Valencia revive hoy su medio maratón, uno de los más prestigiosos del mundo. Entre las atletas destacadas figura Mary Wacera, una fondista notable que, desgraciadamente, es más conocida por ser la viuda de Samuel Wanjiru, una leyenda del atletismo por su talento y por su biografía, digna de una película dramática y que merece ser recordada. La vida de Wanjiru estuvo marcada por su niñez. Una infancia miserable, rodeada de pobreza. Nunca conoció a su padre y Hanna, su madre, tenía que entregarle a él y a su hermano, Simon, a los abuelos para que los cuidaran mientras buscaba comida por las calles de Nyahururu.
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El pequeño Sammy no tuvo unos zapatos hasta los 14 años y tuvo que dejar la escuela porque acabó siendo un lujo inalcanzable. Por eso, quizá, no se lo pensó dos veces cuando un cazatalentos le propuso, en 2002, que se marchara a Japón a entrenar y, de paso, a reanudar los estudios. Cogió sus escasas pertenencias y se marchó. Allí acabó de estudiar y se hizo famoso corriendo los Ekiden, las carreras de larga distancia por relevos. En un viaje de vuelta a casa, se dejó engatusar por Triza Njeri, a la que tuvo mantenida en Nyahururu y con quien tendría dos hijos.
Mientras, entrenado por Koichi Morishita, que fue subcampeón olímpico de maratón en los Juegos de Barcelona, se dio a conocer al batir un récord del mundo de medio maratón (59.16), del mítico Paul Tergat, que tenía ya siete años. Luego se lo arrebató Haile Gebrselassie, el primer hombre en bajar de los 59 minutos, pero Wanjiru lo recuperó en 2007 (58.33, hoy segunda mejor marca de todos los tiempos). Ese mismo año debutó, con solo 21 años -en aquella época no era usual ver a maratonianos tan jóvenes-, con una marca extraordinaria (2:06.39). Aquellos resultados le proporcionaron fama y dinero. Wanjiru firmó un contrato con Nike y logró un caché imponente. El niño pobre manejaba dinero abundante que derrochaba con las compras más absurdas y las inversiones más inverosímiles. Se convirtió en un manirroto del que todos intentaban aprovecharse, empezando por su madre y Triza Njeri. A aquella afición por el gasto descontrolado unió un hábito por la bebida que acabaría arruinando su vida y una de las carreras atléticas más prometedoras de los últimos tiempos.
Su coronación como corredor se produjo en el verano de 2008. Wanjiru se proclamó campeón olímpico (ganó en 2:06.32) después de una carrera memorable en Pekín. Después se enamoró de una atleta con la que coincidía en la pista, Mary Wacera (la que hoy corre en Valencia), y en unos meses se casaron. Sammy puso a vivir a su chica entre las casas de su madre y su exnovia. Apenas separadas por cien o doscientos metros de distancia.
Fue el principio de su decadencia. Wanjiru bebía más cada día y entrenaba menos. Atleta de día, crápula de noche. Una combinación imposible. En 2010, siendo ya casi un alcohólico, abandonó en el maratón de Londres. El mayor talento que se había visto en años se había transformado en un corredor vulgar. Llegó a engordar y le costaba hasta correr una hora seguida.
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Al final lograron convencerlo para que saliera de esa espiral de perdición, dejara la ciudad y se enclaustrara en Eldoret. Allí recuperó la zancada que deslumbró al mundo y se preparó a conciencia para correr el maratón de Chicago. El 10 del 10 del 10 libró un pulso épico con Tsegaye Kebede del que salió victorioso. Nadie podía imaginar que aquella carrera antológica iba a ser su último maratón. El regreso a la rutina fue su perdición. Después de Chicago comenzó su autodestrucción a sorbos cada vez más largos. En diciembre de ese año, en 2010, discutió con Triza y acabó detenido con un rifle de asalto con el que amenazó a la madre de sus hijos y con el que agredió a una guardia de seguridad.
El 14 de mayo de 2011 dejó Eldoret para ir a hacer papeleos a Nyahururu. Su entrenador, Claudio Berardelli, le puso en el asiento de al lado a un perro guardián, su compañero Daniel Gatheru. El viaje fue largo. Demasiadas paradas en los bares para echar un trago. Por la noche se llevó a una chica a casa. Poco después irrumpió Triza y les encerró en el dormitorio. Wanjiru, cansado y bebido, salió al balcón y cayó. Se dio en la cabeza y murió. Una versión dice que fue un accidente, otra que se suicidó y su madre asegura que le asesinaron. Para los aficionados al atletismo simplemente quedó el triste final de uno de los atletas que más admiramos.
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