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La leyenda de Edeta

30 años del ascenso a la ACB. El Choleck Llíria consiguió el 25 de mayo de 1991 subir a la máxima categoría en una de las mayores gestas de la historia del baloncesto español

Lunes, 24 de mayo 2021

A pocos segundos de que el Choleck Llíria pusiera en Mallorca un rotundo 0-2 en la final por el ascenso a la ACB, su histórico presidente Pepe Morató se acercó detrás del banquillo para decirle lo siguiente a su entrenador, Andreu ... Casadevall: «¿Sabes que si ganamos la semana que viene subimos a la ACB y la que vamos a liar?». Y se lió, vaya si se lió. El 25 de mayo de 1991 el conjunto edetano tumbó por 92-84 al Prohaci Mallorca, el gran favorito para el ascenso, y tocó la gloria de la ACB. Hoy se cumplen tres décadas de una de las mayores gestas de la historia del baloncesto español. La leyenda de Edeta que firmó la página más gloriosa de un club que comenzó a latir en 1945. La capacidad del Pla de L'Arc en aquel momento era de 3.500 espectadores. Las crónicas hablan de 4.000 aquel sábado que se hizo eterno. Muy pocos de sus 15.000 vecinos durmieron esa noche.

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«No había preparada ni celebración. Improvisamos algo en el hostal Les Reixes y otro día hicimos una paella en Ca Pep», rememora treinta años después Andreu Casadevall. El técnico de Santa Coloma llegó a Llíria con 28 años, con el equipo hundido tras la renuncia de Lluís Andrés y el único objetivo de la permanencia, con el fantasma del descenso pocos años antes a Segunda. Se culminó una remontada épica, se tumbó al Caja Madrid de Brabender en semifinales y se puso ese 0-2 en Mallorca que fue el que desató la locura. «Cuando llegamos al aeropuerto de Manises había gente pero lo que nunca se me olvidará es lo que había al llegar a Llíria. Estaba todo el mundo de fiesta, con paellas por la calle y un ambiente brutal. A una semana del tercer partido. Recuerdo una paella gigante en Ca Pep con todo el pueblo allí en la plaza. Fue tremendo», relata el ahora coordinador de cantera del Valencia Basket. Tal fue la catarsis en el pueblo durante los cinco días previos, que Casadevall se refugió en casa: «Como tenía un Mercadona cerca de casa, bajaba sólo a comprar y cuando lo hacía me paraban en todos los pasillos. Un día dejé la compra que tenía en la mano y me fui. Lo que ocurrió esa semana fue un acontecimiento social».

«Lo que representó Llíria para el baloncesto de la Comunitat es algo que va a estar siempre en el recuerdo. Ese legado va estar ahí siempre y hoy se siguen recordando todas las historias, también las de la rivalidad durante muchos años con el Pamesa. Dentro del corazón de mucha gente aún está ese recuerdo», sentencia. El ascenso del 91 fue la culminación del trabajo de muchas décadas y de una historia de club que cambió desde que Isma Cantó cogió las riendas del equipo a mitad de la década de los 70. Con él comenzó todo, ese sueño a fuego lento que lograron Bueno, Aurioles, Jiménez, Villagrasa, Frías, Alfonso García, Carrillo, Cooke, Navarro, Torrijos, Quique Andreu y Carlos García.

La historia de Carlos García lo resume todo. «Hay gente que nace en el hospital pero yo nací en Llíria y vivía en la calle Pla de L'Arc número 21. Enfrente del pabellón», sentencia. No hay más preguntas, señoría. El icónico alero edetano tenía 24 años aquel 25 de mayo y tiene claro que esa tarde del 91 no fue consciente de lo que habían conseguido: «Cuando pasan los años te das cuenta que más que algo increíble lo que sucedió está más cercano a lo imposible. Mucha gente que no conoce la historia no se cree que un pueblo de 15.000 habitantes llegó a tener un equipo en la ACB. Yo salía de mi casa, cruzaba la calle y me iba enfrente a jugar un partido de la ACB. Es un poco surrealista con la mirada de tres décadas después».

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García, que sigue viviendo en Llíria, reconoce la brecha generacional: «Sigo amando el baloncesto tanto como hace treinta años. Cuando voy los domingos a jugar con los veteranos, en cuanto me pongo un pantalón corto y cojo un balón disfruto tanto que cuando era profesional. Mi hijo mayor, Gabriel, tiene 14 años. Le encanta el baloncesto pero ahora lo viven de otra manera. Si le das la opción de ir al pabellón a jugar a baloncesto o al NBA de la Play con los amigos prefieren quedarse en la pantalla. En aquellos años no teníamos estos juegos, yo salía del colegio, cogía un balón y me tiraba toda la tarde jugando. Ahora muchas veces se apunta al niño a un deporte para que no esté tantas horas en el ordenador». En el 91 el mundo era real. El del Pla de L'Arc, sus tracas, las gradas llenas una hora antes y los yayos del gallato. Los centinelas de Edeta.

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