![Vicente Ruiz 'El Soro': «Cada vez que parecía que iba al cielo, Dios me decía: no es tu momento»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/07/20/Imagen%201483372307-krTE-Rf6tFhDoUv5hdR08WqHu9UM-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Vicente Ruiz 'El Soro': «Cada vez que parecía que iba al cielo, Dios me decía: no es tu momento»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/07/20/Imagen%201483372307-krTE-Rf6tFhDoUv5hdR08WqHu9UM-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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El 16 de marzo de 2015, El Soro armó tal lío en la plaza de toros de Valencia que sus fieles se pellizcaban y gritaban «milagro» ante lo nunca visto. De esperanza y oro de Justo Algaba. Acartelado con Enrique Ponce y José María ... Manzanares, el Mesías de Foios se puso frente a Dios en forma de 'juan pedro' y fue elevado al cielo por la fe del sorismo, esa religión que lanzó al aire a vida o muerte una moneda, de nombre Atracador, negro mulato y 541 kilos de peso. Y salió vivo.
–¿Por qué volvió a torear?
–No lo hice por dinero como la gente dice. Volví para dar un mensaje, para demostrar que todo el mundo puede hacer lo que se proponga por muy difícil que te lo ponga la vida por enfermedades u otras cosas. Volví para culminar mi carrera, para terminar mi obra. Era carne de cañón pero me quedé en paz, recuperé mi autoestima. Si tenía que morir, que fuera vestido de torero.
Desde la Meseta, los críticos taurinos voltearon al mito con crónicas como derrotes. Con frases como cornadas: «La mayor derrota del toreo y del toro bravo que se ha visto jamás». Demasiado ventajista, sin entender que el pueblo fue testigo de la enésima resurrección del Maradona de Foios. Aquellas Fallas levantó la Senyera en el centro del ruedo como un marine en Iwo Jima.
A la entrevista llega en silla de ruedas. Hecho un pincel de negro y oro. Junto a Eva, su ángel de la guarda, su primer amor. Trata de usted durante toda la charla. La vida del maestro ha dado tantas vueltas como su par del molinillo, la marca de la casa. Vicente Ruiz Soro (Foios, 30 de mayo de 1962) nació en el seno de una familia de labradores. El cuarto de nueve hermanos. «Mi padre fue novillero y después torero cómico, el Gran Pedrito. Nací en la huerta, me crié en la calle y me hice torero en el bou al carrer. En casa siempre había trastos de torear y lo mío fue vocación, carácter y fe». En su muñeca nunca faltó una goma para atar lechugas. Las raíces antes que la fama. «Fuimos humildes y felices». Todos trabajaban en el campo y vendían la cosecha en Abastos. Agricultores y tratantes. «La huerta daba para comer pero no para gastar». En la prole, las condiciones las tenían Pedro y Pepe. «Yo era gordito, me gustaba comer». Vicente quería ser torero y el papá lo miraba de reojo: «Tú picador hijo, tú picador».
El rapaz se divertía entre quiebros y recortes en los 'bous al carrer'. A los 12 años, en El Puig, Vicente dio el paso. Un amigo de su padre le pegó un par de pases a un Domecq 'colorao' y el niño pidió la franela: «O me la deja o lo hago yo». Y ahí se plantó el maletilla. La primera moneda al aire de su vida. «Coge la muleta, cítalo y no te muevas», le dijeron. El toro arrancó como un obús. Uno, dos y tres muletazos. Ya no hubo marcha atrás. El amigo del padre corrió al bar a narrar la hazaña, hubo jaleo, relato y un torero. «Mi padre me tomó por fin en serio, me sacó del toro de la calle y me puso dos condiciones: cumplir con el colegio y adelgazar».
Así nació El Soro y el sorismo. El torero del pueblo, de la huerta, el que conquistó Valencia, por el que los soristas peregrinaban hasta el coso de la calle Xàtiva. «Los huertanos asaltamos la capital, una congregación, un movimiento que empezó a llenar la plaza y un revulsivo para la tauromaquia dormida en Valencia, que buscaba a su torero». No era el más artista ni el que mejor toreaba pero El Soro era explosión, pasión y pirotécnia. Un matador poderoso, entregado y completo, muy del público valenciano. «Hubiera toreado hasta gratis». Manuel Granero, Marcos Choni, Vicente Barrera, Ricardo de Fabra y llegó El Soro, los cinco puntales del toreo valenciano.
El chaval cogió tablas como sobresaliente y así se anunció en la desencajonada del 78. En Casa Palets alquiló el primer traje de luces de su vida. Un lila y oro que aún conserva. «La señora de la tienda, antes de probármelo, me dijo: recuerda, el paquete va a la izquierda. A los diez minutos, mi padre y ella, como no salía, entraron a buscarme al probador. Nene, te vistes o no, y yo respondí: es que por más que busco no encuentro el paquete por ningún lado». Ilusión e ignorancia.
El 14 de marzo de 1982, Vicente Ruiz 'El Soro' tomó la alternativa en Valencia, con Paco Camino de padrino y Pepe Luis Vázquez de testigo. Día de no hay billetes. Fiesta nacional en Foios. Mascletà fallera. Y a partir de ahí la gloria impresa en el cartel de los toreros banderilleros, junto a Víctor Mendes, Luis Francisco Esplá o Morenito de Maracay. El Soro se anunció en todas las ferias.
La vida de El Soro es pasión, muerte y resurrección. Un historial médico con 23 cornadas y 69 operaciones entre rodillas, roturas y anestesias generales. Ha tenido un infarto, dos anginas de pecho y una sepsis. «La última vez me dieron tres minutos de vida. He estado siete veces muerto». Para un torero, la muerte es un estado natural. Siempre viaja con ella, en cada paseíllo, en cada muletazo, en cada puerta grande. «Debo tener una relación con Dios maravillosa porque cada vez que parecía que me iba para arriba, al cielo, me ha dicho: vuelve, no es tu momento. Le doy gracias cada vez que me levanto», señala.
El Soro defiende su profesión como escuela de valores, manual de celibato, el orden, la dedicación y el respeto. «El toro sabe si te cuidas. El animal te habla con la mirada. Hay formas de galopar, de insinuarse», apunta. Y esa muerte tiene nombre y apellidos, de esos a los que muchas tardes bendijo con la suerte: Montoliu, Campeño, Soto Vargas, Pepe Cáceres, Curro Valencia...
En el toreo, morir es gloria. Y por eso, por encima de todos, la de Paquirri y El Yiyo, que junto a El Soro, fueron la terna de Pozoblanco aquel 26 de septiembre de 1984, del que ahora se cumplen 40 años. Avispado, de Sayalero y Bandrés, abrió en canal a Francisco Rivera 'Paquirri'.
–El cartel maldito
–No sé si maldito pero tuvo su guasa. Murió Paquirri, que era mi maestro, mi profesor, mi hermano. La persona que marcó mi vida de torero. Me enseñó la disciplina dentro y fuera del toreo. Con él había tres mandamientos: entrenamiento, trabajo y oración. Un año después, El Yiyo murió en Colmenar Viejo. A Bandrés, uno de los ganaderos, lo asesinaron a tiros... No sé si maldito porque yo sigo aquí –y toca madera con una mano– pero llegué a pensar que me iba a matar un toro.
La profesión es angustiosa. El Soro para y se emociona. No todas las tardes el cuerpo está para chicuelinas. La cabeza no puede fallar. Un día de octubre, en compañía de Luis Reina y Luciano Núñez, hubo puerta grande y tres orejas con novillos de Bernardino Píriz en Valencia. «Hice el paseíllo mientras a mi hermano le cortaban la pierna. Tenía un sarcoma. A las doce de la mañana estaba con él, muy triste. Me tranquilizó, me dijo que los médicos le iban a curar y que quería ver al despertar las orejas. Le llevé las tres».
A El Soro no le ha matado un toro pero una lesión de rodilla le partió la vida. Más de veinte años en silla de ruedas. Lo perdió todo. «Estás arriba del todo y de repente te lo quitan de las manos: familia, fincas, propiedades, ahorros...».
Y aparece la pregunta privada, la íntima, ante la que algunos dan una larga cambiada y El Soro contesta a portagayola.
–¿El Soro ha resucitado también a nivel personal?
–Uno es humano, tiene luces y sombras. No me arrepiento de nada porque nunca le he hecho daño a nadie. Soy católico, apostólico y romano. La Fe la tengo presente. He pasado momentos angustiosos que te ponen contra la pared, tambaleé. Un cristiano no debe perder la Fe pero la vida es complicada. Tuve miedo a defraudar a mis padres, a mis amigos, a la afición, a Valencia, a España... Lo perdí todo, hasta el autoestima. Paré y me dije: he de morir embistiendo, haciendo las cosas bien, con mis baches, dándole la cara a la vida. Entendí que hay que tener ordenado el corazón, la cabeza y la bragueta.
Dios le brindó un ángel. Eva, su primer amor, que sigue la entrevista a lo lejos. «Me rescató, cuando lo pierdes todo vives en soledad. Mi primera novia. El destino nos unió y llevamos 15 años juntos». Con Eva, con la que se casó en secreto en uno de esos momentos en los que la muerte rondaba, llegó el sentirse querido, el orden y la luz: «Empecé a rodar hacia adelante, dejé los hábitos a los que me llevó la desesperación, me recuperé a mí mismo y entendí que Dios hizo la noche para dormir».
Ese fue el primer paso; el segundo, volver a torear. «Pesaba 120 kilos, una ruina física, un derribo. La gente me miraba y pensaba que estaba chalado. Sólo yo creía en mí». El Soro peregrinó por medio mundo hasta que dio con el doctor Pedro Cavadas: «Reconstruyó mi pierna, se la jugó conmigo. Lo mío era amputación y así me lo dijo. Me decía que cortarle la pierna a El Soro era un putada. Yo le decía, y si acierta.. y el me decía: 95%, no; 5%, sí. Y yo, Pedro y si acierta, y si, y si... Lo convencí y me salvó. Me puso la pierna biónica». Un vez operado, vino la otra parte, la que El Soro no le contó a Cavadas: volver a torear. «Se volvió loco y yo le dije que tenía que hacerlo. Me advirtió de que me jugaba la vida». La Virgen del Patrocinio de Foios bendijo los trajes nuevos y Dios repartió suerte.
La muerte subía la apuesta. Tres corridas. El Choni, su mozo de espadas de toda la vida, se hundió al empezar a vestirlo en la vuelta: «Se puso a llorar, paró y dijo: esto es una muerte anunciada». El 17 de agosto de 2014, de ciruela y oro de Fermín, reapareció en la plaza de Játiva. Dos orejas y a hombros. En diciembre, en su pueblo, alternativa a Rafael de Foyos y tres orejas. Y en las Fallas de 2015, Valencia. A todo o nada.
–Volvió siendo El Soro.
–Hice lo mismo que hacía antes, con 55 años, con una calza de diez centímetros. Sólo podía andar con una pierna.
A nadie le contó su plan. No se lo hubieran permitido. En el tendido estaban sus hijos, los amigos, la afición y el sorismo. Banderillas y portagayola en una silla con una pierna biónica ante las súplicas de Enrique Ponce y José María Manzanares de que no lo hiciera. «Yo me reía, era felicidad. Lo volvería a hacer».
La última moneda al aire se llamaba Ballenito, castaño, 553 kilos. A vida o muerte. Y de esa moneda, volvió a salir airoso porque nadie tiene más vidas que El Soro.
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