estaba la línea' -instalación creada específicamente para la escalera del vestíbulo- en la que recrea una trama traslúcida donde juega con la luz que entra por el ventanal y la arquitectura del vestíbulo. La retrospectiva permite a la artista echar la vista atrás a décadas de trabajo: «Me siento satisfecha. Las obras de la década de los 60 tienen fuerza y contemporaneidad. Las miró y no las cambiaría. Haría lo mismo», ha afirmado. En su evolución, ha señalado, hay «coherencia». «Creo que en el fondo las obras de los artistas son como novelas, son historias que se desarrollan por capítulos y el primero te lleva al último», ha apostilaldo.
La serie de las Meninas y el homenaje a Eusebio Sempere, artista y amigo de la creadora, no faltan en la exposición del IVAM comisariada por Isabel Tejada. La 'curator' ha recordado los orígenes de Sevilla: «Dibujó una cabeza de cristo y su madre pensó en que estudiara en San Carlos, donde ingresó a los 16 años». Luego se formó en Barcelona, Madrid y Boston. La directora de la pinacoteca valenciano ha enfatizado que Sevilla «rompió el cliché de ama de casa» asociado a su generación y merece «resituarse en el relato artístico del siglo XX».
Soledad Sevilla es profeta en su tierra. El IVAM le dedicó una muestra en 2001 en la sala Ferreres del antiguo convento del Carmen y la Fundación Bancaja hizo lo propio en 2019. El centro de Guillén de Castro reincide en la pintora valenciana. 'Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables' es una colaboración del Centro Reina Sofía, cuando aún lo dirigía el valenciano Manuel Borja-Villel (al que sustituyó Manuel Segrade, que ha asistido a la presentación de la muestra en Valencia), y el IVAM, ahora en manos de Blanca de la Torre.
Una de las cosas que unen tanto al Museo Reina Sofía de Madrid como al IVAM, además de su interés por la producción artística de Sevilla, es que sendos directores comenzaron su trabajo al frente de los museos teniendo ya programada una exposición de la artista. La propia Soledad Sevilla ha querido preguntar a Segade y De la Torre les si hubieran cambiado algo del proyecto ya planteado. El primero, que ha ensalzado la vitalidad de la «octogenaria» artista, ha destacado que «habrá que hacer muchas más exposiciones» mientras que la directora del IVAM ha apuntado que ella se hubiera centrado en las instalaciones de Sevilla, que son «maravillosas».
La retrospectiva de Valencia, que estará en cartel hasta el 12 de octubre de 2025, ofrece una mirada «diferente» a la de Madrid. Al haber nacido en la ciudad del Turia, cuenta con una vinculación al territorio que hacía necesario incluir piezas que se encuentran en colecciones valencianas y que, por cuestiones de tamaño, no se podían exponer en Madrid. El IVAM destina la galería 5 y la galería 6.
'Ritmos, tramas, variables' parte de los primeros años de Sevilla en Valencia y de su formación en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid donde recoge las influencias de Jordi Teixidor, Yturralde, Elena Asins o Eusebio Sempere. Esta primera sala se centra en el desarrollo de la abstracción geométrica de sus primeros trabajos, piezas en las que hace uso del metacrilato transparente y de color. Después avanza hasta su etapa en Boston a través de algunas de sus series más emblemáticas, como 'Las Meninas' (1982) o 'Alhambras' (1984-86), así como obras nuevas y documentos fotográficos y audiovisuales «que ayudan a contextualizar».
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