Valverde choca contra los Dolomitas

El sol de la tarde va coloreando de rosa las montañas más bellas, los Dolomitas, las piedras que pueden contar la historia del Giro. Desde arriba escuchan a un locutor colombiano en la meta de Corvara: «Llora el 'Puma'. No puede hablar. Acaba de perder la etapa». El 'Puma' es Darwin Atapuma, que no levanta la cabeza del manillar. Tremenda llorera. Y más cuando escucha a su lado la narración del locutor: «A punto de empezar este Giro, el 'Puma' perdió a su madre. En el equipo le dijeron que se fuera a casa, al entierro. Pero no. Él quería correr el Giro porque es lo que ella hubiera deseado». El relato en directo descompone aún más al pobre Atapuma.

«¡Lágrimas de varón!», insiste el compatriota periodista. «El bravo 'Puma', que sufrió una herida en el brazo para evitar que le robaran la bicicleta, que se enfrentó con sus manos a los ladrones, hoy no puede ni hablaaaar...». Tras su fuga por el Pordoi, el Passo Sella, el Campolongo, el terrible Passo Giau y el Valparola, Chaves y Kruijswijk le han cazado casi en la meta de Corvara. No cabe más desconsuelo en su menudo cuerpo precolombino. El 'Puma', que vive en la Colombia de los volcanes a 3.000 metros de altitud, acaba de perder la etapa que ha ganado otro como él, Esteban Chaves, también colombiano de la altitud. Llora el 'Puma'. Chaves es la sonrisa del Giro. «Los sueños se pueden cumplir. ¿Por qué no voy a ganar el Giro?» se atrevía. En compañía del nuevo líder, el pelirrojo holandés Kruijswijk, había dejado 37 segundos atrás al más valiente del día, a Nibali, y había hundido al Movistar de Valverde, que perdió tres minutos y el Giro, y de Amador, que se quedó sin maglia rosa pese a defenderla hasta con las tripas.

Los Dolomitas son propiedad privada de sólo unos pocos ciclistas: Coppi, Bartali, Gaul, Merckx, Fuente -el primero que conquistó el Giau, en 1973-, Pantani... Son catedrales diseñadas por el mejor arquitecto: la naturaleza. La talla de los Dolomitas no deja ver otro horizonte. La altitud. Por encima de los 2.000 metros el aire escasea. Se nota la claustrofobia. Encerrados entre paredes. Ataúd. Contra estas montañas chocó ayer Valverde. «Ha sido un mal día», dijo en la meta de Corvara. No habló más allí. El reloj decía lo demás: Chaves y Kruijswijk le habían sacado tres minutos; Nibali casi dos y medio. El murciano y el Movistar marcaron el ritmo durante casi toda la etapa. Amador, maglia rosa interina, sufrió en el Passo Giau, en el interminable kilómetro final de ese museo al aire libre. Tiró de coraje en el descenso, trazó las curvas con control remoto y se pegó al grupo. Pero los Dolomitas tenían aún para él, y para Valverde, dos barricadas más: Valparola y el muro del Gato, ya cerca de Corvara.

La montaña rosa se les vino encima. La empujó el de siempre, el más atrevido: Nibali. «Iban todos a mi rueda», se quejó el italiano. Rabioso. Sabe que no está en plenitud, que no va a ser un Giro sencillo. Pero, aún así, arremetió nada más ingresar en la subida a Valparola. Y ahí se escuchó el jadeo de impotencia de Valverde. Repentino. No podía. Vino al Giro convencido de que el podio estaba a su altura. Pero le ha superado la talla colosal de los Dolomitas, las montañas que no conocía. Fue el primer candidato en ceder. Ayer, el liderato fue para Kruisjwijk -aventaja a Nibali en 41 segundos- y la etapa para la sonrisa de Chaves, que en un sprint lento, agónico, hizo llorar al pobre Atapuma.