Juan Ripollés es una de esas personas ante la que cualquiera se da la vuelta para mirar por la calle. A sus 91 años, acumula millares de obras pintadas o esculpidas en infinidad de museos, centros culturales, paseos urbanos, rotondas y casas de particulares. ... Su obra es inmensa, y lo más importante, responde a la pasión de un hombre en su máximo exponente. Porque Ripollés, por encima de todas las cosas, ama el arte no entendido como cultura de clase, sino más bien todo lo contrario. Ama el arte por el placer que siente al crearlo. Dice que jamás podría dejar de trabajar, de la misma forma que una gallina no puede dejar de picotear los granos de trigo que le arrojan, palabras suyas literales.
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Conversamos un rato con él, con motivo de la presentación de 'El artista al desnudo', una retrospectiva a toda su obra a través de 70 piezas pictóricas y escultóricas. El proyecto nace de la colaboración entre el Festival Internacional de Cine Infantil de Valencia (FICIV) y el Ateneo Mercantil. Se podrá ver a partir de abril del año que viene. Ripo, Juanito, El Maestro o Ripollés (tiene diversidad de apelativos) acude a la presentación con uno de sus extravagantes atuendos coloridos. Le preguntamos, fundamentalmente, sobre su vida y su visión del mundo después de haber superado los noventa con una salud tan envidiable. Además, primera vez revela el significado del número 33 con el que firma todas sus obras seriadas.
-En varias ocasiones ha hablado sobre la importancia del niño como registrador de la vida. Al niño lo intentan adaptar: consigue un trabajo estable, una economía estable, unas amistades estables... A sus 91 años, ¿sigue siendo un niño?
-Así es. O al menos hago exactamente lo mismo desde que soy niño. Yo conocí la libertad desde muy pequeño, a los seis años. Y lo hice recogiendo boñigas: mi madre, allá por los años 30, me lo pedía. «¡Juanito, vete a la Virgen del Lidón a recoger boñigas!». Yo no quería ir a la Virgen del Lidón, así que las recogía de otro sitio, y te digo más: solo recogía las que más me gustaban. Siempre he sido libre, y en parte lo he sido por puro desconocimiento. Empecé en la pintura siendo un inculto total. Había un artista de Castellón que me gustaba mucho, así que empecé a imitarle. Yo no lo sabía, pero ese pintor imitaba mucho a Van Gogh. Yo no sabía ni quién era Van Gogh, y en el año 54, cuando me fui a París sin saber nada, vi los cuadros de Van Gogh en un museo y pensé: «¡Jolín, este tío me está copiando!».
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-Me han comentado que en esa época tenía un hermano gemelo…
-Creo que es la primera vez que cuento esta historia a un periódico. Sí lo tuve, y a día de hoy no sé si yo soy yo o si soy mi hermano [ríe]. A él lo llamaban Manuelo. Era idéntico a mí. La cosa es que, en la guerra, siendo bebés, con las prisas de escondernos cuando lanzaban bombas, mi madre nos confundió y ya nunca más se supo quién era cada uno. Siendo ya mayor, yo le decía a mi madre: «Pero, mamá, ¿entonces yo soy Juanito o soy Manuelo?». Y ella solo me decía: «¡Calla, tonto, calla! ¿Quién vas a ser? ¡Pues Juanito!». Pero nunca estuvo claro. Mi hermano murió con 33 años, por eso firmo todas las esculturas seriadas con el número 33. Creo que nunca lo había dicho, ya era hora.
-Es un apasionado de la pintura, pero la pasión, al igual que cualquier otra virtud, está sujeta a dudas e incertidumbres. ¿En algún momento ha pensado en abandonar?
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-Jamás. Ni tampoco he pensado nunca en morirme. Si digo que soy como un niño es porque lo que más les gusta hacer a los niños es pintar, y es lo que más me gusta a mí también. Fíjate si no pienso en abandonar, que ahora mismo estoy empezando el cuadro más grande que he pintado en mi vida.
-Ha vivido casi todo lo que la mayoría de los vivos pueden recordar. Guerras, dictaduras, crisis, pero también la llegada de la libertad, el desarrollo del progreso… ¿Diría que el mundo está bien o cree que, en cierto sentido, estamos viviendo un retroceso?
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-Estamos mejor que nunca. La humanidad siempre ha ido mejorando, lo que pasa es que los jóvenes de ahora no pueden siquiera imaginarse lo que es la miseria de pasar hambre durante meses. Nunca hemos sido tan libres, ni hemos estado tan protegidos, ni hemos tenido tanta abundancia como ahora. La vida ahora es una delicia, lo que pasa es que los seres humanos no respetamos la vida. Hay muchísima protección, pero es una protección deshumanizada. Las personas, individualmente, son inteligentes; pero la sociedad en general se mueve más por las modas que por la inteligencia. Con internet y todo eso no hace falta que pensemos, porque todos los pensamientos están en nuestro móvil, pero, ¿y los nuestros? ¿Dónde están? Aunque, en cualquier caso, hay menos guerras y más salud pública que nunca.
-¿Qué le diría a un joven que ha estudiado Bellas Artes y se dado de bruces con un mundo precario y sin oportunidades en el que no tiene hueco?
-Le diría que siga, porque solamente siguiendo podrá conseguir lo que busca. Si tienes afición, vales para algo y trabajas, al final las cosas llegan. Si no tienes el talento, quizás no puedas llegar a vivir de ello, pero tanto da. Muchos se preguntan: ¿para qué tiene la afición si nunca va a ser el mejor? Pues porque disfruta del proceso y no necesita nada más. En las artes ocurre esto. El que tiene ilusión, cuando tiene un rato, se pone a vivir de su ilusión. El problema es que hay muchísima ambición, demasiada. Buscamos el éxito todo el tiempo.
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-Hay quien diría que es fácil hablar de esa constancia desde una buena posición.
-Pero es que yo siempre fui pobre. Cuando tenía dieciocho años y empezaba a vender mis cuadros, quizás venía un señor y me decía: «¿Cuánto pides por ese cuadrito». Y yo le decía: «Pues no sé. ¿Cuánto puede darme?». «Cien pesetas», me respondía. Y yo pensaba: «¡¿Cien pesetas?! ¡Pero si los materiales solo me han costado 25! Con lo que gane puedo pintar varios cuadros más y comprarme un bocadillo». Sigo siendo exactamente igual que entonces. Podría vender mis cuadros por el valor de cinco o seis jamones de Jabugo, pero si yo lo único que necesito es comer un poco de jamón, que me encanta, ¿para qué necesito más? Siempre he vivido así.
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-¿Hay algún secreto para mantenerse así a los 91 años?
-Ser lo más honesto posible. Se vive más tranquilo. Y también ser bueno con los demás. Antes todo era represión, pero ahora podemos amar a quien queramos y como queramos. Eso es una delicia. Creo que esa es la clave, y quien tenga otro sentido moral por la razón que sea, pues oye, que evolucione.
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