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JOSÉ LUIS BENLLOCH
Lunes, 24 de agosto 2020, 23:25
La temporada taurina resiste las embestidas del virus y de los 'anti', que le tienen ganada la mano a la clase política que les secunda y frecuentemente actúa como tal. Se programan festejos en cuentagotas, lejos de las grandes plazas, en una campaña más que vigilada prisionera de un marcaje inquisitorial –ni el de Mangriñán a Di Stéfano– que no aplica a otros espectáculos. Sucede cada día más alejada de tierras andaluzas donde se presuponía la complicidad de una administración autonómica que se manifestaba protaurina y que a las primeras de cambio, en lo que se podía denominar como la batalla de El Puerto, se puso de lado y se sacudió los ropajes de un apoyo que a la postre no ha sido mucho más que postureo.
Si hubiese que delimitar el territorio actual de este batallar es fácil convenir que la resistencia tiene lugar de Despeñaperros ‘p’arriba’, principalmente en los campos de la Mancha, que curiosamente es la frontera natural en la que los clásicos decían que el toreo dejaba de ser arte para convertirse en trabajo -eso decían- y coge fuerza en las últimas horas sobre todo passé des Pyrénées –pasados los Pirineos– donde el toreo deja de ser arte arcaico o facha para ser fuente de inspiración para la modernidad y los diseñadores. Como demostración de ese vigor, Simón Casas ha programado en Nimes la Feria de la Vendimia como si nada estuviese pasando y algo parecido o casi ha hecho Juan Bautista en Arles en la conocida Feria del Arroz, en ambos casos con la complacencia de las autoridades locales. A diferencia de los grandes cosos españoles que permanecen cerrados a cal y canto, otras plazas galas de primera categoría como Dax también anuncian carteles de lujo este septiembre.
Los empresarios taurinos en España habían encontrado un resquicio en la normativa vigente que autorizaba festejos con el cincuenta por ciento de aforo y las medidas sanitarias habituales en estos casos, toma de temperatura, geles, distancia… y se apresuraron a programar corridas con la complicidad comprensiva de toreros y ganaderos que se avinieron a rebajar honorarios, pero en el primer intento realizado con gran éxito de público en El Puerto de Santa María, llegó el frenazo. Se acusó al empresario de haber vendido más localidades de las permitidas, los medios anti orquestaron una campaña de descrédito y señalamiento que dio pie a la apertura de una investigación que ha confirmado que no se vendieron más localidades de las permitidas –en realidad menos de la mitad del aforo– aunque al parecer sí hubo más concentración de público en una parte de la plaza que en otra, imagen que se utilizó para ejercer un furibundo ataque.
Los efectos fueron ruinosos, los propios de una batalla clave perdida, y aunque no hubo ningún contagio la Junta de Andalucía reaccionó con presteza y estableció que los espectadores de las plazas a partir de ese momento deberían guardar una distancia de metro y medio entre ellos, lo que definitivamente hacía inviable la celebración de grandes espectáculos al reducir los aforos a la mínima expresión. La norma frenó nuevas programaciones y llevó a la suspensión de varias corridas ya programadas. En la Comunitat Valenciana, donde en algún momento se especuló con cierta apertura, se mantienen los aforos imposibles tanto para los toros de plaza como los de calle.
La situación ha llevado al sector a un estado económico terrible. Los ganaderos están sacrificando en los mataderos a precio de carne –cincuenta veces más baratos– los ejemplares que habían criado para ser lidiados en las grandes ferias; las cuadrillas se han encontrado con que los subsidios establecidos para los trabajadores de la industria cultural no se les tramitan por orden de la ministra de Trabajo aunque su colega de Cultura dice que sí les acoge; los matadores menos reconocidos se quedaron en las puertas de una temporada que debería ser crucial para ellos, compuestos y sin ahorros tras el duro invierno; y las figuras, con honrosas excepciones que han considerado que es crucial mantener viva la llama de la temporada, han adoptado una posición conservadora a la espera de mejores momentos si es que llegan.
Los empresarios no escapan de esta situación: no pueden programar además de que en algunos casos se les ha exigido los alquileres de las plazas aunque no haya toros, caso de Castellón, y en otros la suspensión de las ferias les pilló con gran parte de los costos de producción desembolsados, casos del mismo Castellón, Valencia o Sevilla. El público, por su parte, ha respondido generosamente. En la gran mayoría de los casos ha agotado los aforos permitidos y las televisiones autonómicas –Canal Sur y Castilla-La Mancha Media– que retransmiten los festejos y los hacen viables económicamente –al menos cubren gastos– baten récords de audiencia. Nada que por ahora haya llevado a la autoridad a suavizar las normas.
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