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A veces veía 'Cuarto Milenio', en pequeñas dosis, porque entendía la «conspiranoia» como un divertido género dentro de la ficción, hasta que el veterano programa de Iker Jiménez pasó a convertirse en el altavoz mediático de ciertas mentalidades reaccionarias que, lejos de ir a contracorriente, sintiéndose la resistencia desde el privilegio, ponen en entredicho algunos derechos fundamentales con un discurso preocupante. El show dejó de tener gracia al dar espacio sin reflexión, a una caterva de defensores de la gran verdad con el carnet de ilustrado gañán. Los fantasmas existen, de carne y hueso, en el plató, frente a las cámaras.

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Zapeando en estos días de asueto, cuando las cadenas repiten algunos programas para rellenar la parrilla veraniega, me topé con una imagen del Iker mostrando un álbum de cromos de su cosecha, realizado con la ayuda de un programa de inteligencia artificial generativa. Se mostraba a tope con su creación, como si hubiera descubierto un gnomo chapoteando en el café del desayuno, marcándose una entusiasta apología de la IA que confirma lo bajo que está el nivel a la hora de justificar la mediocridad. Las páginas del panfleto, maquetadas con una plantilla obvia y aburrida, mostraban una colección de imágenes insultantes, sin orden ni concierto. Una mierda como el sombrero de un picador. El presentador animaba al espectador a distinguir entre las fotos reales y las creadas artificialmente. Otro juguetito en manos de un pequeño dios que se cree artista a golpe de ratón. El problema no es la herramienta, es la ética... y el nulo criterio artístico.

Nos encaminados a un mundo en el cual cada vez va a ser más difícil diferenciar entre la realidad y la ficción, entre el bulo y la verdad. Iker está encantado. Vaya nivel. Subterráneo.

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