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Los dumphones, al contrario que los smartphones, sólo sirven para llamar y enviar SMS.
Teléfono tonto

Teléfono tonto

El móvil sin conexión a internet es tendencia. Su usuario más famoso es el candidato al Oscar por 'La chica danesa', que ha cambiado su iPhone «porque me pasaba el día pegado a él»

INÉS GALLASTEGUI

Martes, 1 de marzo 2016, 21:09

Me ha hecho hasta ilusión escuchar el 'beep' de entrada del mensaje, porque hacía muchísimo que no me llegaba uno: ya nadie manda SMS. Todo el mundo tiene WhatsApp», observa el escritor malagueño Alejandro Pedregosa. Ante la 'ominosa' ausencia del logo del circulito verde junto a su nombre en la lista de contactos, solo se puede llegar hasta él a la vieja usanza. Pedregosa tiene lo que se llama un teléfono tonto, o sea, sin internet. Y no es el único: el mismísimo presidente de Telefónica, César Alierta, reconoció el año pasado en una junta de accionistas que su terminal era una «carraca». «La gente que usa un smartphone no tiene libertad porque (los gigantes de internet) conocen su vida», aseguró. La declaración conspiranoica de Alierta forma parte de una tendencia más amplia: la vuelta al terminal sin conexión a la red, que solo sirve para hacer y recibir llamadas y mensajes... es decir, para lo que servía el móvil cuando se inventó.

Es oficial: están de moda. Hace un par de semanas el actor británico Eddie Redmayne -candidato a un Oscar por 'La chica danesa'-, acaparó titulares al confesar que había cambiado su sofisticado iPhone por un sencillo modelo antiguo, después de darse cuenta de que estaba «pegado al teléfono todo el día». Quería «vivir el momento» y no estar siempre chequeando correos y mensajes.

Lo 'trendy' no es desempolvar el viejo receptor de hace una década que habíamos olvidado en un cajón; en realidad, hay una nueva generación de estos artilugios. Según 'Financial Times', cada año se venden en el mundo 44 millones de teléfonos básicos, lo que representa un 2% del mercado global. En Japón sus ventas crecen un 6% interanual.

En 2015 había en España 50 millones de móviles y, de ellos, el 81% eran teléfonos inteligentes. Aunque somos el país de la Unión Europea con mayor penetración de esta tecnología -ha crecido casi 20 puntos en dos años-, la cifra tiene su contrapartida: existe aún un 19% de usuarios, más de 9 millones de personas que no tienen acceso a internet desde su celular.

Es lógico pensar que una parte importante de esos consumidores son personas mayores que no quieren complicarse la vida ni pagar por aplicaciones que no van a usar nunca; a muchos les resulta suficiente tener en su agenda los contactos de sus familiares más directos y, si acaso, el número de emergencias. Además, hay algunos padres que, temerosos de la capacidad adictiva del móvil inteligente y sus infinitas posibilidades, prefieren que sus hijos se estrenen con un aparato viejo que les permita estar localizables.

Militancia antismartphone

Pero también hay un grupo de personas que tiene un teléfono tonto por convicción. Uno de estos militantes es el periodista guipuzcoano Carlos Morán. «No es postureo, no es por ser moderno... porque la siguiente modernidad va a ser no tener móvil, como la vuelta del vinilo... Es por puro hartazgo -zanja Morán-. Ya me parece bastante molesto estar localizable constantemente. No me gusta la idea de salir a la calle llevándome el mundo en el bolsillo: internet, el cine, la tele, la música... Así no puedes fijarte en las cosas». Tiene un viejo Nokia minúsculo, con tapa y teclado. «No hace nada: llamadas, SMS, alguna foto infumable y punto».

A veces le miran como a un bicho raro, pero el smartphone no le parece necesario para su trabajo: está conectado a internet y es activo en redes sociales a través del ordenador. «Lo que me cabrea es que ya nadie usa el teléfono para llamar: la gente ni siquiera lo coge», admite.

«Mi mujer y mis hijos tienen WhatsApp y hay noches en que me quedo un poco aislado mientras ellos atienden a sus grupos -ironiza-. Pero, si no fuera por el trabajo, yo podría vivir perfectamente sin móvil. De hecho, los fines de semana se me olvida conectarlo». También le agobian las consecuencias de la hiperconexión: «Como dice Julian Assange (Wikileaks), cuanto más enganchado estás, más fácil es localizarte y saber todo de ti. A mí no me apetece dar facilidades».

Algo parecido le ocurre al escritor Alejandro Pedregosa. «Envidio a los que son más valientes que yo y ni siquiera tienen móvil. Si me pongo a mirar en mi vida, nunca he recibido una noticia, ni buena ni mala, que no hubiera podido esperar a enterarme media hora después». Él incluso llegó a usar la red de mensajería por internet, pero tenía la sensación de perder el tiempo. Eso sí, su editorial, Planeta, le regaña y ni sus padres ni sus amigos le contestan a los SMS. «Me dicen que les cuesta el dinero», comenta el autor de 'Hotel Mediterráneo', que tiene su terminal «apagado y apartado» mientras escribe y, si quiere navegar por internet o cotillear en Facebook, lo hace en el ordenador.

Lo que se pierde uno al no tener smartphone es la pantalla táctil, la cámara de fotos, la reproducción de música, las redes sociales, el navegador, los vídeos, los juegos y las aplicaciones más peregrinas. Entre las sofisticadas novedades presentadas esta semana en el Congreso Mundial de Móviles de Barcelona, el terminal sumergible, el que habla gracias a la inteligencia artificial o el que incorpora una cámara de realidad virtual. Y claro, también se pierde los grupos de WhatsApp, con los chistes, los vídeos, las cadenas, los malentendidos y la capacidad de producir 857 comentarios apenas uno se despista 10 minutos... Tal vez lo del teléfono tonto no sea ninguna tontería, después de todo.

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