Brillante inauguración

Es perceptible la mejoría de la programación cada año, atractiva para el espectador fiel a la poesía del cuerpo, con un buen número de estrenos y hasta una coproducción propia junto a Les Arts, 'Prometeo' de Otradanza. Y concibiendo que la danza es minoritaria, el festival sale a la calle a la búsqueda de públicos con actividades participativas en espacios urbanos. Así pues, Dansa València da cabida a todos los públicos, especializados o no. Hasta el infantil.

La inauguración oficial en el teatro Principal fue introducida por dos grandes actrices valencianas, Cristina Fernández y Laura Romero. Presentando las líneas y actividades ataviadas como ninfas del bosque del sueño de una noche de verano shakespeariano aludiendo al lema del festival, «Sueño insinuado».

La obra seleccionada para este arranque fue un estreno internacional: 'Vortex' de la compañía Humanhood, cuya anterior creación, '∞ {Infinite}', clausuró el festival hace dos años. Creada por la catalana Julia Robert y el británico Rudi Cole, la agrupación posee un estilo peculiar desde la creencia de la capacidad del arte para la transformación.

'Vortex' prácticamente continúa la línea del anterior trabajo, al lograr mucho impacto visual con la combinación entre lo físico y el misticismo entre la oscuridad. Se sostiene con el juego entre los cuerpos y la iluminación con el desarrollo en la desnudez de la caja negra. Ya el inicio es sobrecogedor cuando un haz de luz cenital rompe las tinieblas y entre encendidos y apagones se va descubriendo un grupo de siete figuras negras. Prácticamente repiten un mismo dibujo como si fuese un ritual. Con cierto orientalismo porque no dejamos de ver elementos de aquellos lares, dando esa pintura mística característica de la compañía, como las pantallas de luz que son sombreros tradicionales asiáticos, algunos saludos, los movimientos de tai-chi y artes marciales, sobre todo aquellos donde los intérpretes hacen girar el cuerpo, o incluso alguna posición cercana al yoga sentados con las piernas cruzadas.

En ese juego de oscuridad y esplendor los efectos visuales entre el humo dialogan con los cuerpos al ritmo de la música repetitiva con variaciones de Iain Armstrong que destapa los estados psicológicos. Este espacio sonoro facilita la potencia visual de una coreografía inteligente y diáfana, interpretada con energía y habilidad. La iluminación de Aiden Bromley llena de efectos de actúa como un octavo intérprete a modo de dios regidor del mundo, hasta el final explosivo haciendo honor al título, con cierta trampa para sugerir un desenlace anterior al real.

Una inauguración brillante de un festival con amplias miras y mucha valentía. Con un excelente equipo profesional y experto desde su cabeza directora hasta el último colaborador. Esperemos que los presupuestos políticos no corten su línea expansiva. Treinta y ocho ediciones no es una cifra despreciable.