josé luis benlloch
Domingo, 14 de abril 2019, 18:04
Los duros y prestigiosos triunfos de Las Ventas, nada es fácil en Madrid y menos en cuestiones taurinas, se forjan a hierro y fuego en una plaza de Valencia. No se trata de ninguna figuración, es literalmente así. Los triunfadores de la temporada en el ruedo madrileño, incluyendo a las grandes personalidades que respaldan el toreo entre los que figuran el Rey Emérito y la Infanta Elena, ven recompensados sus méritos con obras de arte nacidas de la imaginación de un artista valenciano, David Garrido, que las forja en los yunques de su taller de Benisanó, escenario en el que lidia y somete la dureza del hierro golpe a golpe.
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Martillo y soplete son sus trebejos. El tintineo del martinete que bate superficies e imperfecciones y el fulgor sonoro de la autógena que corta y hermana por igual los metales, su banda sonora. En ese ambiente trabaja David, un personaje singular. Tras unos inicios estrictamente altruistas y muy personales «lo hacía para mí, para mi satisfacción, sin más pretensiones», sus amigos, especialmente el gran Brosa, más que un aficionado un activista taurino de la vecina Llíria, le animaron a presentar sus obras en exposiciones locales y peñas de la tierra. Fue un éxito.
El paso siguiente fue la capital. Un concurso de escultura convocado por la actual empresa de Madrid para fomentar el maridaje entre la tauromaquia y las Bellas Artes, se convirtió en su alternativa como escultor. El resultado de aquella experiencia, ya lejos del amparo de la tierra, resultó de lo más esperanzador, el veredicto del jurado, por unanimidad, alumbró un nuevo artista.Presentó tres obras creadas para la ocasión, una cabeza de toro, un torero que denominó 'La figura' y la obra ganadora, titulada 'Al natural', que representa el gesto de un matador mirando el trazado de su muletazo: «La titulé así porque solo se ve la mirada del ojo izquierdo, lo que indica sin lugar a dudas que está toreando al natural».
El premio, recuerda, fueron seis mil euros. La cotización más alta que había alcanzado una obra suya, me confirma con media sonrisa. La dicha no acabó ahí, pocos días después le notificaron que su obra sería el trofeo oficial con el que se premiaría a los triunfadores de la temporada madrileña y le encargaron seis réplicas que aunque deberían ser iguales ninguna lo podía ser. «Por mucho que quieras nunca lo logras. Al hacerlas una a una nunca son exactamente iguales. Siempre te sale un ojo más grande o más chico o la curvatura del hierro no es la misma en una que en otra». Desde entonces -y van dos ediciones- los triunfadores de Madrid se llevan el natural que David Garrido crea para la ocasión en sus talleres de Benisanó.David aprendió el oficio de herrero de su padre, Paco, con el que comenzó a trabajar en el taller familiar cuando apenas tenía dieciséis años. «Antes, desde los catorce, me tuvo aprendiendo a soldar.
Practicaba con latas». Los clientes de aquel negocio familiar eran fundamentalmente los labradores del Camp del Túria a los que les reparaba los aperos, y las industrias de la zona, que, conocedores de su bien aprendido oficio y formalidad, reclamaban sus trabajos. No era un tarea fácil ni en apariencia dúctil ni tampoco artística. O eso cabía pensar. Nada más lejos de la realidad. Allí, a la vera de su progenitor, David, transitando por los márgenes horarios que le dejaba la exigencia profesional -lo primero era lo primero y los encargos había que entregarlos en tiempo y hora-, descubrió que materia tan dura como el hierro tenía su lidia y hasta le descubrió el alma y la puso al servicio de su imaginación.
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En su caso, él, tan aficionado a los toros que salía como monosabio en la plaza de Valencia, la quiso hermanar con la tauromaquia. Y desde el primer momento el toro y el torero fueron su fuente de inspiración.La primera obra fue una cabeza de toro que conserva como una reliquia. Luego la media verónica de Morante, la trinchera de Ponce, el pase cambiado de Castella y entre todas, su Fandiño en la puerta de cuadrillas a la espera de lo que el destino le deparase, con el capote de paseo entre las manos y gesto de recogimiento que se convirtió en una de sus obras más celebradas, así como la languidez de un muletazo de José Tomás.Se declara autodidacta y asegura que no ha tenido una formación académica. Tanto, que no te sabe decir quiénes son sus referentes.-Siempre parto de mi inspiración. En cualquier momento del día me viene a la mente una idea, sacó papel y lápiz, la dibujo y en cuanto puedo me meto en el taller y trato de realizarlo.
El yunque, el martillo, la autógena, el plasma, el láser… Son sus herramientas, con las que moldea las piezas de hierro macizo, corta las chapas y vacía bolas del mismo material para darles formas y colores.-Primero pulo la figura y seguidamente voy sacándole colores con el soplete hasta que doy con el que me gusta… El azul, el morado, el negro o los grises, luego los enfrío y los barnizo. Todo siguiendo la idea y el dibujo que hice con anterioridad.David deja la charla para seguir trabajando. Una seria cabeza de toro, reciedumbre de hierro y carácter de bravo en sus líneas, será su próxima creación. No se le adivinan problemas en los reconocimientos. Ni a la obra ni al artista. En la nave enorme de Benisanó, entre rejas y varillas, lejos del lujo y las leyendas de los grandes toreros, el tintineo rítmico del martinete que bate las imperfecciones del metal y el fulgor sonoro de la autógena parece excitar la inspiración de David en busca de la expresión exacta que dé vida a su obra. El toro, ¡parece de Saltillo!, está a punto de salir.
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Bocairent defendió ayer con torería y excelente ambiente su papel de penúltimo bastión torero de la Vall d'Albaida. Con las plazas de Xàtiva, Villena, Monóvar… secuestradas por los intereses partidistas, en la plaza de la serreta, piedra e historia, a la vera de la Sierra Mariola, se escenifica cada año la pasión por el toreo. En esta ocasión, un festival de interesante cartel y el respaldo de las peñas y asociaciones taurinas locales. El resultado fue de lo más triunfal. Plaza prácticamente llena, novillos de excelente presentación, con la divisa de Fernando Peña, y toreo variado e interesante, para todos los gustos. Francisco Rivera 'Paquirri', que preparaba su reaparición en la Feria de Jerez, se mostró sereno y templado en el toro que abrió plaza entre la alegría general de un público que le mantiene la fidelidad. Solo el mal uso de la espada, ahí se le notó la inactividad, le dejó sin trofeos. Fandi, variadísimo de capa, hizo un alarde banderillero con la dificultad añadida de las pequeñas dimensiones del ruedo. Su faena tuvo templanza en la primera parte y arrebato en la segunda. Mató de una soberbia estocada y le concedieron dos orejas. Emilio de Justo redondeó una faena sobre la mano izquierda de mucha categoría. Templada, firme y técnicamente irreprochable. Reaparece tras su percance con un magnífico punto artístico. No utilizó la espada con acierto y el premio se redujo a una oreja. Rubén Pinar cortó otra oreja ante el novillo más deslucido del festejo. A la brusquedad del utrero le opuso oficio y empeño. La sorpresa grata del festejo vino de la mano del joven Rafi, un francesito de buenas maneras y mucha firmeza. Se puso al público en el bolsillo desde el primer momento y avisó de que tiene sitio en el toreo. Cortó dos orejas.
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