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Cuando contemplen los puestos de la XLVII Feria del Libro Antiguo y de Ocasión no crean que todo lo que la rodea viene de años atrás. El tradicional encuentro es presente, y lo más importante, apunta al futuro. En el horizonte de la cita de la Gran Vía del Marqués del Turia se dibuja el mañana porque hay quien está seguro de que «el libro no morirá nunca, nos va a sobrepasar». Lo dice Juan Pablo Hernández, un valenciano de 39 años recién aterrizado en el universo del libro antiguo. El pasado enero abrió las puertas de Alphavetus en el 59 de la calle Guillem de Castro, la librería de lance que le ha colocado en una caseta de la feria. LAS PROVINCIAS se ha reunido con él y con Antonio Lorenzo, el veterano de la feria: no en vano lleva más de cuarenta ediciones a la espalda.Sobre la arena del jardín de la Gran Vía descubrimos que tal es la fuerza de los libros -viejos- que hasta apartan del tsunami de la digitalización, e incluso de la ciencia que explica el universo mismo, de la Física.
Sorpresa ante Juan Pablo. Ha abandonado el mundo 3D para sumergirse en el calor de las páginas de papel. Llevaba varios años trabajando «con ordenadores, haciendo gráficos en 3D, pero decidí dejarlo y ponerme con la librería». Cuando el nuevo librero relata su experiencia resulta imposible apartarse de la idea de que le ha dado la vuelta a la historia. Una aventura, sin duda, a la que le ha empujado «el gusto por los libros y lo que venga, bienvenido». Lector, por un lado, y amante del libro objeto por otro. Y nos atrevemos a decir que una gota, si no muchas, de romanticismo, también.
En la aventura no está solo. Muy cerca de su caseta se encuentra la del Asilo del Libro y su propietario, Antonio Lorenzo, quien a sus 69 años es el veterano del tradicional encuentro de la Gran Vía del Marqués del Turia. Juan Pablo y Antonio dibujan el yin y el yang, los ejes que equilibran la vigencia de una feria por la que «la Administración ya no se preocupa, ya no les parece algo importante», dice el veterano Antonio, quien sigue en la brecha desde que siendo joven, como ahora le ha ocurrido a Juan Pablo,abandonó su carrera profesional por «el gusto por los libros».
Eligió nombre para el establecimiento en un juego de palabras griegas y latinas. Dice que no porque conozca las lenguas clásicas, sino porque le atrae la «cultura grecolatina». Una muestra más de valentía en estos tiempos que corren. La tienda va tomando forma, poco a poco Juan Pablo le va imprimiendo el estilo que quiere para ella: «El clásico de las librerías de viaje».
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De nuevo asalta la sorpresa -y eso que el propietario de El Asilo del Libro es conocido-, cuando Antonio Lorenzo explica: «Yo soy físico. Estudié Ciencias Físicas, pero en mí prevaleció el gusto por los libros. Al principio me dolía ver que iba perdiendo conocimientos de Física, pero pronto me vi compensado». Pasados los años y convertido no sólo en veterano, sino en profundo conocedor de este otro universo que no sondea la física sino la bibliofilia, confiesa que «no me he arrepentido nunca. La Física no me disgustaba, pero esto me ha permitido viajar por muchos países».
Ahora se viaja menos. Ya no es necesario desplazarse en busca de bibliotecas o para acercar a los coleccionistas piezas en manos de los libreros. Llegó internet y con él la revolución que puso fin a la distancia. «Es una herramienta que se puede utilizar para esta actividad», señala Juan Pablo, quien ya está preparado, una vez organizada la «tienda física para darle el enfoque necesario que permita actuar en internet, la venta on line».
Las palabras del joven librero dejan claro que a las nuevas tecnologías hay que verlas como aliadas. Hoy son difíciles las tertulias junto a los anaqueles repletos de viejos volúmenes, «no tenemos tiempo para nada», advierte Antonio. Él sabe mucho de esas conversaciones de librero que a Juan Pablo algunos le han propuesto para que tomen forma de tertulias, presentaciones o charlas. Es el propietario de Alphavetus quien introduce en la conversación la capacidad de internet «para acercar a nuevos bibliófilos».
Aun así, hay que ir a la feria. Estar en la calle, atender a los seguidores de la propuesta que no dejan de acercarse a las casetas, «a encontrar lo que no buscabas», aclara Antonio Lorenzo. En vivo y en directo o a través de internet, sea como sea, hay libreros y hay amantes de los volúmenes que custodian las librerías. Conviven uno y otro medio en torno a una oferta a la que cada vez con mayor frecuencia son las mujeres las que buscan títulos en estos establecimientos a los que también acuden jóvenes en busca de obras recientes de segunda mano. Y de esta observación extrae Juan Pablo que hay futuro para una actividad que a él le «funciona. No me quejo, he tenido buena recepción. Estoy agradecido».
Juan Pablo y Antonio comparten espacio con otros 27 libreros que este año han acudido a la cita. Hay compañeros de Barcelona, Vitoria, zaragoza. Huesca... Por supuesto, también de Valencia. En la Gran Vía Marqués del Turia hay de todo lo que se busque impreso negro sobre blanco.
En el fondo de todo se esconde lo que tanto Antonio como Juan Pablo llaman «el mal del libro». Aunque sólo sea por una vez, y sin que sirva de precedente, bendito mal, ¿no?
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