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LOURDES MARTÍ
VALENCIA.
Domingo, 25 de marzo 2018, 00:11
Paulo Amotun Lokoro y Ukuk Utho'o Bul compartieron salida en el mundial de medio maratón con la élite del atletismo. Sin embargo, en su equipación no había ninguna bandera. No representan a ningún país. Ellos son «el símbolo de la esperanza». Así denomina Tomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional a los atletas que forman parte del Equipo de Refugiados. Una selección de deportistas apátrida que ya se estrenó en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. A Brasil llevó diez atletas, un reducido número encabezado por la mundialista keniana Tegla Laroupe, 'jefa de misión' de los elegidos.
Ayer Lokoro (26 años) y Bul (25 años) sonreían tras cruzar juntos la línea de meta. Ambos se olvidaron durante unos días de sus vidas en el campo de refugiados en Kakuma en Kenia. «No sé ni el tiempo que he hecho, pero estoy contento», decía el primero sin dejar de mirar a su compañero.
Él fue uno de los elegidos para ir a los Juegos en Río, participó en la prueba de los 1.500 metros, pero ayer era la primera vez para que ambos se enfrentaban a un medio maratón. Una distancia muy larga: «Era algo diferente, un reto, he hecho un gran esfuerzo y estoy feliz por estar en Valencia, por visitar un país como España», señaló.
Bul, que no terminó la carrera, nunca había corrido más de 18 kilómetros y ayer se encontró «bien». Ni el viento les impidió «disfrutar de un día «maravilloso».
«Estamos muy orgullosos y agradecemos la oportunidad de poder participar en un evento como este, es increíble, trabajaremos para volver. Somos conscientes de lo que significamos para la gente que está como nosotros», comentaban.
En Kakuma, Lokoro -entró en el puesto 124 con 1:09:31- podrá contarle a su madre la increíble experiencia que ha vivido en Valencia. Fue en el campo de refugiados donde se reencontró con ella varios años después de huir de la guerra que sufre Sudán del Sur. Con él estará Bul quien no tiene tanta suerte. Huyó del mismo conflicto a los 12 años aunque a diferencia de su amigo nunca ha vuelto a ver a su familia directa. El deporte ahora es para él una válvula de escape: «Yo no sabía correr, había practicado otros deportes, pero conocí la iniciativa de Tegla Loroupe y pensé que era una buena manera de demostrar que los refugiados también podemos correr como el resto de personas y espero seguir».
Así llegaron a Valencia, con la intención de disfrutar además de visibilidad a los refugiados. Después de todo lo que han vivido, estar junto a la élite en Valencia no les asustaba: «No tuvimos miedo». Así lo decía Bul a la organización días antes de la prueba valenciana: «Son atletas y somos atletas. Sabemos lo que es un atleta. Si uno es más rápido que yo esta vez, no hay problema. Todavía es un atleta como yo. Hoy es su momento, pero tal vez la próxima vez sea mi momento». Ayer fue su momento. El de ambos.
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