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Ponce sobre la derecha. aplausos
Triunfo de Emilio de Justo, que continúa reivindicándose

Triunfo de Emilio de Justo, que continúa reivindicándose

A Ponce le toca pelear y el Cordobés reedita su cordobesismo en Sanlúcar

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Domingo, 18 de abril 2021, 10:18

Enrique Ponce iniciaba el curso torero y sacó a relucir maestría y amor propio, nada nuevo en una tarde que se presumía más amable para el valenciano de lo que resultó. Se podría decir que se iba a disfrutar y tuvo que sufrir. Es lo que tiene el toreo que no hay guiones fijos. Sí se cumplieron los pronósticos con Emilio de Justo que iba a triunfar sí o sí y triunfó, toreó a placer y clamó un mayor reconocimiento del que le han deparado en las ultimas ferias. El Cordobés por su parte hizo de El Cordobés, fidelizó a sus parroquianos y mosqueó a los de la acera de enfrente.

Sucedió en Sanlúcar tierra de acusada personalidad: La manzanilla, los langostinos, Doñana al fondo, el Guadalquivir en su adiós definitivo a Al-Andalus y el coso de El Pino como escenario coqueto y atildado como es obligado por estas tierras. Mil doscientos adictos en los tendidos que siguieron el festejo el mismo día que tenía que abrir el feriado de Sevilla, dolor y pena.

Ponce compareció como lo dejó, diría que como volvía siempre, como el año pasado y el anterior y el otro, así treinta y un año seguidos, un caso, el mismo vestido, ese blanco y azabache con las hojas de naranjo como guiño a la tierra que le vio nacer y la serena torería de Dios le dio. El mal uso de la espada dejó sin trofeos dos faenas de corte distinto. Suave y calculada al que abrió plaza al que hizo parecer mejor de lo que fue; aguerrida, de coraje, sin rendición con el arisco cuarto que embistió desigual e incierto.

El Cordobés también volvía en estado puro, la nostalgia desbocada, el cuche en tinta viva, el hermano con apellido en los tendidos, la esposa también, la sonrisa y el flequillo dinástico a los cuatro vientos, tampoco faltó a la cita el salto de la rana aun a pesar de las prótesis de cadera. Aquel blanco y negro de los sesenta «¡Queda inaugurado este pantano!» se anunciaba en los No-Do de los tiempos, llevado al color del nuevo milenio. Era/es el cordobesismo revisado y aceptado, al menos en esta ocasión. En su primero le premiaron con la oreja por una faena voluntariosa a un excelente toro de Juan Pedro, ad hoc para la ocasión. En su segundo no menos ad hoc Manuel creció en confianza, sacó muletazos templados y lució su gestualidad habitual en medio del gozo general de los leales. A este le falló la espada y se quedó premio. Si hay que resumir este primer capítulo de su vuelta en clave de examen, habría que decir que no hubo sorpresa, la comunicación y el discurso afinado; la puesta a punto torera se vislumbró más agraz.

La verdad de De Justo

De Justo salió a torear como es él, muy de verdad, que es la mejor forma de combatir cualquier atisbo de ninguneo que le puedan aplicar desde las alturas. Desde que se abrió de capa al final toreó asentado, cerca, reunido con el toro, si acaso con un esfuerzo expresivo que no le añade calidad y que desde luego no lo necesita ni le favorece. Contundente con la espada, soberbio el volapié, cortó dos orejas de ley en su primero. Mejor estuvo en el que cerraba plaza, excelente toro, al que aplicó series compactas, a izquierda y a derechas, con los remates de pecho al hombrillo contrario, dominio de las alturas y los tiempos, todo ello con la naturalidad que le faltó en su primero. Todo bien hasta que montó la espada, se precipitó y se quedó sin los trofeos. La tarde estaba echada.

Los toros de Juan Pedro cuajados y nobles; el ambiente con el papel acabado amable. Las sensaciones contradictorias, con el pensamiento, nostalgia y cabreo, puesto en la Sevilla que no fue.

El Juli y Manzanares reinan en la plaza de Mérida

José María Manzanares cortó la única oreja de la tarde en Mérida tras una excelente faena rematada con soberbia estocada. Otra gran faena cuajó El Juli que no refrendó con la espada, mientras que Pablo Aguado tuvo buenos detalles con un lote deslucido lote de Luis Algarra. La plaza se llenó con aforo del cincuenta por ciento.

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