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Sesenta años de vida, un atraco y una mascletà histórica entre las cuatro paredes de un edificio del corazón de Valencia. La emblemática construcción que saca pecho en la esquina de la calle Barcas donde confluyen las brillantes Poeta Querol y Pintor Sorolla, acogió al Banco Exterior desde su inauguración en 10 de marzo de 1964. El pasado domingo fue el sesenta cumpleaños de la apertura de las puertas de una construcción levantada bajo las directrices del arquitecto Mariano Garrigues y Díaz Cañabate para conceder a la ciudad un «edificio de líneas modernas digno de la entidad nacional que lo ha levantado, tan estrechamente vinculada a la proyección de España en Europa y en el mundo», conforme al relato de LAS PROVINCIAS de aquella inauguración que situaba a Valencia en el foco de apertura a los mercados más allá de las fronteras españolas. En la emblemática esquina que abre la que con los años se convirtió en la 'City' local empezaba a escribirse el relato de una nueva economía valenciana cuando en España se iniciaba la aplicación del Plan de Desarrollo Económico y Social.
Y quiso el destino que esa construcción que se anunciaba a toda página en los periódicos, algo más tuviera que contar ese relato cuando un acontecimiento propio de película o de novela 'noir' quedara grabado en la memoria colectiva de la mano de una mascletà y de un atraco, rocambolesco cóctel de sabor difícil de superar.
Para cualquier valenciano, es fácil imaginar el escenario, ya sea porque recuerde el suceso, o por el sencillo hecho de serlo. La mascletà marca la vida de la ciudad, una verdad incontestable que cada marzo se reafirma en el epicentro de la fiesta. Si, además, en esos minutos en los que la capital se detiene y todos sus habitantes miran en la misma dirección, los amantes de los ajeno irrumpen en la caja fuerte de un banco, el espectáculo se multiplica. Y eso es lo que sucedió el 9 de marzo de 1992, justo un día antes de que la construcción cumpliera 28 años.
En torno a las dos de la tarde de ese día -en esa hora mágica de las Fallas-, aprovechando el multitudinario ir y venir de viandantes, atascos en la circulación y prisas por llegar a la catedral de la pólvora, dos atracadores se hicieron con un botín de más de cien millones de pesetas en el Banco Exterior de España. Un hombre bien vestido, con traje, y otro con mono azul, sabían que el momento era idóneo para lo que tramaban. La atención estaba en otro lugar muy pocos metros más allá de la sede financiera. La oportunidad era única.
«Fue un golpe de asombrosa y eficaz ejecución», relataban algunos testigos a LAS PROVINCIAS en aquel momento. En pocos minutos, los atracadores descendieron por un ascensor hasta la cámara acorazada, obligaron a punta de pistola a dos empleados a abrirla y, tras encerrarlos, se esfumaron sin dejar rastro. Llegó el despliegue policial por los alrededores y en el interior del banco, en busca de pistas o indicios. Un helicóptero sobrevoló por largo tiempo el lugar dando pie a especulaciones, incluida la posibilidad de que los atracadores siguieran dentro. El desenlace, conforme al relato del 10 de marzo en este periódico, fue que la entidad bancaria carecía de cámaras, monitores de video o cualquier sistema de seguridad.
Una combinación de elementos que a priori cualquiera dudaría de que se pueden mezclar, pero que la realidad, siempre capaz de superar a la ficción, reveló que no era imposible convirtió al edificio, hoy sede de otra entidad financiera, sobre el que se grabaron importantes capítulos del recorrido económico de la ciudad en un espacio para siempre inscrito en la esencia de su cultura popular. Un banco, un atraco y una mascletà, los tres juntos en Valencia, todos muy cerca al ritmo del estruendo de los disparos de la fiesa.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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