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Patrick Day es trasladado por los sanitarios tras ser noqueado en el combate y quedar inconsciente. AFP
El golpe más doloroso

El golpe más doloroso

Patrick Day ha muerto tras un combate en Chicago. A los 14 años se coló en un garaje para golpear el saco de un vecino, hoy desolado por haberle entrenado pese a la oposición de la madre del púgil

Jueves, 17 de octubre 2019

Patrick Day era un adolescente aburrido en Long Island aquel verano de 2006 cuando cruzó la calle Buchanan, incapaz de resistir la atracción, se metió en un garaje que estaba abierto justo enfrente y comenzó a soltar sus puños contra aquel saco Everlast que colgaba del techo. Joe Higgins, un antiguo bombero que trabajaba en una estación de Brooklyn, escuchó los golpes y se encontró a aquel chaval de 14 años al que no conocía de nada. «¿Siempre vas a las casas de la gente sin permiso?», le soltó. Pero, lejos de regañarle, lo que hizo fue empezar a corregir su estilo.

Aquel chico era el menor de cuatro hermanos de una familia de inmigrantes haitianos. Su padre, ginecólogo, había boxeado de joven. Su madre, que dominaba el español, el francés y el inglés, trabajaba como traductora en las Naciones Unidas, en la Primera Avenida, y odiaba el boxeo. Cuando se enteró de la nueva afición del pequeño, se fue al garaje de Higgins y le pidió que lo dejara en paz. El hombre, feliz de formar a Patrick, le suplicó un tiempo. «Le prometo que su hijo aprenderá algo».

«Me estoy muriendo. Siento que soy responsable (de su muerte)»

Joe Higgins, Su entrenador

Y lo hizo. Higgins logró que su pupilo tuviera una brillante trayectoria como aficionado: ganó dos títulos nacionales, el torneo de los Guantes de Oro de Nueva York y fue suplente del equipo olímpico en Londres 2012. Un año después debutó como profesional. Este último verano ya estaba entre los diez mejores en un par de organizaciones, el CMB y la FIB.

Day se puso el calzón y los guantes el sábado para pelear en el Wintrust Arena de Chicago. El nativo de Long Island, que llegaba con 17 victorias, cuatro derrotas y un combate nulo, se enfrentaba a un hueso, Charles Conwell, olímpico en los Juegos de Río, en 2016, e invicto en sus once combates, ocho de ellos resueltos antes del final.

Conwell, de Cleveland, ya había tumbado a Day en el cuarto y el octavo asalto. Pero en el décimo, lanzó dos derechas y un gancho de izquierdas que derrumbaron a su oponente, que cayó y se golpeó en la cabeza contra la lona. El púgil tuvo que ser retirado en camilla y trasladado en una ambulancia hasta el Northwestern Memorial Hospital, donde entró en coma. El miércoles, rodeado de su gente, murió después de que decidieran desconectarlo de las máquinas. Una lesión cerebral traumática acabó con su vida con solo 27 años. Su promotor, Joe DiBella, explicó entonces que Patrick Day no peleaba por necesidad. «Él eligió boxear, sabiendo los riesgos inherentes que enfrenta cada púgil cuando se sube a un ring. El boxeo es lo que le encantaba hacer a Pat. Fue algo que le hizo sentir vivo», explicó en un comunicado.

Imagen del combate entre Patrick Day y Charles Conwell. AFP

Más emotivo fue el mensaje que escribió en Instagram el hombre que lo noqueó. «Querido Patrick Day, nunca quise que te pasara esto. Solo quería ganar», comenzó. Conwell, que aseguró que seguirá boxeando porque está convencido de que es lo que Day hubiera deseado, añadió: «He repetido una y otra vez la pelea en mi cabeza, pensando qué hubiera pasado si esto no hubiera sucedido y por qué te pasó a ti. No puedo dejar de pensar en eso. He rezado por ti muchas veces y derramado tantas lágrimas porque ni siquiera puedo imaginar cómo se sentirían mis amigos y mi familia. Te veo en cualquier sitio al que voy y todo lo que oigo son cosas maravillosas sobre ti».

Higgins, el hombre que le enseñó a boxear, su mentor, el entrenador que le dirigía desde la esquina, estaba destrozado. Lo primero que hizo fue ordenar que cerraran el gimnasio, el Freeport PAL, donde entrenaban. Y pidió que nadie volviera a usar el último saco que sacudió ni el último ring al que se subió. «Me estoy muriendo. Siento que soy responsable», escribió a unos periodistas de la cadena de televisión ESPN, que contó que el entrenador sentía que el joven le había salvado la vida.

«He repetido una y otra vez la pelea en mi cabeza. No dejo de pensar en eso»

Charles Conwell Su rival

Higgins se derrumbó a raíz de los atentados del 11 S. Su hermano Timothy, bombero también, murió en servicio en el World Trade Center. Su cuerpo no apareció hasta varios meses después. El superviviente, que también trabajó ese día infausto, estuvo colaborando las semanas posteriores excavando entre los escombros, tragando ese polvo putrefacto que se colaba hasta el fondo de los pulmones.

El bombero tuvo que ser operado dos veces de la garganta y, además, sufrió estrés postraumático. Solo remontó el vuelo gracias a aquel adolescente que se coló en su garaje. «Él me salvó la vida», dijo. Pero este accidente mortal ha sido doblemente doloroso para él. Perdió a su protegido y, encima, le roía por dentro la culpa por no haber hecho caso a su madre. Le temblaban las piernas solo de pensar en el momento de entrar en el hospital y mirarla a los ojos. Cuando llegó el momento, no encontró un reproche ni un mal gesto, solo el abrazo emocionado de una madre que sabía que aquel hombre solo se había desvivido por hacer feliz a su hijo.

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