No me gustaría caer en el pesimismo. Tampoco en la acritud. No es lo que más se necesita en estos momentos en la feria para alcanzar el buen puerto que le dé un pasaje al futuro. Así que empezaré por lo salvable de la tarde, ... por el coraje de Román, que braceó hasta la orilla con desesperación y ánimo, empujado por un público amigo que quería su salvación por encima de detalles y tecnicismos que todos sabemos que en él no vienen al caso. Lo de ayer fue un canto de desesperación ¡que no se me escape el tren! por parte del torero y una respuesta de pura generosidad, de aprecio amigo, ya saben, a los nuestros con razón o sin ella y todos se cogieron a la razón del valor, que no es poca razón, a la del paisanaje, a la necesidad del amigo, todos somos amigos de Román, por lo de ayer y por las veces que don sistema no le dio a Román lo que Román se había ganado, así que me apunto a la oreja y a Román por encima de otras consideraciones.
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En ese empeño de arrancar la crónica con lo bueno, me quedó con el toreo de capa de Rufo al sexto, puro lujo, mimo, ritmo, ausencia de crispación, qué fácil y qué difícil, que bonito, que milagro, se pararon los relojes y saltaron los corazones, los nuestros que no los del torero, primero en los lances de recibo a pies juntos, o quizás fue con el compás levemente abierto, en realidad fue la levedad imposible ante un toro, y luego en el remate, eterno, a una mano, de allá hasta más allá y en dos lances de suerte cargada en el quite, más despaciosos si cabe, más enmacizados y … y se acabó. Una voltereta del toro, acabó con la felicidad. Seguramente porque esa forma de enfrentar la muerte no era de este mundo, aquella forma de embestir tampoco y volvimos a la cruda, se puede decir puta realidad, y a partir de ahí fue el toro quien se durmió y la emoción desapareció, porque para torear de aquella manera es necesario la clase con la que embistió ese juanpedro hasta la voltereta y también un chorreón de vinagre que le quitase empalago a tanta dulzura.
Siguiendo con el capítulo de lo fetén no sería justo obviar la técnica del maestro Juli, veinticinco años de alternativa, iba a decir de maestría, pero sería decir poco, este nació maestro y bravo aunque ayer nada fue suficiente para que lo celebrásemos como merecía la ocasión: en su primero se le encasquilló la espada y en su segundo fue víctima de la que entiendo como exagerada fe del presidente, que supongo que pensaría que la clase del toro de fulgurante salida, se acabaría imponiendo a su invalidez, pero no fue así.
Luego tengo apuntado en la memoria la categoría del toro quinto, Titánico se llamaba, la clase insuficiente del sexto víctima de una fatal voltereta y el buen toro primero. Los buenos pares de Alvarito Montes, de Pilo y de Andrés Sánchez que a pesar de esa pose extraña en el cite con la rodilla flexionada que ha añadido a sus formas (las exageraciones impostadas nunca fueron buenas ni toreras) banderilleó tan bien como siempre. Celebro la mejora estética en los caballos de los alguacilillos, una plaza como Valencia no merecía los jumentos que encabezaban el despeje de plaza en las pasadas fallas. Me alegro el alivio climatológico y me dolieron esos dos tercios de plaza, costurones consecuencia de las ausencias, cuando se suspiraba por un lleno que animase a la insistencia en la inversión.
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Si hay que recorrer la tarde de adelante atrás sin olvidar los altibajos, contar que Juli dejó dos medías soberbias apenas se había abierto de capa, fruto de la transformación estilística que ha sufrido en los últimos años. No le sobraba la fuerza al toro, un tren de toro y lo afianzó, lo templó y acabó sacándole lo que parecía no tener el juanpedro.
Rabia novilleril en el trasteo y metraje excesivo en busca del triunfo antes de un metisaca infame que dio al traste con todo. Su segundo muy protestado, con razón, no le dio opciones.
Román seguramente atropellado por la necesidad de triunfar, no pasó de voluntarioso en su primero y se vino arriba, eso también es de torero, para aprovechar la buena condición del quinto en una faena de mucha entrega, empujado por el público, también por su ambición y por esta vez mató de excelente estocada que desbordó el entusiasmo.
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Le dieron una oreja, le pidieron otra, pero para entonces había vuelto la cordura y todo estaba en justa medida. Román camina que es la clave.
Tomás tuvo pocas opciones en el bonito castaño que hizo tercero de la tarde y ya les he contado lo bien, sentido y torero que anduvo con el sexto mientras duró. Luego sus faenas de muleta fueron fundamentalmente voluntariosas, pero después de verle torear de capa como lo hizo estaba de sobra. Y como un día de toros es más que las dos horas y pico, cada vez más pico, que dura una corrida, les contaré que a la hora de arrancar las cuadrillas habíamos vivido una mañana de resaca triunfal y pasión en los corrillos, ahora virtuales, pero no por eso menos calientes. Pasión es lo que hace falta. La pasión como motor del toreo. El triunfo de Nek y la llegada y no llegada de las figuras, alimentaba la hoguera por si no había bastante con el bochorno sahariano de las vísperas. Juli veinticinco años en la cumbre, único superviviente en el cartel inicial, ganaba respeto; protagonistas eran también las que no pudieron llegar a la cita y se quedaron varados en manos de los fisio, Morante y Manzanares, que sin entrar en suspicacias se les echaba de menos, en realidad se les necesita. Y había más temas mañaneros. Valencia que siempre saborea con fruición el triunfo de lo propio, ya sueña con la consolidación de su ultimo alumbramiento, Nek Romero. Vale la pena soñar y no hay mejor palanca para levantar una afición que la pasión por un torero propio. Y ahí está Nek, en la rampa de lanzamiento, para lo que manden. Tres actuaciones en Valencia llevan el de Algemesí, dos salidas a hombros y una tercera abortada desde la insensibilidad presidencial, en realidad pispada dados los méritos sobrados que acumuló, para que hubiésemos dicho aquello de no hay dos sin tres. Y si no la hubo tampoco importa demasiado, lo he hecho está y de so se habla.
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