Binian Girmay ya no es el sueño de África, sino la realidad. Un ciclista en clara progresión, rumbo a convertirse en uno de los velocistas de tronío en el pelotón de World Tour. El eritreo es ya plata en un Mundial en ruta (sub-23) y ha conseguido triunfos notables, como el de la Classic Grand Besançon Doubs. Su mayor victoria, no obstante y como suele ocurrir en este nuevo mundo de los ‘memes’ de internet, se recuerda más por la anécdota que por la victoria en sí. El taponazo en el ojo al descorchar la botella en el podio que le obligó a irse a cada nubló aquella victoria en el Giro, la primera en una gran vuelta. Y, sobre todo, que es un ciclista por el que merece la pena apostar, por ejemplo, poniendo a bloque al resto del equipo tirando del pelotón durante los últimos kilómetros. Eso lo sabe el Intermarché y lo demostró en la primera etapa de la Volta cuando, en la sinuosa carretera que conduce hacia Altea, se arremangó para abortar la intentona, valiente pero suicida, del valenciano Joan Bou.
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El corredor del Euskaltel se conoce a la perfección esas carreteras. A decir verdad, como casi cualquier corredor de World Tour, pues de un tiempo hacia aquí el sur de la Comunitat es la guarida de pretemporada de la casi totalidad del pelotón profesional. A unos cinco kilómetros de Altea destaca la primera iglesia ortodoxa construida en España. A su alrededor, una extensa colonia rusa, como Vlasov, ganador de la carrera de 2022 y que estuvo resguardado en la primera jornada.
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Poco ortodoxo fue el ataque de Bou, a diez kilómetros y después de los dos puertos de la jornada, el Col de Rates y el Alto de Marianet, en la sierra de Bernia. En el descenso de la segunda cima el grupo lo componían ya unos 60 ciclistas, sin la mayoría de los velocistas, asfixiados en el interior de la Marina. Pero no se había quedado cortado el completísimo Girmay. El ciclista más recordado por darse un corchazo en el ojo que por imponerse a un coloso como Mathieu van der Poel. Tampoco fue demasiado ortodoxa aquella ceremonia del podio.
Bou sabía que su ataque no iba a ningún sitio, pero dio siete kilómetros y unos cuantos minutos de audiencia televisiva a su equipo. Y soñó con que en el ciclismo moderno aún hay alguna posibilidad de despiste, de que los equipos de los velocistas no se entendieran en la ratonera que conduce hacia Altea. Pero no, esa carretera llena de curvas y con alguna rampa está perfectamente asfaltada. En cuando hubo toque de corneta, los diez segundos que le habían permitido tomar se esfumaron.
En Altea, a un kilómetro de la meta, Intermarché sabía que el trabajo estaba hecho. Con autoridad, por la izquierda, sin importarle que pudiera hacer unos metros apareció Girmay. Esta vez nadie le hizo tapón. Tomó la cabeza y giró hacia el centro para salir en el medio de las imágenes celebrando su triunfo. Luego, en el podio descorchó el champán sin incidentes y se enfundó el primer maillot amarillo. Este jueves saldrá como líder de la Volta en la etapa de los siete puertos. En la que para muchos es la jornada decisiva de la carrera. Pero eso lo decidirán los ciclistas. Terreno hay, como otro líder ilustre, pero este en la montaña: Marc Soler.
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