El exuberante Jardín del Turia y la escultura 'El Parotet' de Miquel Navarro se descubren a través de un ojo de buey diseñado por Santiago Calatrava para el Palau de les Arts. La belleza patrimonial del que fue Convento de Santo Domingo custodia la gestión del Centro Cultural Bancaja, mientras una plaza con nombre de Patriarca y campanario histórico de fondo dedicado al santo carmelita y poeta se deja mirar desde el vicerrectorado de Cultura de la Universitat de València. Más jardines del Turia y los muros del gótico convento que habitó en el siglo XV la primera escritora en lengua valenciana, Sor Isabel de Villena, invitan a la creatividad desde el Museo de Bellas Artes San Pío V. Arte, arquitectura, patrimonio y paisaje de fuerza tan profunda que inspira, a través de los cristales, los despachos valencianos donde se escribe el presente de la cultura para enlazar a la ciudad con el futuro.
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Los espacios desde los que trabajan los titulares de cada uno de los despachos visitados por LAS PROVINCIAS son, sin riesgo de equivocación, lugares privilegiados que destilan bienestar. Invitar a cumplir con gusto los quehaceres. Al mismo tiempo, casi de manera obligada, surge un planteamiento: la belleza que se contempla al otro lado de las ventanas es una exigencia. Al menos habrá que mantener el mismo nivel. Y por qué no, cabe pensar que la autoexigencia de quienes los habitan despierta el deseo de multiplicar los talentos recibidos. Sólo cabe sumar a la herencia. La cultura es compromiso, es útil, sirve a la sociedad y embellece la vida.
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Ester Alba, vicerrectora de Cultura de la Universitat de València (UV), que cada día, tamizada por la balaustrada del histórico edificio de La Nau contempla el plano que traza la plaza del Patriarca –donde ahora se ha asentado una librería–, no duda de que ocupar ese despacho encierra el yin y el yang que sustenta el equilibrio: «Trabajar en un entorno patrimonial como el que rodea al edificio histórico de la Universitat de València, que en 2024 cumplirá 525 años, es un privilegio». Pero, cuidado, Ester Alba pone el dedo en la llaga cuando habla de que también encierra «una responsabilidad».
También entre históricos muros levantados en el siglo XVII se encuentra el lugar de trabajo de Pablo González Tornel, director del Museo de Bellas Artes de Valencia. a suya es una mesa que regala vistas verdes al jardín del Turia junto al convento de la Trinidad después de contemplar un cartel de grandes dimensiones que sobre la fachada del propio museo recuerda que 2023 es el Año Sorolla. Puro arte que sin duda inspira al esfuerzo de González Tornel por el mismo arte.
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Laura Garcés
Mucho más joven es la construcción donde cada día acude Jesús Iglesias, el director artístico del Palau de les Arts, para sentarse a la mesa de un despacho donde asegura que «a pesar de las muchas horas que paso aquí, todavía me impresionan sus formas, dimensiones y sus vistas».
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A Iglesias le inspira la futurista arquitectura de Calatrava. Asegura que «hacer arte dentro de una obra de arte es algo único. También es un privilegio trabajar en el interior de un icono cultural». Como Ester Alba, refiere la posición privilegiada que concede un lugar de trabajo con paisaje monumental al que sus palabras añaden el paisaje humano. Iglesias rescata a los destinatarios de la gestión cultural: los ciudadanos que ve «circular en coche, peatones, gente que practica deporte o pasea a sus mascotas» regalando un estampa que «me relaja», y lo más importante si se atiende a que este es un lugar de trabajo al que se añade el apellido de público. «Me mantiene activo y motivado para seguir trabajando», asegura el director de Les Arts.
La ópera, la actividad cultural más allá de la académica de la Universitat de València y la divulgación del arte desde el San Pío V encuentran en los despachos esas vistas privilegiadas y las mesas de la responsabilidad de instituciones públicas. Pero también las hay privadas que, comprometidas con la sociedad valenciana, cumplen con la misma función.
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Es Rafael Alcón, presidente de Fundación Bancaja, quien abre las puertas de la sala de reuniones adjunta a su despacho de trabajo en el centro cultural para mostrar que es un paisaje «emocional» al que ponen nombre los habitantes de la ciudad el que contempla desde una ventana que deja ver los grandes magnolios de la Glorieta y la inmensidad arquitectónica del que fue convento de Santo Domingo, hoy sede de la Capitanía General. Como sus compañeros de página, también Alcón habla del «privilegio» que supone ocupar ese lugar donde también deja constancia de que esa condición obliga a implicarse en el buen hacer.
Cada ventana regala paisajes admirables que nacen de un pasado cultural –más o menos lejano– para gestionar el presente desde el que construir el futuro. Ese es el compromiso de unos gestores que van y vienen con los tiempos que se asientan sobre una constante: tienen en sus manos la construcción cultural de una ciudad. Responsabilidad con vistas privilegiadas.
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