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Una corona de reina en la solapa de la chaqueta es una declaración de intenciones. La manicura perfecta, enjoyada, los labios pintados y una sombra ... de ojos rosa con purpurina propios de una diva. El pelo, rubio platino, impecable. «No me pongo redecilla para dormir», apunta presumida. Rosita Amores Valls (Nules, 23 de enero de 1938 –según el registro, porque en realidad tiene 86 años–) es la reina de Valencia, una mujer valiente, poderosa, una adelantada a su tiempo, que tuvo el arte de esquivar la censura franquista con una pluma. Vedete, actriz e icono de una ciudad en la que emerge sobre una 'ovnipaella' en un mural en el barrio del Carmen de Valencia. El artista Luis Montolio inmortalizó a una de las hijas predilectas de Valencia, que hoy prepara un libro con sus memorias.
–Está estupenda, es usted la musa de Valencia.
–(Ríe) No, no, no... no soy la musa pero me gustaría. Como ya soy hija predilecta, pues me lo puedo creer. Por la calle me dicen: ¿es usted Rosita Amores? Y yo digo: su hermana. Me gusta mucho que me digan, que me quieran, pero soy vergonzosa aunque no lo parezca.
A los cuatro días de nacer, en plena Guerra Civil, la familia huyó de Nules por caminos y monte. «Tiraron una bomba i tots a fer la mà». La huida terminó en Tavernes Blanques y poco después en un bajo en el Camino Viejo del Grau. Rosita fue la única niña de once hermanos –varios no llegaron a nacer– y su padre, para dar fe, lo primero que hizo fue levantarla y mirar debajo de las faldas.
Rosita habla, sin parar, un torrente de anécdotas, vivencias, canciones y variedades. «Me acuerdo de todo desde que tengo cinco años».
–¿Por qué es artista?
Aquí cambia la cara, la luz, el brillo de unos ojos de vedette que hablan tanto como su boca. «Por mi madre». Esa madre que llena todo el salón de la calle Cirilo Amorós donde se hace la entrevista. «Mi madre es que era 'molt graciosa'. Fui artista por ella, sin duda. Mi madre era 'versaora', se disfrazaba...».
Rosa –le llamaban Rosario– era la matriarca de la familia, la que llevaba las riendas de casa. De su padre, Rosita no habla mucho. Otros tiempos. «Mi madre me decía, tú no hables en valenciano, porque tú tienes que ser artista». La niña, a pesar de los consejos de su madre, lo aprendió en la calle y lo mejoró en su etapa de dos años en El Molino de Barcelona en los tiempos del Cobi de Mariscal.
Rosita, la niña, se hizo cargo de la casa mientras su madre fregaba escaleras para mantener a la familia. «Yo era la pequeña de los hermanos y me encargaba yo. Todos los días, para comer, hacía 'arròs al forn' y con el cántaro, porque en las plantas bajas no había agua, iba a la fuente a llenarlo».
La madre pregonaba allá donde la oyeran que 'la seua filla' iba a ser artista 'i jo tinc que portar-li la maleta'. Rosa, la madre, fue mánager, guardaespaldas y todo lo que hiciera falta para que su hija fuera artista. «En Casa Penadés me compraba las partituras de las canciones y era la que me buscaba las modistas para hacerme los trajes.».
La niña empezó con baile español –«me salía muy bien el zapateado de Sarasate»– y aprendió a tocar las castañuelas. Todo bajo el aprendizaje del maestro Carbonell. Rosita, que se sacó el carné de artista en el Apolo, aunque luego se lo llevó la riada del Turia del 57, empezó a hacer bolos «por los que me pagaba cinco o diez pesetas». El cambio vino en el City Bar, frente a la plaza de toros de Valencia, un bar donde hacían variedades, y allí se presentó a los 12 años con taconcitos, calcetines «y unas buenas cantimploras, porque desde bien pequeña las tenía». Un representante, de apellido Barrachina, le dijo que si quería ser artista se tenía que quitar los calcetines y que si quería escalar, tenía que abandonar el baile español y «hacer moderno».
–Sus pechos han sido su seña de identidad, desde la elegancia y la transgresión en plena dictadura.
–La Rosita de la calle es una y la del escenario otra. Por la calle siempre he ido muy tapada y muy ancha. Pero en el escenario con mis vestidos, mis plumas y mis flecos. Mucha gente siempre me ha dicho: ¿por qué no te operas? Y yo siempre he contestado: porque mi éxito ha sido no operarme.
A los 17 años, la estrella empezaba a relucir. En las fiestas de la Cava, en las Terres del Ebro, José Guardiola le hizo un feo que todavía lo tiene clavado. Un dolor que le sacó Antonio Machín, que le cedió sus músicos e hicieron hasta cinco vises de El Manisero: «Era un señor, mi ídolo. Cada vez que me veía me decía: Amoooreees. A los cubanos les gustan mucho las mujeres y a los que no lo son, también.». Aquella actuación fue un boom: ««Imagina, con 17 años, la cantimploras, taconazos, un traje verde con flecos y cuando hacía así, tacatacatá, se movían los pechos y los flecos. No estaban acostumbrados a verlo».
Rosita, que habla de Valls y Vicente Raga, actuó con Los Colosos y Los Millonarios, y lo dejó para fichar por el Alkázar para 'Las chicas yeyé', un teatro cuyo escenario llenó durante veinte años. Una artista valiente, rompedora, reina de cabaret, una súpervedete que supo colarse entre las barreras de la censura. No fue fácil, ella lo sabe, lo dice, y una vez más, aquí jugó su madre un papel fundamental.
–El franquismo, los tiempos de la censura, la lupa sobre los artistas.
–He sido muy perseguida por la censura pero la salvaba muy bien. Mi madre me hacía unas plumitas para que cuando venía el censor al teatro. La tenía preparada y cuando se encendía la bombillita roja para avisar al regidor de que los censores habían llegado, me las ponía.
El despacho de los Censores de Madrid estaba en la plaza de la Reina, donde había que ir a enseñar las letras de las canciones y los dibujos y fotografías de los vestidos. «Te lo miraban y decían; esto nulo, esto no... Eran unos beatos, yo también soy beata eh, pero luego venían a los camerinos a verte...».
Entre las anécdotas, una desagradable, la de un censor que en un pueblo cerca de Valencia le hizo probarse el vestido y tocó más de la cuenta. «Faça el favor de no tocar a la meua filla o li done una bofetà», dijo su madre. A Rosita no la dejaron actuar pero al censor, la gente de allí, lo denunció y fue expulsado.
–¿Le multaron alguna vez?
–Cantando 'La menta' en el Alkázar había cinco censores en el palco y no lo sabíamos. Tatarataraa, me abro la gasa, canté cinco veces la canción. Pam, pam, pam, pam. Pegali-trompetaes, le decía al trompetista. Veo la bombilla y se me rompió el tirante del sujetador. Al terminar, me pongo el batín y oigo: Amores, al despacho. Total, que dije que se me había roto el tirante y en verdad ahí no se movió nada. Yo dije que no pagaba la multa. La abonó el empresario porque le interesaba.
–¿Y ha tenido alguna situación incómoda?
–Mi madre era la que me cuidaba. Sólo un empresario, que nunca me tocó, me propuso ir a tomar algo. Yo le dije, cómo me voy a ir con usted a tomarme algo si conozco muchísimo a su mujer. Y en el espectáculo, cuando me metía con un señor siempre le he pedido permiso a su mujer. Yo cuando bajaba del escenario al público se acojonaban. Lo que sí tengo son muchas anécdotas, como la de ese señor de cien años que llevó su nieto al teatro porque su gran ilusión era darle un beso a Rosita Amores. Y allí, subió. ¿Qué lo podía quitar de les mamelles? (Ríe). Al día siguiente el nieto vino a decirme que su abuelo había revivido.
Vedete, cantante y actriz. 'El Virgo de Visanteta', 'Con el culo al aire' y 'El robo más grande jamás contado' son algunas de sus películas. En televisión, l'Alqueria Blanca en RTVV y series de éxito a nivel nacional como Ala...dina y La Casa de los Líos, entre otras. Además de discos y musicales en el teatro, con muchas plumas y atrevimiento.
–Su gran amigo del alma, El Titi...
Y aquí se emociona. Se le llena la boca de halagos para Rafael Conde. «De El Titi lo sé todo, tenía seis meses menos que yo. Él vino a Valencia gracias a un gran transformista de Sagunto, El Gran Benamor. Me dijo, hay un chiquito que ha venido a la plaza de Toros con Los chavalillos de España, pero le pagan muy poquito, casi por la comida. A ver si le puedes ayudar. Hablé para que lo contrataran en el Alkázar. Fue una gran persona y fuimos grandes amigos».
Rosita se ha movido por la vida como por el escenario. Pisando firme, burlando la censura y con contactos en toda la esferas de la vida. De Lerma a Zaplana, sin olvidar a Maragall. A El Molino fue porque la buscaron en la Sala Canal y en Barcelona la vieron personalidades como Serrat, Sara Montiel, Núria Feliu o Moncho Borrajo. Rosita es una estrella, siempre será una estrella.
Hoy, como su madre estuvo de ella, está orgullosa de Silvia, psicóloga: «El orgullo más grande de mi vida es mi hija. Lo que más quiero y he querido».
Y Rosita se va, la niña de Rosa, la vedete, la madre de Silvia: «Posam menta, posam menta. Que'l voler aixina aumenta. Que les coses del amor. Si son fortes, son millors. Posam menta, molta menta. I pebrereta coenta».
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