Cuando más de 3.000 personas llenan las gradas de un pabellón soñando con un ascenso de la Liga EBA a la LEB Plata –para los menos iniciados en el basket de cuarta a tercera categoría del baloncesto español– es que en juego hay muchas ... más cosas. El Club Bàsquet Llíria regresó el pasado 11 de mayo a una división profesional 17 años después, como mejor regalo a su octogésimo aniversario que celebrará el próximo año. La lágrimas sobre el parquet del Pla de L'Arc, de personas de muchas generaciones, simbolizaron el resurgir de la cuna del baloncesto valenciano. La pasión por la pelota naranja en la localidad del Camp de Tùria nació en 1945, cuando Pep Jordán regresó de Madrid de cumplir el servicio militar y habló maravillas de un deporte que comenzaba a hacer furor.
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Por aquel entonces, nadie en el pueblo tenía chándal. Tanto es así que para disputar un Campeonato de España, en Soria, tuvieron que pedirlos prestados y el equipo se presentó con cada jugador con uno de distinto color. La historia para el club cambió desde la temporada 74-75. Eduardo Arnau dio paso a Isma Cantó, a sus 23 años, y el edetano llevó al equipo a otro nivel. Primero, con el ascenso a Segunda en 1976 en Valladolid. El técnico, para aliviar los nervios de sus jugadores, les llevó al cine a ver una película de Woody Allen poco antes de tumbar al equipo de López-Iturriaga. Después vino el ascenso a Primera B, en Melilla, en unos años donde el mito del Pavelló Vell se extendió por toda España. El histórico recinto tenía un banco pegado a la pared y los rivales tenían que apartar a los aficionados para poder sacar de banda. En el mejor de los casos. De aquellas plantillas, con Bueno, Aurioles, Villagrasa, Frías, Alfonso García, Carrillo, Cooke, Navarro, Torrijos, Quique Andreu (el primer canterano en llegar a ser internacional), Carlos García o la mítica pareja de extranjeros formada por Dan Palombizio y Vernon Smith se llegó al gran golpe; el ascenso a la ACB.
El 25 de mayo de 1991 el conjunto edetano tumbó por 92-84 al Prohaci Mallorca, el gran favorito para el ascenso, y tocó la gloria convirtiendo a Llíria, que entonces contaba con 14.000 habitantes, en la localidad más pequeña en disputar la máxima competición nacional. Un récord que sigue vigente. La capacidad del Pla de L'Arc en aquel momento era de 3.500 espectadores. Las crónicas hablan de 4.000 ese sábado que se hizo eterno, con muchos aficionados que desayunaron en los bares cercanos al pabellón porque no podían estar en casa por los nervios. «No había preparada ni celebración. Improvisamos algo en el hostal Les Reixes y otro día hicimos una paella en Ca Pep», recuerda Andreu Casadevall. El técnico de Santa Coloma llegó con 28 años, con el equipo hundido tras la renuncia de Lluís Andrés y el fantasma del descenso a Segunda. En semifinales tumbaron al Caja Madrid de Brabender y tras poner un 0-2 en Mallorca en la final se desató la locura. «Cuando llegamos a Llíria estaba todo el mundo en la calle, haciendo paellas y de fiesta. ¡A una semana del tercer partido!. Los días previos bajaba a la calle sólo a comprar y cuando lo hacía me paraban en todos los pasillos del súper. Una vez dejé la compra que tenía en la mano y me fui. Lo que ocurrió esa semana fue un acontecimiento social», rememora Casadevall.
Si hay un hilo conductor entre aquel ascenso a la ACB y el actual a la LEB Plata es que se sigue contando con gente de la casa. En aquel momento, uno de los ídolos de edeta era Carlos García. «Hay gente que nace en el hospital pero yo nací en Llíria y vivía en la calle Pla de L'Arc número 21. Enfrente del pabellón. Cuando pasan los años te das cuenta que más que algo increíble lo que sucedió está más cercano a lo imposible. Mucha gente no se cree que un pueblo de menos de 15.000 habitantes llegó a tener un equipo que jugó contra el Barça de Epi o el Real Madrid de Sabonis. Salía de mi casa, cruzaba la calle y me iba enfrente a jugar un partido de la ACB. Es un poco surrealista con la mirada de tres décadas después», sentencia.
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Tras dos temporadas en la máxima categoría, el Llíria descendió el 18 de abril de 1993 tras caer 62-68 en el quinto partido del playoff contra el Cáceres. Desde aquel mazazo en el Pla de L'Arc llegó una travesía con muchas sombras y pocas luces. Cuando se creó la LEB en la 96-97, el equipo bajó a la Primera Nacional. Hasta 2002 no regresaron a la EBA, antes de tener dos temporadas en la LEB Plata. En 2007, tras quedar octavos y perder en el playoff con el Ciudad de La Laguna por 3-0, tuvieron que vender la plaza al Cáceres. Otra vez los extremeños. Después de solventar la ocasión en la que más cerca estuvieron de cerrar la persiana, en 2010 con sólo 12.000 euros en caja y la ayuda de jugadores como Óscar Yebra que se ofrecieron a vestir gratis la camiseta, en 2016 volvieron a la EBA, de la mano de Nacho Rodilla, y tras ocho años intentándolo al fin han conseguido el regreso al basket profesional.
Así, hasta parar el calendario el pasado 11 de mayo. El gran símbolo de la victoria por 72-88 al Uros de Rivas, la que dio el ascenso a la LEB Plata, fue Vicent Faubel Alama. 'Sant Vicent', como le han aclamado siempre desde la grada a un vecino más del pueblo, colgó ese día las botas como profesional. A sus 40 años. Al retirarse de la pista por última vez, se arrodilló y fundió sus labios en las tablas del Pla de L'Arc. Su historia es preciosa. Formaba parte de aquella plantilla de 2007 que tuvo que dejar la categoría de bronce por falta de financiación. «No podía irme sin cerrar este círculo», confiesa. Tan emocionado que no se le entienden algunas palabras: «Es el trabajo de muchos años. En Llíria las cosas siempre nos cuestan más que en otros sitios pero al final a base de trabajo, entrega y pasión por el basket, se acaban consiguiendo. Dejo al club donde merece estar. Besé el parquet en homenaje a las horas que he pasado en él. Comencé jugando a los cinco años en el Pavelló Vell con Jorge Gutiérrez de entrenador y me retiro con él. Es un lujo». El técnico escucha emocionado. La suya es otra de las grandes historias del regreso del gigante dormido. No todos los días entrenas al equipo de tu vida, con 62 años, en un ascenso. El veterano técnico llegó al puesto tras la marcha de Crudeli en diciembre. Cosas de la vida, Jorge Gutiérrez fue asistente en las dos temporadas en la ACB. Todo queda en casa: «Lo más importante es que ha vuelto la gente al pabellón a apoyar al equipo. Llevo más de cuatro décadas entrenando en todas las categorías del club y subir tras una temporada tan complicada es una gesta. Ahora, la clave es hacer las cosas bien para, al menos, mantenernos en la categoría muchos años. Tener jugadores de la casa es básico porque hace del club una familia». Esa familia, de casi 80 años, permite que el día de una gesta se encuentren, entre más de tres millares de personas, leyendas como Rodilla, Casadevall, Goyo Carrillo, Andés, Ferrandis o Paco Jiménez. También históricos trabajadores de la era ACB, como Amadeo García que era el speaker y jefe de prensa de aquel mítico Ferrys.
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La historia del Llíria –desde el Finisterre, Choleck o el actual Refitel– se transmite de padres a hijos. No de forma simbólica, sino en la pista. Josep Pérez Lapiedra es un mito del club. Su hijo, Víctor Pérez Tomàs, fue el mejor jugador contra el Rivas: «Mi primer recuerdo es de los últimos años de LEB Plata, donde Vicent Faubel ya corría en la pista y yo estaba tocando el bombo en la grada con mis amigos. Mi padre me cuenta que al Pla de L'Arc ya me traían siendo un bebé. Llevamos muchos años soñando el ascenso y era algo que te pedían los vecinos por la calle. Muchos chavales han vivido en este ascenso algo que sólo habían escuchado en casa a sus padres». Marc Rodilla, hijo de la leyenda, también formó parte de la plantilla del ascenso y disfrutó en la pista del hito. Para emoción de su padre, Nacho, y su madre, Elena.
La imagen más impactante del ascenso fue la de Pau García Ivars. Presa de la emoción, con una camiseta negra del Ferrys con el dorsal 7. La de su padre. Alfonso García Seijas llegó con 19 años a Llíria desde su Lugo natal y jugó los dos años en la ACB. Falleció en febrero de 2020. «El baloncesto es lo que más me conecta con él». Silencio. Reflexión: «El pueblo siempre ha estado aquí, sólo había que encender un poco la llama para que se prenda de nuevo». El resurgir de la cuna del baloncesto valenciano viene para quedarse. Así, al menos, es la intención que tiene clara Begoña Sanz, la presidenta del Refitel Llíria: «La afición se merece esto y más. Desde el primer partido de la temporada, que lo perdimos, dije que no pasaba nada. La gente siempre respondió, viajando con el equipo, y es un sueño cumplido. Hemos devuelto al pueblo donde se merece estar. Ascender más arriba es complicado pero vamos a soñar con los pies en el suelo».
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