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El gran maestro, el genio y el meritorio, ese fue el cartel de Santander; o lo que es lo mismo, Ponce que sigue consumiendo etapas con nota muy alta en su temporada del adiós; Morante que reaparecía tras de la cornada de su enfermedad mental; ... y Fernando Adrián que sigue en su lucha por consolidarse en las ferias. Al final salieron todos a hombros, tres orejas para el valenciano, dos para el sevillano y tres para el castellano después de manifestarse cada cual con una fidelidad absoluta a sus estilos. Inteligente y ambicioso el maestro Ponce que tuvo que superar la incomodidad de dos oponentes que a falta de trapío sacaron poco estilo. No se conformó, les buscó las vueltas a ambos y los despachó de dos buenas estocadas. En su segunda faena la banda de música le acompañó con las notas de La Misión que al menos esta vez sonó tristona y no ayudó en absoluto a ponerle ambiente al trasteo. Tras pasear las dos orejas de su segundo la ovación de despedida fue absolutamente enternecedora, la justa para despedir a uno de los más grandes de la historia del toreo.
El toreo de Morante, con capa y muleta y en los dos oponentes, fue de una torería deslumbrante. Apostura, inspiración, naturalidad, valor, mucho más valor del que cabe exigirle a un torero de su perfil artístico. Por encima de su toreo lo mejor fue verle sonreír. Le dieron una oreja de cada toro, pero la vara de medir del presidente no estuvo muy afinada, era para más.
Fernando Adrián, que igual que Ponce cortó tres orejas, estuvo animoso y firme ante los dos oponentes. Fue cogido con espectacularidad y sin aparentes consecuencias más allá de magulladuras multiples. No se amilanó y buscó el triunfo con la fe de un catecúmeno. Al final los tres salieron en hombros de un público entusiasta que llenaba prácticamente la totalidad del aforo.
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