Nacho Ortega
Lunes, 16 de noviembre 2015, 00:37
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Mi primer maratón de Valencia lo empecé a correr hace tres años y lo terminé el 15 de noviembre de 2015. Entonces acababa de nacer mi hijo Nacho y yo pesaba 100 kilos y a duras penas podía atarme los cordones de las zapatillas. Decidí salir a correr para perder peso y poder jugar con él y así seguí hasta que el año pasado me tocó trabajar el día del Maratón de Valencia. Ese día cambió todo mi año y probablemente toda mi vida. Cuando vi las imágenes de la salida por el puente de Monteolivete una idea me salió del alma: Yo quiero estar ahí. Y ayer estaba allí como un runner novato, como uno más del montón que disfrutaba como un niño viendo a los etíopes y kenianos calentando junto al guardarropía a un ritmo al que yo jamás podría seguir esprintando en toda mi vida y disfrutando de cada gesto, de detalle, de cada conversación, con el único objetivo de acabar la carrera y disfrutar al máximo.
más maratón valencia
La verdad es que llevaba desde agosto preparando la maratón y me había salido todo perfecto. No había tenido lesiones ni molestias, había cumplido en todos los entrenamientos y aunque había trabajado el plan de 4 horas de la web oficial de la Maratón de Valencia hecho por Miguel Rubio mi única idea era acabar.
Como todo principiante, había leído artículos, visto infinidad de vídeos de todo tipo y había hecho un máster aprendiendo a conocer cómo funciona el cuerpo humano cuando se corre. Me había mentalizado para lo peor después de leer decenas de crónicas como esta de gente que había sufrido lo indecible o que se había ido muy lejos de la marca prevista. Estaba preparado para sufrir. De hecho la noche la había pasado mal. Me desperté a las 3 de la mañana y a las 4.30 ya no había quien me cerrara los ojos. Después de dar muchas vueltas a la cama, a las 6 ya estaba preparando mi desayuno clásico antes de una gran carrera. Bueno, en realidad sólo he corrido dos medias maratones, así que tampoco es que sea muy clásico, pero a mí me funciona: un bol con un yogur griego, plátano, miel y avena; dos tostadas con aceite y pavo y un café. Yo, que nunca tomo café
Plan de entrenamiento sub 4 horas de la web de la Maratón de Valencia, realizado por Miguel Rubio.
Semanas de entrenamiento 15
Kilómetros realizados 775
Tirada más larga 33 km
Tiempo previsto 4 horas
Tiempo real 3
Peso al iniciar el plan 74.8 kg
Peso el día del maratón 68.4
Peso al acabar el maratón 66.5
Lo tenía todo preparado, como la mayoría. Geles, esparadrapo para los pezones -alguna vez he visto a gente que no se puso vaselina ni protección y juro que parecía que le hubieran pegado dos tiros-, mi móvil con la lista de spotify preparada (¡más de 30 personas se suscribieron a ella en una semana!), el pulsómetro cargado Lo típico. Salí con tiempo y llegué para aparcar en Aqua con tiempo suficiente. La organización era perfecta para alguien que nunca se había metido en un jaleo como este. Los minutos pasaban y cada vez quedaba menos. En la espera en la línea de salida, en el cajón naranja para los runners de más de 4 horas, una conversación me hizo dudar por primera vez en tres meses y medio. Sonríe, sonríe, le decía un veterano a un primerizo. Ya te acordarás en el km. 38 de cómo sonríes ahora. Ahí no quedará nada de ti. Yo estaba preparado para sufrir, pero claro, lo más lejos que había corrido eran 33 km. A partir de ahí me enfrentaba a un mundo desconocido. Mientras intentaba no pensar en eso, oímos el pistoletazo de salida para la primera tanda. A nosotros nos quedaba esperar aún 6 minutos y ya se notaban los nervios de muchos... y el despiste de algunos, porque uno delante de mí tenía los cordones desatados y se tiró 300 metros dando pasitos para atárselos sin que los de atrás le arrollaran.
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Todo lo que había aprendido leyendo sobre la maratón y la fisiología del cuerpo de un corredor me habían permitido montar una estrategia de carrera muy clara. La primera media maratón más lenta que la segunda, los primeros kilómetros a 5:53, bajar a 5:46 y a 5:41 y tirar la segunda media maratón a 5:34. Sabía que era muy arriesgado, porque a partir del km. 30 podía sufrir mucho y no mantener el ritmo.
Dos sustos en los primeros kilómetros
Desde dentro no se veía la maravillosa salida del puente, pero se disfrutaba de un ambiente memorable. Ufff, ¡cuánta gente había en la calle desde el primer kilómetro! Todavía sorprendido al ver cómo había gente que en la primera curva ya estaba parando a hacer sus necesidades, empecé a correr manteniendo un ritmo cómodo y fui cumpliendo mi plan. Al principio era fácil, claro, pero no se me iba de la cabeza la frase que había escuchado en el cajón de salida. Encima mi hermano Fer, que es la persona que más confiaba en mí, quería haberme acompañado para saltar el muro a partir del 30-32 y hasta el 38-40, pero una tendinitis que le apareció el sábado le impidió ayudarme. Eso sí, en el kilómetro 10 estaba junto a animándome en Blasco Ibáñez. Por ahí pasé en 57:30, clavando el tiempo que tenía previsto y disfrutando de la música y del ambientazo que había en cada calle de Valencia.
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En el 12 un pequeño tirón en la parte posterior de la rodilla me dio el primer aviso No podía ser cierto ¿No había tenido ninguna molestia en 15 semanas y lo iba a tener cuando no llevaba ni un tercio de carrera? Seguí corriendo y poco después ni me acordaba. A esas alturas me estaba pasando todo el mundo, pero tenía que echar el freno. Ya lo había hecho al pasar por el colegio del Pilar donde yo había estudiado, y donde tuve ganas de esprintar al recordar el artículo que había escrito Héctor Esteban el sábado sobre Emilio Ponce. Cuántas veces me había arrastrado haciendo sus circuitos
Cada vez había más gente en la calle y al pasar por Alfahuir y Dolores Marqués se me puso la piel de gallina: gente jaleando desde los balcones, gente en la calle animando, chillando, cantando. El eco que generaba la calle tan estrecha provocó el primer subidón. El segundo lo provocó el gel que me tomé en el kilómetro 15. Tenía que tomar otro en el 25 y el último en el 35, pero por si acaso me había preparado una bolsa con nueces, fruta deshidratada y pasas que me habían sentado de escándalo en las tiradas largas en ayunas. Comí en el kilómetro 20 y fue la última vez que lo hice: la mezcla del gel del 15 con los frutos secos en el 20 me provocaron un tapón en el estómago durante varios kilómetros que me hicieron temer lo peor. Pero los kilómetros pasaban y mis piernas no se quejaban más. Los parciales cada 5 km. del 10 al 25 eran los previstos (28:47, 28:32 y 28:27) y todo salía a pedir de boca. Además, en la calle de la Paz me esperaban mi mujer junto a mi tía Ampa y Nacho y Ana, mis dos hijos, que estaban flipando viendo a tanta gente junta corriendo por las calles casi casi en ropa interior. O eso pensaban ellos, jajaja.
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A partir del kilómetro 30: ¿el muro?
Sabía que una vez que pasara la plaza del Ayuntamiento y saliéramos del centro empezaba la verdadera maratón. Yo seguía concentrado cumpliendo tiempos y a partir del 30 empecé a ver los verdaderos estragos de la carrera. Gente andando, alguna ambulancia. Comencé a pasar a muchos corredores que ya no podían mantener el ritmo tan alegre y yo mantuve el ritmo (28:35 del 25 al 30). A partir de ahí ya no sabía qué podía pasar, pero seguía disfrutando al ver a tantísimo público ocupando las calles de Valencia. La verdad es que da gusto correr así. Yo miraba el pulsómetro y sabía que no podía bajar el ritmo, pero las palabras de la salida me martilleaban. Has entrenado para esto, Nacho, todo lo que has hecho ha sido para correr a partir de ahora, me repetía una y otra vez. Alguna lo debí decir en voz alta, porque algún corredor se me quedaba mirando.
A esas alturas, en el kilómetro 33 o 34, ya se veía a mucha gente tocada, muchos habían bajado el ritmo y algunos simplemente caminaban. Sin embargo, no vi en toda la carrera ninguna escena drámatica, ningún corredor vomitando o sufriendo. Muchos pedían réflex o iban muy despacio y con cara de sufrimiento, pero eso me demostró que el nivel del Maratón de Valencia es excepcional no sólo por la marca de los primeros que baten récords, sino por el nivel medio de todos los corredores. No sé si por detrás se vivirían momentos más trágicos, pero lo que yo vi me hizo sentirme orgulloso de la maratón de mi ciudad. A partir del Parque de Cabecera sabía que me esperaba el muro. Notaba las piernas cargadas y el hombro y la tibia me dolían, pero las sensaciones que tenía eran fantásticas. Además, tenía en mi mente clavado el ejemplo de superación de mi hermana Mamen.
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Pasé del 30 al 35 en 28:07 y a esas alturas seguía en tiempo de llegar en 4 horas. Ya sólo quedaban 7 kilómetros y tenía que apretar un poco más, para ir a 5:30. Así que busqué una referencia. Y la encontré a la altura del hospital General en una chica con el pelo largo rizado y un ritmo constante. Puestos a buscar Lo que viví a partir de ahí no me lo había imaginado ni en mis mejores sueños. Había oído que en los dos últimos kilómetros los corredores se sentían como ciclistas subiendo el Tourmalet, con miles de personas haciendo un pasillo tan estrecho que casi tenían que ir en fila india. Pero es que eso lo estaba viviendo en la avenida del Cid ¡Y quedaban aún 7 más!
Los dos últimos kilómetros, los más rápidos
Los gritos de la gente nos llevaban en volandas y, cuando no decían nada, había algún corredor que le animaba a ellos. Valencia estaba plagada de animación en las calles, en las avenidas, en las aceras, en los puentes Era un momento mágico. En la calle Colón vi de nuevo a mi familia y desde allí la carrera fue un espectáculo. El parcial del 35 al 40 lo hice en 27:44, el más rápido de todos, y a partir de Jacinto Benavente empezamos a serpentear por una inmensa senda de públio entusiasmado que no dejaba de jalear nuestros nombres y de chillar como si fuéramos sus hijos aunque no nos conocían de nada. Yo ya había cumplido. Sabía que una vez ahí ya no abandonaba y quería acabar a lo grande, cumpliendo mis dos objetivos: el real, que era terminar, y el soñado, que era bajar de 4 horas.
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Los dos últimos kilómetros los hice a menos de 5:00 empujado por la mejor afición del mundo y llegué a la pasarela azul con sentimientos encontrados: no lloré ni sentí una euforia desmedida, pero sí emoción por haber terminado algo que hace tres años, cuando vi nacer a mi hijo, jamás hubiera ni siquiera imaginado. Cuando lo vi y le enseñe la medalla de finisher, que había grabado con el nombre y el tiempo, me dijo, Papá, yo de mayor quiero correr como tú. Sólo por eso ya ha merecido la pena que la primera maratón que he corrido haya sido esta, la de mi ciudad, la mejor de España y ojalá algún día la mejor del mundo. Por organización, público y nivel deportivo algún día podría llegar a serlo.
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