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El pequeño Radamés se pasó un tiempo entrenando sin saberlo. En cada tirada diaria de ocho kilómetros, forjaba sus piernas que luego ganarían unos Juegos Panamericanos y le llevarían a los Juegos Olímpicos de Moscú. En aquellos años, sin embargo, él desconocía qué era el maratón, prueba que le cambió la vida aunque él intentó rechazarla. «No me gustaba, pero los especialistas decían que tenía condiciones», afirma el ganador en Valencia en 1990.
Durante su niñez en la ribera del Cauto, el río más importante de Cuba, su carrera diaria consistía en llevar la comida a su padre y a sus dos hermanos mayores sin perder clase. «Ellos trabajaban en el cultivo del arroz. Yo aprovechaba un descanso en la escuela y corría hasta un punto donde les dejaba los alimentos para que luego ellos los recogieran. Hacía unos ocho kilómetros. Corría tipo keniata, estaba entrenando sin saberlo», bromea. A los 14 años, se marchó a estudiar a La Habana. Fue entonces cuando Radamés González empezó a cosechar los frutos de aquellas tiradas diarias.
«Para entrar a estudiar te hacían pruebas de eficiencia física. Había buenos corredores de fondo y yo les gané a todos», recuerda: «La gente decía que era un futuro campeón y yo no entendía nada. Se dieron las condiciones para que siguiera estudiando». Radamés González tenía otro plan de vida distinto al atletismo. «Iba a volver a Río Cauto para dedicarme al cultivo del arroz, para seguir la tradición familiar», señala.
Antes participó en un par de carreras y las ganó. «Ahí se acabó mi vida como agricultor. Me ofrecieron una beca para formarme como profesor de educación física y me encaminé por esa vía», precisa. En 1977 le reclutaron para defender a Cuba en los Juegos Panamericanos. En la edición de 1979 fue oro y aún se colgaría un bronce años después, antes de retirarse en 1991.
Cuando Ramadés González vino a Valencia en 1990, ya lo hizo como un laureado atleta que había corrido en 2.15 y que fue olímpico en Moscú. «Tuve marca para ir a Los Ángeles y Seúl, pero ya sabes...», desliza. Había amagado con retirarse en 1986 pero fundó una escuela de atletismo y volvió a correr.
Su experiencia en Valencia fue inmejorable. Recuerda la noche previa a la carrera y las bromas con De Sousa, el brasileño que fue 20 kilómetros en cabeza pero al que acabó ganando. «Vino con su mujer y él sabía algo de español pero ella, sólo portugués. Yo le decía: 'Hoy tienes que hacerle el amor para que mañana yo pueda ganarle'. La chica preguntaba qué decía y él le respondía: 'No le hagas caso, está loco'», relata entre risas Radamés González. Al día siguiente llegó la remontada y victoria del cubano. «Si por el 40 aniversario me invitan, voy para allá... que quiero conocer mejor Valencia», comenta desde Argentina, donde reside en la actualidad.
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