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Guillermo Timoner, en una imagen de 2006.
Muere a los 97 años Guillermo Timoner, leyenda del ciclismo en pista

Muere a los 97 años Guillermo Timoner, leyenda del ciclismo en pista

Fue seis veces campeón del mundo 'tras moto'

Jesús Gómez Peña

Jueves, 17 de agosto 2023, 12:29

El ciclismo vuelve a estar de luto. Si hace menos de un mes moría Federico Martín Bahamontes, este jueves ha fallecido otra leyenda de este deporte: Guillermo Timoner (97 años), el icono del ciclismo en pista español, el seis veces campeón de mundo de 'tras moto.' Se retiró del ciclismo profesional en 1968 y fue seleccionador nacional en pista (1971-1978)

EL CORREO estuvo con él en 2006, a punto de cumplir 80 años, en su pueblo, Felanitix, en el centro de Mallorca. «A la salida del pueblo. Allí tiene la tienda», indicaba a este periodista un vecino. No era la primera vez que daba esas instrucciones. Hasta el escaparate de 'Deportes Timoner' llegaban muchos devotos, centroeuropeos la mayoría. «Es usted periodista. Pues a Timoner no hay que preguntarle nada. Basta con escucharle». La advertencia resonaba en paralelo a los primeros pasos por la tienda. Más bien era un museo, un túnel en el tiempo. Al reclamo de campanilla apareció el mito: menudo, risueño, con un collar de trofeos y premios orbitando por las paredes del establecimiento. Otro periodista. Estaba habituado. «Para que no me pregunte lo de siempre, ya le doy yo un 'dossier' sobre mi vida». La advertencia tenía base. Sin preguntas; basta abrir los oídos: habla Guillermo Timoner.

Era un remolino. «Pase, pase. Así que es usted de Bilbao. Pues yo gané el Mundial de Anoeta». Un cartel, una medalla de oro y cientos de fotografías eran testigos de aquello. Cruzar el umbral de la trastienda era dar un salto a los años cuarenta, cincuenta, sesenta.... «Y sigo andando en bicicleta. Es mi vicio y no se me quita». Con 79 años. Y era verdad. Lo atestiguaba un cuaderno de escolar. «Hoy he hecho hora y media de rodillo por la mañana y haré otras dos horas por la tarde». Sobre la hoja quedaban impresos los números. En rojo los kilómetros en rodillo; en negro los que realizaba sobre el asfalto durante los fines de semana. «Mire, en 2005 hice 637 horas, en total, 4.463 kilómetros», explicaba arrancando los datos de la espiral del bloc. No está mal. Estaba punto de cumplir 80 años. «Ya son años, sí. Es como cuando en una carrera ves el cartel que indica diez kilómetros a la meta». «Mire, mire. Aquí me entreno». Frente a dos pantallas, la de un televisor y la de un espejo. «Es que todo el mundo me dice siempre que ha visto correr a Timoner en Madrid, en Bélgica, en Alemania, en todos los sitios. Pero yo nunca le había visto. Así que me puse este espejo. Para ver rodar a Timoner». Con la televisión marcándole el paso.

'Timoner, la maravilla'

Rodaba cada día. «Aprovecho sobre todo cuando dan ciclismo en la televisión. Eso sí, cuando retransmiten las etapas íntegras de montaña me cuesta seguir el ritmo», bromeaba. Pero el periodista no estaba allí para ver, sino para escuchar. Otra vez a la trastienda. Allí el tiempo era solo un espacio entre recuerdos. La vida de Timoner estaba encuadernada en decenas de volúmenes. Tijereteada en recortes. Cada una de sus pedaladas dormía injertada con tinta sobre el papel. «Mire aquí». Imágenes del inicio, de su primer campeonato de España, el de 1945. «No tenía coche. Había que coger la maleta, la bici y marchar primero en tren y luego en barco». Las servidumbres de la isla. Mallorca era un velódromo que un día, pronto, se quedó pequeño para tamaño ciclista. Lee un titular de 1947: 'Timoner, la maravilla». «Y mire». Aparece él en una fotografías junto a Coppi y Bartali, en el velódromo de Vigorelli (Milán). Un templo. «Mire aquí. El Criterium de El Retiro, en 1954». Lleno, con 44.000 espectadores. «Ahí todavía tenía pelo».

«Así que de Bilbao, eh». Y sacó unas fotos en las que aparecía tocado con una txapela. «Son de San Sebastián, de Anoeta, de cuando gané mi último mundial». El sexto. En 1965. «Por la tarde me llevaron a ver las traineras de La Concha». La conversación continuaba atornillada a los álbunes. En cada libro cabían varios años, pero las estanterías rebosaban de papel. Y es que Timoner corrió mucho. Tanto que vio cómo generaciones de rivales se iban quedando en la orilla del velódromo mientras él seguía rodando. Tanto que tuvo que luchar contra el tiempo. Y hasta mentir incluso. De hecho, su bautizo deportivo se pronunció con una mentira. Tenía 14 años; era 1940 y entonces hacía falta haber cumplido los 16 para obtener una licencia. El chaval de Felanitx se agarró a una carencia de la posguerra: no había carnet de identidad. Y mintió ante las preguntas del presidente de la Federación balear. Todo por correr. Contra todos y contra el paso del tiempo. 56 años después de aquella mentira, tampoco quisieron dejarle competir. Paradoja: por viejo. Tenía 70 años y quería celebrarlo en el velódromo de Algaida con un reto: 100 kilómetros en pista. Lo hizo, claro.

Seguía destrenzando recuerdos. De su época como ciclista migratorio, de inquilino en la casa del futuro suegro de Eddy Merckx, de Lucien Acou. De cuando formaba pareja 'de americana' con otro mito, Miguel Poblet, o con Miguel Bover. «Yo soy el primer ciclista español que ganó un campeonato del mundo», decía entonces. Y uno de los primeros que tuvo un aparato de televisión. Se lo regalaron en 1955, tras ganar su primer Mundial. Un obsequio de Phillips. Pero dejó la 'tele' en Ámsterdam. «En España andaban aún con pruebas para las emisiones». Una constelación de trofeos hacía de coro para su relato. Su cabello, escaso aunque largo entonces, parecía una mecha blanca.. «Tengo muchos récords». En el Mundial de 1960 fijó una velocidad tras moto de 82,600 kilómetros por hora sobre 100 kilómetros. «En 1955 fui nombrado mejor deportista español». Por delante de Joaquím Blume, Fred Galiana, Bernardino Adarraga y el pelotari Moreno del Val. El cuaderno rescataba fotos con Franco, con Errol Flynd; instantáneas de velódromos de medio mundo, de Bélgica, de Buenos Aires..... El viejo ciclista continuaba pelando su biografía a capas, como las de de una cebolla, mientras el periodista, obediente al relato, disfrutaba y atendía.

Así era la isla de Timoner. Un velódromo, un anillo mágico. Su tienda era un lugar de peregrinaje. Cicloturistas alemanes y belgas, genuflexos y entregados, se acercaban hasta allí. Para verle. Es el estribillo que siempre escucha: «Yo le vi correr en...». Y él, por eso, por verse a sí mismo, pasaba las tardes sobre un rodillo y de cara a un espejo. Para ver a Timoner. Diecisiete años después de aquel encuentro, el mito ha muerto a los 97 años en su Mallorca.

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