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Jesús Calleja, de 50 años, presenta ‘Planeta Calleja’, al que ha llevado a Pedro Sánchez, Albert Rivera y en su última entrega, a Soraya Sáenz de Santamaría.
La aventura de un peluquero de León

La aventura de un peluquero de León

En los 80, Jesús Calleja vestía como los de Locomía y llenaba León de tupés. Hoy es un trotamundos de éxito y un entrevistador con un secreto: «Mis invitados sufren el síndrome de Estocolmo»

francisco apaolaza

Martes, 8 de diciembre 2015, 21:37

Hay gente que nace con estrella y otros a los que se las tienen que traer a los pies de la cama. León, años setenta. A Jesús, niño enfermo de paperas y otras miasmas, chaval debilucho que mora habitualmente en el reposo, delgado y frágil, su padre Julián, que es peluquero, le acerca a la habitación los mundos fantásticos de los descubridores, de los tipos que fueron más allá de las fronteras de la lógica y del espacio. No sabe lo que hace. Cuarenta años después, en 2005 andaba ese chaval en la cumbre del Everest llorando y dedicándole esa primera cima que significaba tanto. Se la había prometido con solo cinco años como si fuera un Aureliano Buendía acordándose de la tarde en que su abuelo le llevó a conocer el hielo. El hielo del cielo, en este caso. Tenía 800 dólares en el bolsillo y ningún sherpa iba a ascender a las nubes con él por ese precio, así que se los ofreció a un pastor de la zona, que agarró el dinero como si fuera un clavo ardiendo. «En el campo base me preguntó cómo se escalaba, así que le tuve que enseñar. Estábamos los dos ahí arriba y fue un momento sublime». Era el 30 de mayo y ese año solo subieron 19 montañeros.

Suena a que fue mejor que el sexo.

Fue mejor que todo. Nunca había tenido un momento como ese. A veces vivimos instantes sublimes y después pasamos la vida buscándolos y no se repite algo igual. Ese fue de esos, por lo que significaba y por la promesa que le había hecho a mi padre.

Así visto, después de tres semanas sin ducharse, con el flequillo como una fregona y el cutis como el de un marinero de la Bounty, cuesta imaginarse que Jesús Calleja (Fresno de la Vega, León, 50 años) fuera peluquero. Ese era el negocio familiar. Alta Peluquería de Señoras Julián. La tijera más popular de El Bierzo. «En los 80 llenamos León de tupés. Fue algo acojonante. Yo creo que seas peluquero o montañero hay que ser el mejor». Entonces, se apuntó a seguir los últimos cursos con Llongueras y a aplicar las últimas tendencias. La peluquería de su familia fue la primera en la que uno se lavaba el pelo en una sala y se peinaba en la otra, y donde daban refrescos y aperitivos a los clientes. «En el resto, sencillamente se pelaban». En esos momentos, Jesús vestía levita con iridiscencias y pelo con flequillo hirsuto. Parecía un personaje de Locomía. Tenía diez días de espera para coger hora en el salón de belleza, pero su cabeza estaba en Nepal.

Además de peluquero... ¿cuántas cosas ha sido?

Muchas. Nunca me han gustado el trabajo rutinario, los horarios y las semanas simétricas. Desde siempre supe que yo no era para eso, así que buscaba trabajos que me daban dinero para después irme por ahí. La peluquería era perfecta, porque podía trabajar seis meses y otros seis, viajar.

Hasta montó un taller de suspensiones de coches y se hizo mecánico con el único objetivo de poder conocer mundo. Esa luz al final del túnel de la aventura terminó por iluminarlo todo.

¿Cuál ha sido su día de suerte?

Ninguno. No creo en la suerte. Es una carambola. Lo mío ha sido trabajo y jugármela.

A fuerza de recorrer mundo y grabarlo en su cámara consiguió entrar en televisión. Hoy en día es uno de los personajes habituales del prime time (Planeta Calleja, los domingos a las 21.30 en Cuatro) y lleva a vivir aventuras por el mundo a personajes de todo tipo. Albert Rivera dando vueltas de campana en un coche, Soraya Sáenz de Santamaría aterrizando en globo, Pedro Sánchez en plena escalada... Su programa ha ido mutando poco a poco en un espacio de entrevistas. El primero fue su paisano y vecino José Luis Rodríguez Zapatero, del que está convencido de que la historia pondrá en un lugar mejor del que ocupa. En muchos capítulos, ha conseguido un espacio profundo de confianza con el invitado.

En los manuales de periodismo recomiendan llevar al entrevistado al terreno del entrevistador, ¿pero tanto?

Cuando llevas a alguien fuera de su terreno habitual, fuera de su país, de su lugar de comodidad, necesita un amigo, alguien de confianza. Estás 24 horas con esa persona. Allí todo es más sincero, es más verdad que en un plató. La situación es dura y normalmente, dependen de mí, así que creo que mis invitados sufren una especie de síndrome de Estocolmo.

¿Quién ha pasado más miedo de todos?

Probablemente, Albert Rivera cuando dimos las vueltas de campana en el coche. También pasé miedo yo.

¿A qué le tiene pánico?

A nada. Miedo sí, porque el miedo es mi amigo y me ayuda a no cruzar la línea que si pasas, te pone en manos de la suerte. A mí no me gusta estar ahí, aunque a veces cruzas esa raya sin querer. En mi trabajo no podría tener pánico.

¿Qué hace cuando tiene mucho miedo?

Cuando estoy muy asustado, me río. Aconsejo a todo el mundo que está a punto de entrar en pánico que se cague de la risa.

En el último programa con la vicepresidenta, se le puso Rajoy al teléfono y no se cerró en banda a participar en su programa. «Lo intentaremos después de las elecciones, sea o no sea presidente. Quiero conocer a Rajoy, no a un candidato». Pero no es su invitado más deseado. «Me gustaría llevar al papa Francisco a sitios de Argentina que no conoce y a andar con él por India y ver la pobreza sin sotana».

¿Cree en Dios?

Creo e que tiene que haber algo. No podemos pasarlo tan bien aquí y después no haber nada. Además, fíjate que estamos todos cortados por el mismo patrón y tener el mismo número de pliegues cerebrales y después somos cada uno de su padre y de su madre. Claro que no creo en la Iglesia, porque se aprovechó del miedo de la gente para acumular poder. La Iglesia es una fanfarria.

La última vez que Calleja cortó el pelo de alguien fueron los sacrosantos rizos de David Bisbal durante la grabación del programa que se emite mañana y que cuenta, esta vez, una aventura distinta. Juntos, llevan a cabo un proyecto de ayuda a la reconstrucción de 375 casas y una escuela para 180 niños tras el terremoto de Nepal. «Tuvimos que arreglar 16 kilómetros de pista para llevar los materiales. Fue una locura».

Un hijo nepalí

Calleja puede decir que ha descendido a los infiernos física y emocionalmente. El infierno más real lo vivió cuando hace dos años quedó atrapado a 1.600 metros bajo tierra en el Caúcaso al tratar de alcanzar el centro de la tierra del que hablaba Julio Verne. El otro, el del bajón psicológico, llegó cuando un cáncer se llevó a su hermano mayor. Estaban muy unidos (son tres hermanos) y se llevaban solo un año. «No fui a su velatorio ni a su entierro, ni quise que nadie me diera el pésame», recordaba en una entrevista.

El terreno más valioso que ha conquistado Calleja fue el salón de un modesto hogar en Katmandú detrás de un arrozal. Aquellas tierras son su verdadera morada, además de León, donde pasa solo 50 días al año. «Sé que tengo que renunciar a tener una novia fija porque viajo nueve meses al año y tener una pareja estable es incompatible». Cuando subió al Everest el 30 de mayo de 2005, Calleja nunca bajó. En el techo del mundo halló la paternidad. Hace más de 20 años, se encontró con un niño divertido y cuando volvió al país al año siguiente, lo encontró enfermo de tuberculosis y decidió que se curara en España. Se llama Ganesh y es su hijo adoptivo. Aquel chaval hoy tiene casi 30 años, se ha casado con una leonesa y en unos meses lo convertirá en el abuelo más intrépido de la parrilla televisiva.

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