A mi perro no le gusta salir a la calle cuando llueve. Se va parando en cada portal y bajo cada alféizar buscando un pedazo de suelo seco. Cuando lo encuentra se aferra al pavimento clavando las uñas y me mira inclinando la cabeza. Yo digo «vamos» elevando el tono de voz. El no reacciona. Entonces le digo «premio», «casa»... Él menea el rabo, camina unos pasos dando saltitos como si la acera estuviese en llamas, pero a los pocos segundos vuelve a pararse. Yo reanudo el camino tirando de él y ambos llegamos a casa con el pelo mojado.
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Se aproxima por la acera un vecino que es matemático. Hace años una prestigiosa universidad americana le dio un premio porque resolvió un teorema bastante famoso. Es la primera vez que me ve con el perro, me pregunta por la edad, dice que es muy bonito. «Mi perro murió hace 7 meses», me informa. «Lo siento, no sabía nada», respondo. «Nunca nadie te va a querer como él», afirma. 1 frase, 8 palabras, 12 sílabas, 27 letras, de las cuales 13 son consonantes y 14 vocales para transmitirme la fórmula de las relaciones entre humanos: 1+1=1.
Nos encontramos con Selma, una golden retriever de pelaje abundante. Mi perro se abalanza sobre ella con la boca desencajada y la mirada perdida, clava su hocico en su entrepierna, le lame y a continuación trata de montarla a bocajarro. Él es mucho más pequeño que la guapa Selma, así que su embestida le deja con las patas rozando su grupa y la lengua colgando. Yo sonrío cortada tirando de la correa. «Selma está en celo», me dice la dueña. Un señor pasa por nuestro lado observando la escena y decide compartir con nosotras una perla de sabiduría popular erótica. «Si el césped está crecido, se puede jugar partido», dice en tono jocoso observando los esfuerzos desesperados de mi todavía cachorro. La dueña de Selma y yo ladramos con la mirada y el poeta agacha las orejas.
Un adiestrador de perros con el que coincido a veces en el parque, que también trabaja de recepcionista en un gimnasio, me ha dado dos consejos. El primero es que a veces saque a pasear al perro por rutas diferentes para estimular su curiosidad. El segundo es que premie sus avances y sea indulgente con sus fallos para fomentar su autoestima a través del refuerzo positivo. Un diez por el adiestrador de perros que sabe más de educar a un niño que la mayoría de profesores de primaria del país.
Empoderamiento en 2021. Durante dos décadas he estado viendo a una señora del barrio paseando a su perro. Un día hace un par de años me contó que había tenido seis perros a lo largo de la vida y que, cuando ese se muriese, no tendría más porque ya está mayor. Ahora la señora es una anciana que va en una silla de ruedas empujada por una mujer y ya no tiene perro. Sobre el regazo lleva siempre una bolsa con galletas de pienso rojas en forma de corazón. Cuando se cruza con un perro por la acera le hace un gesto a la cuidadora para que se detenga. Entonces saca un par de galletas de la bolsa y se las da al perro sin entablar conversación con el dueño, sin calibrar el tamaño, la edad o el talante del animal, sin preguntar ¿puedo?, ni sonreír por cortesía, ni titubear al acercar la mano a esas bocas de dientes enormes.
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