Teatro de escucha

Este mismo escenario acoge 'Camino al zoo', muy buen ejemplo de su trayectoria llena de historias personales con una dosis de absurdo para mostrar la condición humana. En realidad, son dos obras, puesto que, en 2004, Albee unió 'Historia del zoo' (1958) con una precuela titulada 'Homelife', para completar el alimento de la historia.

Juan Carlos Rubio y Bernabé Rico, solventes adaptadores con una trayectoria amplia, han sabido captar este texto de escritura compleja, con una capa superficial vestida de comedia aparentemente pero con muchos otros núcleos profundos. En esta época donde la espectacularidad se impone a la palabra es necesario este teatro de escucha para comprender las reacciones, a veces extrañas y absurdas, de los personajes. Y han conseguido su objetivo.

El primer acto presenta al matrimonio de Peter y Ann. Mientras él lee una novela aburrida como la vida, ella entra. Sus diálogos revelan su soledad y su incomunicación, con la frase «tenemos que hablar» dominante, aunque carezcan de problemas supuestamente. Ambos muestran un vacío existencial que ha conducido a la insatisfacción, y Ann incluso genera la dicotomía entre su excelente vida amorosa y sus carencias en la sexual, reclamando más animalidad. Incluso existe un episodio pasado funesto guardado en secreto. Huyendo de tener que afrontar la realidad con Ann, Peter se refugia en el zoológico de Central Park e inicia el segundo acto en la misma posición. Súbitamente, aparece un desconocido, Jerry, ser excéntrico que le obliga a escuchar su historia hasta llegar a la más siniestra del desenlace revelador de la razón real de su visita al zoo.

Y es que el zoo se convierte en la metáfora de la existencia, algo subrayado por la sensacional escenografía de Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer, de arquitectura minimalista de espacio cerrado de láminas blancas, paja al fondo y por el suelo, y el sillón o banco en el centro, con una original forma de entrada de personajes. La iluminación de Nicolás Fischtel también adquiere sentido metafórico. De forma genial oscurece en ámbar de distintas intensidades los momentos conflictivos mientras da luz potente a los más narrativos de los personajes. Presta lo inquietante el apoyo musical de Mariano Marín. Un apartado técnico que da mucho relieve a la riqueza de los diálogos y a la descripción de los personajes, dando fuerza emotiva a las reacciones absurdas muestra de una sociedad sin rumbo angustiada por vivir atrapada en jaulas individuales.

Fernando Tejero es un gran actor. En el teatro se despoja de su estereotipo televisivo. Vuelve a dar una exhibición de contención y adecuación al personaje como hizo en 'La cantante calva' Bien en su enérgico movimiento Daniel Muriel, como personaje sin esperanza que viene de un barrio pobre confrontado al ser de clase media. Ana Labordeta está majestuosa y lleva al límite sus necesidades interiores. Un trío magnífico que vale la pena, muy bien dirigido por el versátil todoterreno Juan Carlos Rubio.

Teatro de verdad, profundo, con ensanche emocional y temas existenciales vigentes. Incluso le es perdonable el acento llano equivocado de Tolstói.