Entre lo corrosivo y la denuncia

Cabe separar la introducción del resto de la obra porque en ella explica los motivos de su creación. Con humor corrosivo, la proyección del rostro animado de Sweeney con voz en off (excelente la grabación sonora de David Alarcón) relata la causa: la petición de una subvención pública dada su precariedad. Para ello, construyó este trabajo siguiendo los baremos de la convocatoria. Por tratar un tema feminista e incluir un reparto de mujeres obtenía quince puntos. Y si el montaje era teatro híbrido, con audiovisuales, narratividad, danza, y teatro físico, y unía un título clásico, 'Lisístrata' de Aristófanes, con uno contemporáneo de Bertolt Brecht, 'Santa Juana de los Mataderos', conseguía el producto perfecto para una valoración positiva de cualquier envejecida comisión. Eso sí: tuvo que reducir las seis actrices iniciales a cuatro al no llegarle el presupuesto.

A partir de ese humor crítico y una presentación real de las intérpretes, Sweeney crea un argumento de denuncia del trato a la mujer y la historia de las trabajadoras, con lenguajes autónomos interconectados: audiovisuales excelentes de Álvaro Moliner, textos proyectados o voz en off, acciones mudas con mucho movimiento e imágenes estáticas de las intérpretes. Su incorporación a las fábricas se debió a ser mano de obra barata empleada después de la abolición de la esclavitud. Prosigue por episodios del pasado como las sufragistas o el incendio por el que se conmemora el 8 de marzo como día de la mujer trabajadora hasta la explotación más reciente de la industria textil, paradójicamente comprada por mujeres en conocidas tiendas. Hay escenas sublimes: la muñeca Barbie símbolo de la mujer objeto, la imitación a modo cine mudo o las citas de ingenios consumistas para ellas. Curiosamente, la mayor parte de estos sucesos forman parte de la historia de los Estados Unidos, país que presume de adalid de la libertad. Todo entre frases que demuestran el cinismo del poder y del empresariado explotador.

Uno de los aspectos más destacables es la figuración de pinturas conocidas con las intérpretes adoptando posturas estáticas semejantes. Algo que vimos en '5 lobitos' de Toni Agustí, aquí es amplificado en la creación de imágenes con los cuerpos. Desde 'El nacimiento de Venus' de Botticelli, pasando por 'La libertad guiando al pueblo' de Delacroix, hasta llegar al arte contemporáneo. En ese vaivén entre el movimiento extenuante y el estatismo, muy equilibrado por la dirección de Sweeney, está el mayor mérito de las actrices Arantxa Cortés, Begoña Comitre y Yasmina Burdeus y, sobre todo de Ana Lola Cosín, inmensa especialmente en la danza y la corporalidad mecánica. Agudas en los variados juegos con los rostros, de la mueca a la gravedad, con sus simbólicos vestuarios.

Un teatro de tesis interesante. El relato huye de lo anecdótico y hace gala de un feminismo auténtico alejado de dogmas preestablecidos. El espectador no podrá separar los ojos de lo contemplado porque, como reflexiona el texto al inicio, el teatro es un refugio de la realidad; es una verdad vista como mentira.