Estremecedora

Nos sitúa de nuevo en una dictadura militar después de la Alemania nazi y la España franquista de las anteriores. Esta vez en la Argentina de 1976 a partir de una familia sin apuros compuesta por el padre Héctor Kessler, médico militar jubilado aficionado a la elaboración de perfumes caseros, y sus dos hijos, César y Gabriela. Su vida cómoda se altera cuando Sofía Timmerman, una abuela de la plaza de Mayo, anuncia a Gabriela que sus padres reales murieron torturados en 1978, poco después del Mundial de fútbol. La duda crece progresivamente en Chivita, como la llama cariñosamente su adorado padre (entrañables sus bailes con la niña Carla Valls): del desprecio inicial a Sofía transita a la posible veracidad de su testimonio y llega a la certeza hasta topar con la difícil decisión.

El texto es brillante, uno de los mejores de Cardeña, muy cuidado y respetuoso para golpear hasta la conmoción sin provocar el enojo antesala del odio. Como buen maestro de la literatura dramática, la palabra fluye sin mensajes forzados ni epítetos: la historia es dura de por sí por lo que considera mejor utilizar el teatro documento con la proyección de imágenes como testimonios reales de la virulencia de la represión dictatorial. Muestra la realidad de los hechos de por sí por medio de la naturalización del lenguaje audiovisual, la realidad argumental y las emociones y actitudes de los personajes. La conmoción del espectador nace de lo contemplado presentado de manera distanciada.

El teatro es una combinación de lenguajes artísticos. 'El perfume del tiempo' lo demuestra. Mientras la palabra construye el argumento, los elementos extratextuales aportan un simbolismo ejemplar. La escenografía naturalista de Luis Crespo es acorde a la casa familiar y la iluminación de Pablo Fernández refuerza a los personajes y pone la tonalidad colorista adecuada a las sensaciones sin destacar, con pasos del ámbar al azul o al rojo prodigiosos. Resonante es el vestuario de María Poquet, con tonos azules dominantes en el femenino que van desde la viveza del neutro en el vestido inicial de Gabriela hasta el albiceleste de la bandera argentina de Sofía en el momento de su primer diálogo cercano. Una variación de tonalidad metáfora de la verdadera Argentina ocultada.

Pero el texto no alcanzaría tanta potencia sin las extraordinarias interpretaciones. El veterano Juan Carlos Garés sigue creciendo. Su inconmensurable actuación es de una altura generosa. Iria Márquez transmite de maravilla su proceso de concienciación, perplejidad y vacilación ante la decisión y el sentimiento ambiguo final. Manu Valls tiene un papel ideal a su estilo y Marisa Lahoz pone el punto de equilibrio con su paciencia ante Gabriela. La dirección de Cardeña es un servicio al protagonismo de los cuatro, con el punto climático de proyección de la ilusión de Lucía Poveda como madre embarazada, rematada con su fotografía entre la de tantos desaparecidos de la dictadura militar.

Excelente trabajo con la factura característica de la compañía Arden. Con un mensaje presente en toda la trilogía: el pasado no se puede cambiar pero puede evitarse su repetición. Como dijo Shakespeare, tan admirado por Cardeña, «la memoria es centinela del espíritu».